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Hay columnas como pequeñas piezas de orfebrería, con los adjetivos suaves y un perfil de serenidad y sosiego. Otras adquieren la consistencia austera de un bloque punzante, con aristas peligrosas y sintaxis agresiva. Pueden conjugarse en cualquier tiempo verbal, adivinar en cada expresión el rostro de ese lector deseado, al que se quiere emocionar con una mirada nueva a la realidad, y al que no se le oculta la paja y la viga en el ojo ajeno y en el propio. Todas sirven si son capaces de congregar la bondad y comprender los errores cometidos. Parece que encerremos los sentimientos en columnas p...

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Hay columnas como pequeñas piezas de orfebrería, con los adjetivos suaves y un perfil de serenidad y sosiego. Otras adquieren la consistencia austera de un bloque punzante, con aristas peligrosas y sintaxis agresiva. Pueden conjugarse en cualquier tiempo verbal, adivinar en cada expresión el rostro de ese lector deseado, al que se quiere emocionar con una mirada nueva a la realidad, y al que no se le oculta la paja y la viga en el ojo ajeno y en el propio. Todas sirven si son capaces de congregar la bondad y comprender los errores cometidos. Parece que encerremos los sentimientos en columnas para estaciones concretas.

En pocos días, todo aquello que indica el regreso a la normalidad recuperará su presencia abrupta entre nosotros. El inicio de la Liga. Los extractos bancarios abandonados en el buzón de la ciudad. Los anuncios de cursos de idiomas de Planeta-Agostini. Las viejas filias y fobias que exigen su portada ordinaria, al amparo de los conflictos sobre el reino, el poder y la gloria. Dentro de poco nos daremos de bruces de nuevo con el retorno, con el saldo del cuaderno de actividades vacío, y sin embargo podemos todavía realizar algún ejercicio urgente, de tal forma que la vida no oscile entre la ligereza de unas pocas estampas estivales y la normalidad de las viejas habitaciones con el aire viciado.

Septiembre es el retorno a los zapatos y a las hormas habituales, pero también puede ser el mes en que comenzar a decir que no. A confesar que somos adictos a Jon Juaristi. El mes ideal para aprender italiano o portugués, preguntarnos cómo no es suficiente el dolor y el llanto de un niño para desvanecer la pesadilla de la basura ideológica de las patrias despiadadas, de las realidades que se pregonan complejas, o para borrar los escenarios de un conflicto para el que los verdugos reclaman según les conviene distancia o cercanía. Por eso una propuesta sencilla es derramar las palabras a partir de septiembre, recuperar la ternura precisa a partir de esas miradas atentas que uno sabe volverán. Y canjear cada columna por una nueva actitud, un nuevo afecto.

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