ESCÁNDALO FINANCIERO

El déficit pedagógico

A veces las fotos de prensa son más expresivas y profundas que muchos artículos de opinión; son también más locuaces e irónicas que algunos de los chistes de los mejores humoristas gráficos. Éste era sin duda el caso de la foto de portada de este diario después del debate sobre presupuestos: el ministro Montoro, con el rostro difuminado, desplazándose hacia su escaño tras su intervención bajo la indiferente y perdida mirada de Rato y la ya mucho más amenazante del propio presidente del Gobierno. No hacía falta que el titular nos recordara la refriega dialéctica sobre Gescartera que poco antes ...

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A veces las fotos de prensa son más expresivas y profundas que muchos artículos de opinión; son también más locuaces e irónicas que algunos de los chistes de los mejores humoristas gráficos. Éste era sin duda el caso de la foto de portada de este diario después del debate sobre presupuestos: el ministro Montoro, con el rostro difuminado, desplazándose hacia su escaño tras su intervención bajo la indiferente y perdida mirada de Rato y la ya mucho más amenazante del propio presidente del Gobierno. No hacía falta que el titular nos recordara la refriega dialéctica sobre Gescartera que poco antes había tenido lugar. La sombra de este escándalo caía majestuosa sobre esta foto de familia en sede parlamentaria. Y hasta un niño hubiera adivinado quién se sentía amenazado y débil y quién ostentaba la capacidad de acabar o prorrogar su sufrimiento.

Pocos días antes de la comparecencia de ambos ministros en la comisión de investigación de Gescartera era casi inevitable que se aprovechara la ocasión para asociar el nombre de la empresa de Antonio Camacho a los titulares de los ministerios de economía. Aunque el motivo de su aparición fuera algo tan trascendente para cualquier democracia normal como es el debate de presupuestos. Para bien o para mal llevamos ya mucho tiempo embarcados en una visión de la política que cae plenamente bajo el síndrome del perro de Baudelaire: mucho más interesado en olfatear la porquería que el perfume. En esto los medios de comunicación siguen lo que les reclama un público ávido por consumir noticias que reflejen algún tipo de transgresión, que sea novedoso y de cierto morbo. Lo contrario, pues, que cabría esperar de los habitualmente soporíferos y técnicos debates en los que se presentan las cuentas del Estado. No es aquí, sin embargo, en este presunto aburrimiento del público, donde reside el problema. Ni se trata tampoco de establecer una situación de competencia entre el reflejo mediático de la política normal y el más popular de la difusión del escándalo. El problema reside, a mi juicio, en que la clase política muchas veces hace dejación de su responsabilidad pedagógica. Y eso difícilmente puede ser compensado después por algunos medios con vocación didáctica.

Me explico. Nadie con los mínimos conocimientos de historia política duda de la importancia del control parlamentario de los presupuestos. Están en el origen mismo del parlamentarismo -recuérdese el clásico principio de 'ningún impuesto sin representación'-. Y si bien es cierto que la iniciativa de esta ley recae, por mandato constitucional, exclusivamente en el Ejecutivo, nada obsta para que las discusiones a que dé lugar no estén acompañadas por el ceremonial propio de las grandes ocasiones. Frente al bochornoso espectáculo de unas Cortes lánguidas y semivacías habría que reivindicar una Cámara auténticamente atiborrada -¿cómo van a interesarse los ciudadanos/contribuyentes si los propios profesionales de la cosa huyen despavoridos?-; quizá falta también una mayor implicación de los primeros espadas de cada partido. Cuesta decirlo después de la buena intervención de Jordi Sevilla, pero ni él ni el propio ministro Montoro son responsables del sesgo cuasi-cesarista de nuestras democracias.

Junto a estos elementos de fuerte carga simbólica entrarían ya los más propiamente técnico-políticos. La gran ventaja del análisis de las cuentas del Estado es que a través de ellas se van haciendo explícitas las diferentes prioridades políticas. Con un poco de esfuerzo puede tratar de averiguarse incluso el por qué de algunas de las peculiaridades de nuestro gasto público. No sé si se habrán fijado, pero siempre puntuamos más bajo que el resto de los países de nuestro entorno en la relación entre PIB y diferentes variables de gasto decisivas para el desarrollo -como política social, inversión en I+D, etcétera-. Si en eso estamos por debajo, ¿en qué gastamos más entonces? ¿Cuál es la influencia que tiene esta diferencia con, por ejemplo, nuestro menor porcentaje de gasto público (35,9 % del PIB) respecto del de la media de los otros países desarrollados (43,3 %)? Nunca está de más que se nos informe sobre éstas y otras preguntas decisivas para poder pronunciarnos sobre la política.

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