La otra 'casa' de 1.654 niños y adolescentes

Lola Tortosa dirige uno de los 123 centros de protección de menores -de recepción, residencias infantiles, comarcales, juveniles, pisos y hogares y centros de día- de la Comunidad, el último recurso de la Administración para proteger a los niños y los adolescentes que no tienen garantizados sus derechos básicos. Hasta 1.645 menores se encontraban a principios de año en alguno de estos centros. Tortosa está al frente de una agradable residencia que tiene Bienestar Social a pocos metros del mar y se indigna cuando escucha más a menudo de lo que quisiera que el centro es un lugar de destino para ...

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Lola Tortosa dirige uno de los 123 centros de protección de menores -de recepción, residencias infantiles, comarcales, juveniles, pisos y hogares y centros de día- de la Comunidad, el último recurso de la Administración para proteger a los niños y los adolescentes que no tienen garantizados sus derechos básicos. Hasta 1.645 menores se encontraban a principios de año en alguno de estos centros. Tortosa está al frente de una agradable residencia que tiene Bienestar Social a pocos metros del mar y se indigna cuando escucha más a menudo de lo que quisiera que el centro es un lugar de destino para delincuentes, huérfanos o pobres. 'No es nada de eso', resalta, 'es un centro educativo cuya mayor obligación es normalizar la vida de un menor'.

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La directora del centro pone el acento en la palabra normalizar. Y es que el día a día de los chavales suele estar cargado de dificultades. Al centro llegan niños y adolescentes que arrastran diversos problemas. Abandono familiar, hospitalización del padre o la madre, marginación, dificultades de inserción laboral o problemas de salud mental de los padres suelen ser las causas -por separado o mezcladas de forma cruzada-, más frecuentes que presentan. Tortosa recuerda el caso de un chaval que vio cómo falleció su padre, luego su madre, abuelo y abuela. Ningún familiar se hizo cargo de él y acabó en la residencia. Éste es un caso extremo que explica las graves carencias afectivas y dificultades de relación social que tienen la mayoría de los menores. El trabajo de Tortosa está dirigido a lograr que la estancia de los niños sea lo más parecido a la vida en una casa. Cada menor tiene su tutor, que vigila su comportamiento en la residencia, en clase y en las actividades extraescolares. Además de la formación académica, los menores salen a la calle ya que las residencias 'no son un recurso en sí mismo, sino en la relación con la sociedad y nunca logrará normalizar la vida de los chavales sin apoyo de la sociedad', destaca la directora del centro. Una filosofía que Tortosa lleva a la práctica. Los menores van a clases de futbito, forman parte de grupos excursionistas o talleres, donde se relacionan con el resto de los chavales de la localidad. Algunos han participado en labores sociales de la Cruz Roja o de primeros auxilios. Como subraya la directora del centro, 'el Estado ha de tener residencias para menores, pero estos recursos sin la sensibilidad social no sirven para nada'.

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