Editorial:

Encuentro en Eslovenia

La entrevista en Eslovenia entre George Bush y Vladímir Putin, final de la gira europea del presidente estadounidense, ha dado de sí todo lo que se podía esperar de un encuentro en el que de antemano se descartaba cualquier compromiso, y donde lo más importante era que los dos responsables de la inmensa mayoría de los arsenales atómicos mundiales se mirasen por vez primera a los ojos. Desde este punto de vista, la reunión ruso-estadounidense ha funcionado.

Bush y Putin, interlocutores obligados durante los próximos años, se han elogiado mutuamente, han acentuado sus elementales coincide...

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La entrevista en Eslovenia entre George Bush y Vladímir Putin, final de la gira europea del presidente estadounidense, ha dado de sí todo lo que se podía esperar de un encuentro en el que de antemano se descartaba cualquier compromiso, y donde lo más importante era que los dos responsables de la inmensa mayoría de los arsenales atómicos mundiales se mirasen por vez primera a los ojos. Desde este punto de vista, la reunión ruso-estadounidense ha funcionado.

Bush y Putin, interlocutores obligados durante los próximos años, se han elogiado mutuamente, han acentuado sus elementales coincidencias, pasado de puntillas por los desencuentros más obvios (expansión de la OTAN en antiguos territorios de la URSS, Chechenia o el creciente comercio militar entre Rusia e Irán), y enfatizado el hecho de que en el año 2001 debe darse por cancelada la enemistad entre EE UU y Rusia. Todo en agudo y esperanzador contraste con el tono belicoso que desde Moscú y Washington señaló hace casi medio año la toma de posesión de Bush.

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Si el encuentro de Liubliana marca un giro en las relaciones entre los dos países más poderosos del mundo, el tiempo lo dirá. Que ambos presidentes hayan ordenado a sus jefes diplomáticos y militares buscar coincidencias sobre las que establecer un nuevo marco dc seguridad global -ese vago concepto cuyo arco de bóveda es el escudo antimisíles- es alentador, pero retórico a estas alturas. Desde su inferioridad, Putin, que significativamente regresaba de China, ha sido claro sobre el tema estrella de la reunión: Rusia quiere que se definan con claridad cuáles son las presuntas amenazas que Washington esgrime como fundamento de su nueva iniciativa estratégica, y advierte contra decisiones unilaterales del tipo de la abrogación del tratado ABM, el instrumento que durante décadas ha frenado la carrera balística y que Bush proclama reliquia de la guerra fría. París y Bonn, entre los aliados europeos de Washington, han señalado inequívocamente al presidente estadounidense su enorme escepticismo sobre el proyecto de paraguas atómico.

El cara a cara esloveno, en fin, ha sido útil para ambos mandatarios. Ante los líderes europeos y su propio Senado, ahora conducido por la oposición demócrata, Bush ha mostrado -en Liubliana y el resto de su gira- su cara más dialogante y menos impositiva. Putin vuelve a Moscú con las manos libres para lidiar la grave situación rusa después de conocer de primera mano que la nueva Administración estadounidense no está por la confrontación.

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