Columna

Empresas privatizadas y libertad de prensa

Déjenme que comience contándoles una anécdota personal. Hace meses volvía de Argentina en un vuelo de Iberia. El entrar en el avión me fui rápidamente a buscar los periódicos. Me encontré con que sólo había El Mundo, el ABC y La Razón. Le pedí a la azafata El País o algún diario de Barcelona. Me dijo que no tenía, y que podía leer los que había. Llamé al sobrecargo, que se justificó diciendo que cuando habían salido de Madrid sólo estaban en la calle aquellos tres diarios. Como no era la primera vez que me ocurría, le mostré mi disconformidad y le pedí un impreso pa...

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Déjenme que comience contándoles una anécdota personal. Hace meses volvía de Argentina en un vuelo de Iberia. El entrar en el avión me fui rápidamente a buscar los periódicos. Me encontré con que sólo había El Mundo, el ABC y La Razón. Le pedí a la azafata El País o algún diario de Barcelona. Me dijo que no tenía, y que podía leer los que había. Llamé al sobrecargo, que se justificó diciendo que cuando habían salido de Madrid sólo estaban en la calle aquellos tres diarios. Como no era la primera vez que me ocurría, le mostré mi disconformidad y le pedí un impreso para dejar constancia de mi desagrado con la actitud de la compañía. Mientras esperaba, una azafata se acercó discretamente y me dijo: 'Proteste, proteste, porque continuamente tenemos este problema, y mire -dijo señalando hacia un armario-, allí detrás tenemos acumulados paquetes de El Mundo, el ABC y La Razón'.

Podría ser un hecho aislado. Pero un amigo periodista me cuenta que hace poco estaba de madrugada en el aeropuerto de París esperando tomar un vuelo y vio desembarcar los paquetes de prensa española. Llevado por la curiosidad propia de su profesión se acercó, y comprobó que la mayor parte de los paquetes contenían sólo los periódicos mencionados. Lo mismo ocurre en cualquier vuelo nacional, y especialmente en el puente aéreo: o entras en los primeros lugares de la fila o te ves abocado a leer lo que impone la empresa.

Se podría pensar que Iberia está en su derecho de ofrecer a sus clientes la prensa que quiera, de la misma forma que elige la marca del café que nos ofrece. Pero no es así. Está obligada a comprar de cada diario un número de ejemplares proporcional a la cuota que tiene en los índices de difusión nacional que establece la OJD. Si es así, me gustaría que Iberia fuese más respetuosa con la legalidad y, especialmente, con la libertad de sus clientes para poder leer la prensa que prefieran.

¿Es intencionada esta conducta? Si uno no es muy desconfiado, se podría pensar que este sesgo a favor de unos medios y en contra de otros es una cuestión de preferencias del responsable de comunicación de la compañía, que a su vez nos los impone a todos los usuarios. Pero hay otra hipótesis más probable. Hasta hace unos días pensaba que quizá todo se debiese a que, en su lógico deseo de ganar cuota de mercado y acceder a nuevos lectores, ciertos diarios ofrecían a Iberia ejemplares gratuitos. Pero tampoco es así. Iberia paga todos los ejemplares, aunque manifiestamente sobren muchos de ellos. ¿No será, entonces, que esta es una vía de financiación oculta de algunos medios de comunicación? Recordando el sesgo favorable que la publicidad de Repsol tiene hacia las empresas de medios de comunicación de la familia Rato, es probable que algo de esto exista. Y también es probable que, de investigarse, ocurra en otras empresas.

¿Qué tienen en común estas empresas? Un rasgo es que han sido privatizadas recientemente, pero conservan aún un fuerte sesgo político. Podría estar ocurriendo que las privatizaciones se utilicen para financiar de forma poco transparente a algunos medios de comunicación, interfiriendo con ello la libertad de prensa y la libre competencia de ideas en el mercado de la opinión pública, y sin tener que someterse, sin embargo, a ningún tipo de control, ya sea parlamentario o social. De hecho, la literatura internacional que ha estudiado las privatizaciones confirma este temor a un uso espúreo de las privatizaciones. En un contexto regulado, algunos políticos pueden tener interés en privatizar empresas para eludir el control político y social sobre sus gastos, inversiones y estrategias. Una vez privatizadas, si alguien objeta algún aspecto de su comportamiento, el político siempre puede decir que en una economía de mercado no se puede interferir en las decisiones de las empresas privadas. Ocurrió así cuando desde el Parlamento se solicitó la comparecencia del presidente de Telefónica. Y ese mismo argumento fue utilizado por el presidente del Gobierno, José María Aznar, cuando en la cena del pasado lunes en Barcelona fue interpelado por uno de los comensales acerca de la decisión de Iberia de cerrar su vuelo directo Barcelona-Nueva York: se trata de una empresa privada en cuyas decisiones no se debe interferir, respondió Aznar. Pero privadas, lo que se dice privadas, no lo son todavía. El presidente de Endesa, Rodolfo Martín Villa, nombrado por el Gobierno antes de su privatización, afirmaba en una entrevista en este mismo diario que Endesa no será vista como una empresa totalmente privada hasta que él abandone la presidencia. Y después, ya veremos. Mientras tanto, sería una lastima que conductas como las señaladas interfieran en la libertad de prensa y deslegitimen el proceso de privatización.

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