Crítica:ESCAPARATE

Stravinski, tiroteado y adorado

No dejó ni deja indiferente a nadie. Lleva en la frente impreso el sello del genio y demonio. Ígor Stravinski (1882-1971), figura vapuleada, glorificada, nunca conforme, es objeto de un estudio serio, rigurosísimo, plagado de conclusiones arriesgadas y ricos enfoques de Santiago Martín Bermúdez. Este escritor y experto musical se ha adentrado en los secretos y las claves de uno de los personajes más relevantes en el arte del siglo XX y ha realizado una exhaustiva revisión de toda su obra y su discografía en este volumen que forma parte de la colección de guías que editan conjuntamente Scherzo ...

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No dejó ni deja indiferente a nadie. Lleva en la frente impreso el sello del genio y demonio. Ígor Stravinski (1882-1971), figura vapuleada, glorificada, nunca conforme, es objeto de un estudio serio, rigurosísimo, plagado de conclusiones arriesgadas y ricos enfoques de Santiago Martín Bermúdez. Este escritor y experto musical se ha adentrado en los secretos y las claves de uno de los personajes más relevantes en el arte del siglo XX y ha realizado una exhaustiva revisión de toda su obra y su discografía en este volumen que forma parte de la colección de guías que editan conjuntamente Scherzo y Península.

Desde el primer y brillante capítulo, Poética. Stravinski y los inquisidores, Martín Bermúdez nos adentra en la figura rusa y en todas sus luces y sombras, vicios y virtudes, la de un personaje amante del placer, la vida, buen gourmet, jugador de póquer, coleccionista de amantes, entre ellas Cocó Chanel, que despertaba una hiriente actitud de algunos hacia su figura, la de un artista individualista, rebelde ante la infelicidad, determinado a, por lo menos, 'no ser desdichado', algo que se plasma en su obra monumental, riquísima, pero insultante para algunos por su actitud vital.

STRAVINSKI

Santiago Martín Bermúdez Scherzo-Península. Madrid, 2001 528 páginas. 3.100 pesetas

Quizá también, más allá de su declarada admiración en una época de rupturas por músicos como Pergolesi, Mozart, Rimski-Kórsakov o el romanticismo y sus fobias visibles por Wagner, Strauss, Scriabin, Messiaen o Shostakóvich, sus devaneos e inseguridades ideológicas en un mundo demasiado dogmático indujeron a muchos a lapidarle en vida. Es algo que se pone de manifiesto en los ataques de Theodor W. Adorno, por ejemplo, vertidos en libros como Filosofía de la nueva música, que se dividía en dos partes, 'Shönberg o el progreso' y 'Stravinski o la restauración'. Ya sólo en la formulación de ambas se adivina la posición. Adorno ve en el líder de la Escuela de Viena un héroe equivalente a Picasso y desprecia el trabajo, la estética, los principios musicales de Stravinski defendidos en sus notas y en sus ensayos y memorias como Crónicas de mi vida, Poética musical o los que escribió en colaboración con Robert Craft.

El tránsito vital del músico queda bien trazado, aunque se echan de menos algunas etapas y experiencias, como el influjo que dejó en Hollywood, donde era un ser casi mítico que influyó de manera muy decisiva en lo que es la música para cine. Sí es interesante, sobre todo por formar una especie de columna vertebral en su obra, el relato de la actividad de Stravisnki en el mundo del ballet, su relación fundamental con Serguéi Pavlovich Diàguilev, personaje fundamental en la historia del baile ruso. El encuentro de un empresario con miras y un músico de talento da lugar a una de las cumbres en la historia del arte universal, a monumentos como Petrushka, El pájaro de fuego o La consagración de la primavera.

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