Tribuna:

El riesgo del carbunco o la victoria del miedo

La reacción desencadenada como consecuencia de los casos de carbunco detectados en Estados Unidos pone de manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas sanitarios y, sobre todo, la fragilidad de muchos de nuestros valores y conocimientos sobre la salud que sucumben fácilmente al miedo.

El miedo es una reacción primaria que, a menudo, se equipara al instinto de conservación. Una tendencia innata compartida por todas las especies animales. Acostumbra a ser útil frente a riesgos obvios, inminentes y breves, pero cuando los peligros son inciertos y prolongados puede convertirse en un estímul...

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La reacción desencadenada como consecuencia de los casos de carbunco detectados en Estados Unidos pone de manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas sanitarios y, sobre todo, la fragilidad de muchos de nuestros valores y conocimientos sobre la salud que sucumben fácilmente al miedo.

El miedo es una reacción primaria que, a menudo, se equipara al instinto de conservación. Una tendencia innata compartida por todas las especies animales. Acostumbra a ser útil frente a riesgos obvios, inminentes y breves, pero cuando los peligros son inciertos y prolongados puede convertirse en un estímulo perverso que provoca comportamientos irracionales y, lo que es peor, inconvenientes. De ahí los pobres resultados que parecen cosechar los actuales esfuerzos de las autoridades sanitarias y políticas llamando a la tranquilidad de la población frente al bioterrorismo.

Precisamente 125 años después de que Robert Koch diera a conocer los experimentos que le llevaron a descubrir, por primera vez en la historia, el papel de un microbio como productor de una enfermedad infecciosa, el mundo vuelve a reparar en el Bacillus anthracis. En aquella época el carbunco era un problema grave para ovejas, vacas y caballos, responsable de cuantiosas pérdidas de los ganaderos. Los trabajos de Koch facilitaron que, apenas cinco años más tarde, Pasteur consiguiera una vacuna, la primera que recibió tal nombre, porque al presentar sus resultados en el Congreso Internacional de Medicina de Londres en 1881, Pasteur denominó así su método, en homenaje a Edward Jenner, quien, casi cien años antes, había descubierto la de la viruela.

Así pues, el carbunco, que gracias a los trabajos de Koch y Pasteur abrió el camino del control de las enfermedades infecciosas, es hoy motivo de general preocupación. Una casualidad que resulta irónica porque, hasta que no fue objeto de interés militar, el carbunco afectaba esporádicamente a personas en contacto con animales infectados o sus productos, ya que normalmente no se contagia de una persona a otra. La afectación más frecuente es la de la piel, donde produce una pústula negra. Sin tratamiento con penicilina o tetraciclinas, la letalidad alcanza al 20%.

La forma pulmonar, conocida como enfermedad de los cardadores de lana, es todavía más grave y se produce al inhalar las esporas del microbio contenidas en el cuero, pelo o lana de los animales afectados. En 1979 hubo una epidemia en Yekaterimburg que provocó 66 muertes. Esta presentación es la que se asocia al bioterrorismo y a la guerra biológica, y la que la sanidad militar americana trata con ciprofloxacina o tetraciclinas. Una forma de carbunco intestinal se produciría al ingerir las esporas.

Se sabe que la forma cutánea y la respiratoria son prevenibles mediante vacuna, limitada hasta ahora a grupos de trabajadores expuestos a la infección (personal de laboratorio y manipuladores de animales) y eventualmente al personal militar. En caso de persistencia de la exposición se recomienda la revacunación anual.

El interés militar se debe a la capacidad tóxica y a la extraordinaria resistencia de las esporas del microbio que pueden sobrevivir durante décadas. Los pastizales de las reses afectadas se convertían en fuentes de infección permanentes de manera que recibieron el nombre de campos malditos. Por eso Koch recomendaba incinerar a los animales afectados o enterrarlos lo más profundo que se pudiera.

Aunque la manipulación biológica haya seleccionado cepas particularmente virulentas y resistentes de Bacillus anthracis, desgraciadamente existen otras alternativas más peligrosas para la guerra biológica y el bioterrorismo, de manera que las peores consecuencias que se pueden esperar del carbunco son las derivadas del miedo que origina. Pretender una protección absoluta es, además de ilusorio, contraproducente, porque las respuestas desproporcionadas producen males mayores. Sin miedo, en cambio, los peligros siguen existiendo pero se pueden afrontar con mayor claridad.

Andreu Segura es profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona.

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