DE LA NOCHE A LA MAÑANA

¿Qué alma no tiene defectos?

Cada vez está más claro que las muestras públicas de liberación personal a cuenta de lo que sea son cosa de poca monta al lado de la celebración privada de sucesos semejantes, como esa boda de Villalonga a la que ni siquiera asistió Ana Botella

Corazón es

Sigamos con los tópicos, como tímido homenaje a Josep Piqué. Quien no está a la izquierda a los 20 años no tiene corazón, pero a los 40 hay que tener cerebro. Parece que eso lo dijo más o menos Raymond Aron cuando rondaba los 60, resumiendo a su manera una esmerada educación sentimental. Una reflexión de la que no todo e...

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Cada vez está más claro que las muestras públicas de liberación personal a cuenta de lo que sea son cosa de poca monta al lado de la celebración privada de sucesos semejantes, como esa boda de Villalonga a la que ni siquiera asistió Ana Botella

Corazón es

Sigamos con los tópicos, como tímido homenaje a Josep Piqué. Quien no está a la izquierda a los 20 años no tiene corazón, pero a los 40 hay que tener cerebro. Parece que eso lo dijo más o menos Raymond Aron cuando rondaba los 60, resumiendo a su manera una esmerada educación sentimental. Una reflexión de la que no todo el mundo puede disfrutar, porque en el África subsahariana los 20 de aquí son los 40 de allá, y a los 40 de aquí, allí es que casi nadie sobrevive lo bastante para experimentar esa rica evolución interior que lleva del maoísmo a la facundia de las comisiones millonarias. No es por hacer demagogia, pero sorprende todavía esa afición anciana a convertir en doctrina la irrefrenable propensión de madurez hacia la proliferación de la engañifa. Y luego se ven como se ven. Por su mala cabeza.Dar bien enlas fotos

Julio Iglesias comparte con Eduardo Zaplana, amén de otras aficiones de profesión confesada, el desdén por someter el lado izquierdo de su jeta a la curiosidad impertinente del objetivo fotográfico, lo mismo que la bidiaria subsecretaria de autopromoción cultural aparece siempre en la afoto, cuando de cuerpo entero, con un pasito delante y otro detrás, a fin de que el espectador desapercibido ignore que camina tan arqueada como el Cipriano que la precedió -tal vez la guió- en los apasionantes retos de la cultura institucional. Interdicción conmovedora por innecesaria, pues que antes o después hasta el espectador más distraído tiene ocasión de asombrarse ante la evidencia de una realidad desfavorecida que ignora los afeites virtuales. Se tiene lo que se tiene, también ante las cámaras, y a veces bastante menos. O más, según se mire. Lo veremos.

Corazón de titanio

La sorpresa adolescente al saber que algo tan definitivo como el corazón apenas era un músculo en la cartografía de asombro del cuerpo humano estuvo a punto de sumirme en la más negra de las conclusiones, ya que por entonces atribuía a ese discreto órgano funciones más sensibles que las requeridas para la lucha grecorromana. Expresiones de radionovela o de la copla a lo Concha Piquer otorgaban a lo que creía víscera principal de sintonía con el exterior -suponiendo que existiera un dispositivo de interior en algún sitio- la capacidad de ser herido en sus sentimientos, devastado en el despliegue de sus afectos o ignorado en buena parte de sus tremendas efusiones. Emociones bastante alejadas de las alegrías que un simple músculo podría deparar. En Kentucky, territorio famoso por su güisqui, han extirpado a un paciente el músculo vital para sustituirlo por un artefacto de titanio. Se ignora todavía si ese metal precioso heredará la urdimbre afectiva -la memoria errónea- de su portador.

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Los pulmones del fumeta

Ante la posibilidad de padecer un enfisema pulmonar de etiología incierta -a fin de cuentas, el ahora paciente de mediana edad tampoco había fumado tanto a lo largo de su vida- la víctima sugirió un posible origen del mal localizado en actividades laborales de alto riesgo llevadas a cabo muchos años atrás, a lo que el doctor -todavía curioseando en las placas con sus gafas de corta distancia- repuso con cierto tono de enfado que, en cualquier caso, seguro que el enfermo no había venido al mundo con unos pulmones en forma de tonel, y aunque aceptó que podría tratarse simplemente -simplemente, dijo- de pulmones enfisematosos, lo que suena más bien a cosa ofensiva, recomendó dejar el tabaco en ese mismo instante, mientras abría la ventana de la consulta y prendía un cigarrillo para extender la receta. ¿Ni siquiera porros?, preguntó el fatigoso pulmonar. Ni se le ocurra. Las placas más horribles jamás vistas en clínica son, precisamente, las del fumeta ecologista con trienios.

