Crítica:49º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Sorpresas, marginalidad y curiosidades en Zabaltegi

Se acerca el final del Festival de San Sebastián, y con él también la competición de la más importante de sus secciones paralelas, Zabaltegi. En los últimos días se han ido acumulando películas cuya visión ha servido, entre otras cosas, para ver que el sesgo temático elegido por los organizadores no puede ser más inquietante: de él se desprende una sensación de intranquilidad por el futuro del cine joven, y muy especialmente del europeo, excesivamente preocupado por trufar sus ficciones de elementos escatológicos, comportamientos en los límites y, consecuentemente, con un protagonismo inquieta...

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Se acerca el final del Festival de San Sebastián, y con él también la competición de la más importante de sus secciones paralelas, Zabaltegi. En los últimos días se han ido acumulando películas cuya visión ha servido, entre otras cosas, para ver que el sesgo temático elegido por los organizadores no puede ser más inquietante: de él se desprende una sensación de intranquilidad por el futuro del cine joven, y muy especialmente del europeo, excesivamente preocupado por trufar sus ficciones de elementos escatológicos, comportamientos en los límites y, consecuentemente, con un protagonismo inquietante de seres en las antípodas de una cierta noción de normalidad democrática.

Véase algún ejemplo: en una película holandesa, Drift, de Michiel van Jaarsveld, bien rodada e interpretada, una joven, hermana de un traficante de carne en mal estado e hija de un padre alcohólico recluido en un asilo, se hace amante del progenitor de su mejor amiga... antes de convertirse en la pareja de su propio hermano.

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En otra, la italiana Asuddelsole, de Pasquale Marrazzo, el protagonista sufre porque su padre ha recluido a su hermano, con síndrome de Down, en otro asilo, mientras su novia le birla el amante a su madre y el propio joven es pretendido por un travestido. En otra, en fin, la mexicana De la calle, de Gerardo Tort, el protagonismo recae en una pareja de adolescentes que viven literalmente en cloacas, ella anhelando una nueva vida, él empeñado en encontrar a su padre en medio de la miseria más absoluta. Por eso han sorprendido tanto películas como la española Salvajes, de Carlos Molinero, o, sobre todo, Autrément, de Christophe Otzenberge. Lo mejor de su trabajo es que, sin trucos ni aspavientos, con una espartana falta de recursos pero con una mirada serena y limpia, desmonta cualquier intención de dramatismo en una peripecia que podría abundar en él.

Buceo onírico

En el capítulo de las curiosidades, hay que apuntar otras dos películas españolas. Una, Un perro llamado Dolor, lo es por partida doble, puesto que se trata de la ópera prima de un cantante como Luis Eduardo Aute, por un lado, y por otro, es nada menos que un filme de animación, mudo y en blanco y negro. A partir de siete retratos que reflejan momentos de la vida de diferentes pintores, de Dalí a Picasso, de Frida Kahlo a Goya, Sorolla o Velázquez, Aute propone un buceo onírico, a ratos imaginativo y apasionante, en otros sólo tedioso, y siempre de animación discreta. La otra, Náufragos, de una joven que firma Luna, aunque su trabajo como actriz lo hace con su nombre, María Lindón, es una marcianada, y nunca mejor dicho: muestra un viaje a Marte, cuenta con un potente elenco internacional, utiliza el utillaje de Space cowboys, el filme de Clint Eastwod, y ostenta el ritmo más ortopédico y la mayor acumulación de diálogos absurdos que se han visto en el festival.

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