Reportaje:

Cumpleaños del movimiento vecinal madrileño

La Confederación de Asociaciones conmemora hoy el 25º aniversario de su primera manifestación autorizada

Madrid bullía. Los días de aquel mes de junio de 1976 parecían cargados de hechos y sus noticias surcaban velozmente los tajos de la periferia, los hogares, las oficinas y los pequeños comercios del centro, las aulas de la Complutense. El general Franco había muerto apenas siete meses antes, pero su régimen, formalmente, seguía en pie.

Flotaba en el ambiente una atmósfera de complicidad, compartida por pequeños comerciantes, amas de casa, empleados, trabajadores y estudiantes. Muchos se hacían las mismas preguntas y no hallaban respuesta oficial a sus demandas contra la carestía de la v...

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Madrid bullía. Los días de aquel mes de junio de 1976 parecían cargados de hechos y sus noticias surcaban velozmente los tajos de la periferia, los hogares, las oficinas y los pequeños comercios del centro, las aulas de la Complutense. El general Franco había muerto apenas siete meses antes, pero su régimen, formalmente, seguía en pie.

Flotaba en el ambiente una atmósfera de complicidad, compartida por pequeños comerciantes, amas de casa, empleados, trabajadores y estudiantes. Muchos se hacían las mismas preguntas y no hallaban respuesta oficial a sus demandas contra la carestía de la vida, la educación; tampoco sobre el trabajo, el futuro propio y el de los hijos. Exigían derecho a reunirse para tratar de estos problemas y de sus soluciones, mientras la entonces denominada Ley de Reunión se abría trabajosamente paso al arbitrio del gobernador civil de Madrid, entonces Jesús García Siso.

50.000 personas consiguieron en la calle de Preciados la legalización de 60 organizaciones civiles
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En pequeños pisos del casco urbano o de la periferia, gentes de todas las edades, señaladamente jóvenes, se reunían una vez, hasta siete veces, a la semana, y preparaban asambleas públicas. Componían el grueso de las 72 asociaciones vecinales, únicamente doce de ellas legalizadas, cuya efervescencia había llevado a las autoridades a aceptar una situación de hecho. La primera en nacer, en 1968, fue la de Palomeras Bajas. Ocho años después habían proliferado por todos los barrios de Madrid, incluido el elitista de Salamanca. Entre todas constituían el germen civil de la democracia en Madrid.

La Brigada de Información, heredera en parte de la policía política del régimen franquista, no daba abasto para impedir aquellas reuniones o, siquiera, controlarlas. Le resultaba imposible cubrir un abanico social tan amplio, que en Madrid podía abarcar a más de 50.000 personas, comprometidas en la empresa de reunirse y dialogar, primero, y decidir después reivindicaciones para la mejora de sus condiciones de vida, de trabajo y de vivienda en la ciudad. Fue precisamente este número de personas el que, en la tarde del 22 de junio de aquel año, hoy hace un cuarto de siglo, se echó a la calle para exigir aquellas demandas, signadas todas por un anhelo de libertad con la cual vertebrar un movimiento social desde el que controlar el urbanismo, frenar la carestía, los precios del consumo, el reparto social de la riqueza.

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Una coordinadora de entidades ciudadanas, señaladamente de San Blas, Orcasitas, Vallecas y Moratalaz, logró el milagro: la autorización gubernativa para reunir a los vecinos en la calle de Preciados, a las 20.30 de aquel 22 de junio.

En la mañana de aquella fecha, que iba a marcar un hito en la historia de Madrid, una comezón de miedo y esperanza arañaba los ánimos de muchas amas de casa, estudiantes y trabajadores. La tarde llegó. De las bocas de metro de Callao, de Sol, de Santo Domingo, surgieron miles de personas que, en muchos casos, sin conocerse, se miraban a los ojos y participaban de una misma esperanza. Rafael Félix tenía entonces 27 años. Llegó un poco tarde a la calle de Preciados, cuando miles de vecinos ya habían desplegado sus pancartas. En ellas se leían lemas como Viviendas dignas, Asociaciones de vecinos legalizadas, Contra la carestía, Por los derechos ciudadanos... Se sintió emocionado, como la mayor parte de aquéllos a los que entonces contemplaba. Estaban allí, reunidos, y la policía, en una calma tensa, permanecía vigilante. De pronto, de un ala de la calle surgió un grito: 'Aquí estamos, nosotros no matamos'. Un escalofrío recorrió la tarde de aquel martes. Algunos policías sonrieron. La culpa acababa de cambiar de bando en la calle de Preciados. Con su presencia pacífica, sus pancartas y su firmeza, los vecinos organizados acababan de imponer la democracia desde la calle, tras 37 años de silencio. En 1978, las asociaciones vecinales fueron legalizadas. Pese a ello, el 1 de mayo de 1980, el movimiento vecinal sufrió un duro embate: Arturo Pajuelo, de la asociación Guetaria, de Orcasitas, moría apuñalado por la extrema derecha. Una huelga general dejaba semiparalizada la ciudad.

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