¿Orgullo? ¿Y de qué?

Supongamos que las personas orientadas en sus preferencias sexuales hacia otras de su propio sexo se sienten orgullosas de acatar un dictado que muy probablemente debe poco al arbitrio de la elección, aunque cueste comprender que el hecho de plegarse a la realización de un deseo se erija en motivo de orgullo. Diría que la ola de la fama de los gay es tal que pronto se convertirá en espuma. Y que, en efecto, se requiere estar muy orgulloso de esa condición aceptada para montar a sus expensas una celebración de desfiles propios del horterismo militante, repletos de espíritu fallero cuando no de la represiva cultura de revista del Alkázar de posguerra, lo que viene a ser lo mismo. Eso aparte de que no se entiende así como así que la celebración de un reconocimiento, el que sea, parezca incapaz de superar los escuálidos límites estéticos de una Tamara bis cualquiera. No se entiende, queridos/as, no.Dar bien enlas fotos

Julio Iglesias comparte con Eduardo Zaplana, amén de otras aficiones de profesión confesada, el desdén por someter el lado izquierdo de su jeta a la curiosidad impertinente del objetivo fotográfico, lo mismo que la bidiaria subsecretaria de autopromoción cultural aparece siempre en la afoto, cuando de cuerpo entero, con un pasito delante y otro detrás, a fin de que el espectador desapercibido ignore que camina tan arqueada como el Cipriano que la precedió -tal vez la guió- en los apasionantes retos de la cultura institucional. Interdicción conmovedora por innecesaria, pues que antes o después hasta el espectador más distraído tiene ocasión de asombrarse ante la evidencia de una realidad desfavorecida que ignora los afeites virtuales. Se tiene lo que se tiene, también ante las cámaras, y a veces bastante menos. O más, según se mire. Lo veremos.Corazón de titanio

La sorpresa adolescente al saber que algo tan definitivo como el corazón apenas era un músculo en la cartografía de asombro del cuerpo humano estuvo a punto de sumirme en la más negra de las conclusiones, ya que por entonces atribuía a ese discreto órgano funciones más sensibles que las requeridas para la lucha grecorromana. Expresiones de radionovela o de la copla a lo Concha Piquer otorgaban a lo que creía víscera principal de sintonía con el exterior -suponiendo que existiera un dispositivo de interior en algún sitio- la capacidad de ser herido en sus sentimientos, devastado en el despliegue de sus afectos o ignorado en buena parte de sus tremendas efusiones. Emociones bastante alejadas de las alegrías que un simple músculo podría deparar. En Kentucky, territorio famoso por su güisqui, han extirpado a un paciente el músculo vital para sustituirlo por un artefacto de titanio. Se ignora todavía si ese metal precioso heredará la urdimbre afectiva -la memoria errónea- de su portador.Los pulmones del fumeta

Ante la posibilidad de padecer un enfisema pulmonar de etiología incierta -a fin de cuentas, el ahora paciente de mediana edad tampoco había fumado tanto a lo largo de su vida- la víctima sugirió un posible origen del mal localizado en actividades laborales de alto riesgo llevadas a cabo muchos años atrás, a lo que el doctor -todavía curioseando en las placas con sus gafas de corta distancia- repuso con cierto tono de enfado que, en cualquier caso, seguro que el enfermo no había venido al mundo con unos pulmones en forma de tonel, y aunque aceptó que podría tratarse simplemente -simplemente, dijo- de pulmones enfisematosos, lo que suena más bien a cosa ofensiva, recomendó dejar el tabaco en ese mismo instante, mientras abría la ventana de la consulta y prendía un cigarrillo para extender la receta. ¿Ni siquiera porros?, preguntó el fatigoso pulmonar. Ni se le ocurra. Las placas más horribles jamás vistas en clínica son, precisamente, las del fumeta ecologista con trienios.

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