Reportaje:

Adiós a 27 años de andamios

La iglesia de San Francisco el Grande recupera su espacio interior, 'entubado' casi tres décadas para su restauración

Por fin. Misión cumplida. Han tenido que transcurrir 27 años para que la tarea culminara. Pero se ha conseguido: acaba de ser retirado el enjambre de miles de tubos y andamios que cegaba el magno espacio interior de la basílica de San Francisco el Grande, sobre la plaza de igual nombre junto al quicio de la calle Bailén. Se trata del templo madrileño que más obras de arte atesora y que la prieta malla ahora retirada impedía contemplar.

La siembra de tal selva de husos de aluminio comenzó tras un suceso acaecido un día de agosto de 1974. Un cascote de yeso de dimensiones considerables se...

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Por fin. Misión cumplida. Han tenido que transcurrir 27 años para que la tarea culminara. Pero se ha conseguido: acaba de ser retirado el enjambre de miles de tubos y andamios que cegaba el magno espacio interior de la basílica de San Francisco el Grande, sobre la plaza de igual nombre junto al quicio de la calle Bailén. Se trata del templo madrileño que más obras de arte atesora y que la prieta malla ahora retirada impedía contemplar.

La siembra de tal selva de husos de aluminio comenzó tras un suceso acaecido un día de agosto de 1974. Un cascote de yeso de dimensiones considerables se desprendió súbitamente del techo, desde un arco fajón que sujeta el peso del coro. Cayó sobre la puerta de nogal que da entrada al templo. 'El ruido me sobrecogió', recuerda un feligrés testigo del desprendimiento. Por fortuna, el cascotazo no mató a nadie. Pero cundió el miedo.

Entonces el gran templo madrileño fue puesto en estado andamiado de sitio. El cerco de tubos en su interior desplegado dificultó sobremanera el culto religioso, católico en esta iglesia, y truncó durante tres décadas cualquier deleite visual con las joyas artísticas que incluye. Aquí dejaron su impronta, entre otros, maestros de la estatura de Bayeu, Maella, Plasencia, Carnicero, Jover, Cubells y Goya, quien, vestido de amarillo, sonríe al visitante desde un autorretrato por él colocado junto a San Bernardino de Siena, en la primera capilla de las que circundan la base octogonal del gran templo.

Muchos visitantes, feligreses y turistas, temieron que el molesto andamiaje perdurara eternamente. Pero no ha sido así. Su fin llegó hace apenas unos días. 'Todavía no me lo creo', dice alegremente Félix del Buey, fraile de origen zamorano, que visita Madrid; permanece destinado en la iglesia jerosolimitana de San Salvador, regentada por la orden franciscana, la misma que rige la basílica madrileña en cuyo contorno, una ermita medieval dió albergue, según la leyenda, al mismísimo Francisco de Asís.

El templo fue construido a partir de 1761 por arquitectos rivales, alineados bien tras la orden de San Francisco bien tras la Corte de Carlos III. Fue por fin Francisco de Sabatini quien pilotó su hechura, si bien en ella terciaron el fraile Cabezas, Ventura Rodríguez y su diestro discípulo Miguel Hernández. Para decorarlo se buscó a los mejores maestros de la época y de las siguientes, hasta su conclusión en 1889.

Por su rango, la basílica de San Francisco el Grande tiene entidad de institución y está administrada por una denominada Obra Pía -de origen medieval, quizá el instituto en vigor de más antigüeda de la ciudad- donde quien manda es el Ministerio de Asuntos Exteriores. A él cabe atribuir el retraso del problema y su veloz solución.

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Tras el desmontaje de los andamios, tarea que ha costado más de treinta millones de pesetas, la luz penetra al templo a través de la linterna que corona su bóveda. Ahora, la claridad de la mañana se esparce y desciende mansamente plateando las nervaduras marmóreas de tonos rosas, ocres y amarillos que separan los ocho paneles en los que se desgaja la cuarta cúpula más grande del mundo: setenta metros de altura por 33 metros de diámetro dan fe de su extensión. 'Sólo las de Santa María dei Fiori, en Florencia, el Panteón de Minerva y San Pedro del Vaticano, por apenas unos pocos metros', matiza el fraile, 'superan la extensión de esta cúpula'. Signada externamente con la cruz franciscana de Jerusalén, la basílica madrileña fue escenario de muchos de los grandes fastos -también de muy graves y dolorosos sucesos - habidos en la historia de la ciudad. '43 frailes fueron asesinados en 1834', cuenta Del Buey.

El golpe de la lluvia

Apenas treinta años después de la culminación de su ornamentación pictórica, en 1889, comenzaron las primeras restauraciones de cúpula y muros. Su emplomado quedaba bajo la lluvia indefenso y los pobres yesos con los que fue edificada, malheridos. El agua alcanzó las pinturas murales, los estucos y piezas marmóreas, desdibujando sus contornos y quebrando sombríamente su magnificencia.

Las pinturas han sido mimosamente restauradas en los últimos once meses por un equipo de once profesionales dirigidos por Antonio Sánchez Barriga, del Instituto del Patrimonio Histórico Español, autor, entre otras, de la restauración del templete de Donato Bramante, en Roma, canon de la arquitectura renacentista. Su tarea ha consistido en limpiar las pinturas, integrar sus morteros deteriorados de yeso y devolverles el vivo colorido que perdieron, además de aplicarles una pátina protectora final, amén de tratamientos puntuales de consolidación y afianzamiento de las lagunas causadas por la erosión.

Los andamios sujetaron durante este tiempo vigas de aluminio desde las que restauradores, pintores y estuquistas se apoyaron, a distancias vertiginosas del suelo, para retocar un despinte, cubrir un faltante o sellar una honda grieta. La obra ha costado 22 millones de pesetas, dice Sánchez Barriga. 'Para ser respetuosos con la historia e informar a futuros restauradores de lo que hemos hecho', añade, 'empleamos una técnica de esponjado, no visible desde abajo pero perceptible desde la cornisa, para que quien un dia lo restaure pueda discernir aquello que tuvimos que añadir a la pintura original borrada por la erosión'. En San Francisco el Grande, donde aún quedan por restaurar el coro y el altar mayor, el sol matinal ensancha ya, inexorablemente, su cálida estela sobre el arte recobrado.

Cúpula de la basílica de San Francisco el Grande.BERNARDO PÉREZ

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