Columna

Güisqui

'Fue imposible imponer güisqui', declara, cariacontecido, el académico Fernando Lázaro Carreter, al que debe el castellano no haber entrado en el nuevo siglo en una situación de completa zozobra. 'Fue imposible', puntualiza, como si se tratara de una batalla perdida, y me siento, de pronto, como uno de los últimos de Filipinas, ya que tengo como norma utilizar siempre 'güisqui' en mis textos, así como escribo 'esmoquin' o 'escáner'.

Es cierto que aquello de güisqui no hizo fortuna, quizás porque se vincula a un periodo histórico en que la pulcritud idiomática venía acompañada del régime...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

'Fue imposible imponer güisqui', declara, cariacontecido, el académico Fernando Lázaro Carreter, al que debe el castellano no haber entrado en el nuevo siglo en una situación de completa zozobra. 'Fue imposible', puntualiza, como si se tratara de una batalla perdida, y me siento, de pronto, como uno de los últimos de Filipinas, ya que tengo como norma utilizar siempre 'güisqui' en mis textos, así como escribo 'esmoquin' o 'escáner'.

Es cierto que aquello de güisqui no hizo fortuna, quizás porque se vincula a un periodo histórico en que la pulcritud idiomática venía acompañada del régimen franquista. Ése ha sido uno de los pocos beneficios que dejaron aquellos años: que el castellano no se descompuso, que términos como árbitro, baloncesto o balonmano, hoy tan naturales, fueron fruto de un consciente esfuerzo por aprovechar los propios recursos de la lengua antes de acudir al préstamo. Presiento que desde la democracia estos esfuerzos de coherencia lingüística se ven con antipatía, cosa de ancianos obstinados que impiden al lenguaje moverse a sus anchas. Pero qué se le va a hacer, uno tiene sus manías, entre ellas, hablar con cierta decencia la lengua que le legó su madre, algo sagrado, como todo lo materno.

Una de las últimas tonterías que veo escritas con profusión es lo de 'pack'. 'Pack' tiene una connotación de tonta fruslería que pretende imponernos el mundo comercial. A cualquier vendedor le parece tosco decir que vende un paquete, una bolsa o una caja. Por eso ahora todo el mundo vende 'packs'. He comprobado, con alarma, que el palabro ya ha pasado al lenguaje ciudadano. Mis amigos dicen que han comprado un 'pack' con total naturalidad. Y como yo sigo comprando cajas o paquetes me siento irremediablemente de pueblo, con perdón de los de pueblo, entre ellos los muchos de pueblo que seguramente dicen 'pack'.

La presunta naturalidad, la desinhibición que supone aceptar sin conflicto esos malparidos términos revela, sin embargo, una injustificable sumisión cultural, una subordinación nítida y concreta al imperio anglosajón que nos gobierna por control remoto. Compruebo que incluso se producen retrocesos: hoy los cronistas deportivos se empeñan en eludir baloncesto y retrotraernos al 'basket'. Ya hay toda una generación de adolescentes a los que baloncesto les suena más bien poco. Una nueva conquista de los idiotas. Y hablo de subordinación intelectual porque no hay otra manera. Esto se comprueba con especial nitidez en cierta prensa capitalina, que tanto se empeña en transcribir con delicada exactitud el nombre de Schwarzenegger como en negarse a escribir correctamente el apellido Ibarretxe (escribir 'Ibarreche' les produce una especie de orgasmo constitucional).

Si aceptamos que los nombres propios de persona deben escribirse según lo pida su lengua de origen, parece claro que los nombres comunes exigen su adaptación a la lengua que los recibe. No hay en ello ninguna falta de hospitalidad. Por mi parte, con honor de ejército derrotado, me obstinaré en seguir escribiendo güisqui, del mismo modo que escribo, con honrosa grafía castellana, el término pacharán. Por cierto, esta última adaptación sí que no crea conflicto a nadie. Un joven académico, autor de buenas novelas, emplazó una de ellas en el País Vasco. Los términos de ambas bebidas (la inglesa y la navarra) aparecían varias veces. El desobediente académico, el desprejuiciado novelista, escribía 'whisky' una y otra vez, mientras que cuando tenía que aludir al caldo de endrinas no dudaba en castellanizarlo como pacharán, diverso tratamiento cuyas razones que se me escapan en mi localista obturación.

Así como hay lenguas imperiales, también hay lenguas subordinadas. Lo delata el subconsciente de ese académico que transige con 'whisky', pero no con 'patxaran'. El hecho de que algunos tuvieran la misma vara de medir con las lenguas que desprecian y con aquellas ante las que humildemente inclinan la testuz podría ser una interesante aportación; no sólo idiomática: también política. Pero esto es ya otra historia. Me toca escribir güisqui y beber pacharán. Ya que sólo sobre gustos sí que no hay nada escrito.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En