Tribuna:

Deshacer el embrollo

El resultado del referéndum irlandés sobre la modificación de los tratados de la Unión Europea debe ser contemplado como un elemento más del debate abierto tras la evidente frustración creada por la cumbre de Niza. Sería superficial intentar buscar explicaciones meramente locales en la abstención y en el voto negativo irlandés que, si estaban presentes, no pueden esconder que el eslogan electoral más popular de la campaña era Europa sí, Niza no.

Disimular el componente europeo de la respuesta popular y no partir de un análisis crítico del proceso de construcción de la Unión Europ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El resultado del referéndum irlandés sobre la modificación de los tratados de la Unión Europea debe ser contemplado como un elemento más del debate abierto tras la evidente frustración creada por la cumbre de Niza. Sería superficial intentar buscar explicaciones meramente locales en la abstención y en el voto negativo irlandés que, si estaban presentes, no pueden esconder que el eslogan electoral más popular de la campaña era Europa sí, Niza no.

Disimular el componente europeo de la respuesta popular y no partir de un análisis crítico del proceso de construcción de la Unión Europea y de sus insuficiencias nos llevaría peligrosamente a entrar en una dinámica de culpabilización de los irlandeses atribuyéndoles injustamente la voluntad egoísta de bloquear la ampliación.

Si se quieren buscar las causas políticas de la elevada abstención y de la mayoría del no, hay que hacerlo en la importante resolución sobre el Tratado de Niza aprobada por amplísima mayoría por el Parlamento Europeo en la sesión plenaria del día 31 de mayo, que contaba como ponentes a Íñigo Méndez de Vigo, del Grupo Popular, y Antonio José Seguro, del Grupo Socialista, una resolución que iba precedida de una razonada exposición de motivos.

Nada en este documento, que ayuda a comprender el resultado del referéndum irlandés, invita a considerar positivamente los acuerdos alcanzados en Niza por los presidentes de Gobierno de los 15 Estados miembros de la Unión, pese al intento de cada uno de ellos de vender los resultados de la cumbre ante sus correspondientes opiniones públicas como un triunfo personal.

'La preparación y las negociaciones del Tratado de Niza, como ya ocurrió con el Tratado de Amsterdam, pusieron de manifiesto el agotamiento del método puramente intergubernamental para la revisión de los tratados', asegura el Parlamento Europeo en el punto número cinco de su resolución. Y es precisamente aquí donde está la clave para deshacer el embrollo al que nos ha conducido un proceso que, sin negar sus aspectos positivos, hoy se caracteriza por hacer cada vez 'más confuso y menos transparente el proceso decisorio dentro de la Unión', es decir, alejado de la información y de la intervención de los ciudadanos europeos.

Al final de su resolución, en el punto 44, el Parlamento Europeo 'pide a los parlamentos nacionales que cuando se pronuncien sobre el Tratado de Niza expresen su firme compromiso en favor de la convocatoria de una convención'. Es decir, que en la perspectiva de las nuevas reformas de 2004 se abra un proceso constituyente, con la participación decisiva de los representantes directos de los ciudadanos, que sustituya los tratados -que son acuerdos entre los gobiernos- por una Constitución que exprese la relación entre ciudadanos europeos, asegure recursos presupuestarios suficientes y garantice una redistribución justa de los beneficios generados por la unión económica y monetaria.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Los ciudadanos europeos de Irlanda ni podían plantear la exigencia de una convención constituyente, como pone como condición el Parlamento Europeo en su resolución, ya que no estaba incorporada en la pregunta, ni tenían garantías de que su compromiso positivo en el referéndum representaría un avance hacia la ampliación que asegurase al mismo tiempo una política social justa y progresista.

Los presidentes de los gobiernos integrados en la Unión Europea deben entender que no es posible reunirse a espaldas de la opinión publica, discutir sobre intereses gubernamentales, alumbrar unos tratados cada vez más ininteligibles y luego pedir a los ciudadanos un voto afirmativo en un acto de fe europeísta.

Deshacer el embrollo en que se ha situado el proceso de integración europea sólo será posible si hay en la Unión una nítida separación de poderes, una simplificación de sus instituciones, una clara conciencia de la participación responsable de los ciudadanos, una total transparencia de los procedimientos y una información eficaz y comprensible para todo el mundo. Muchos de los debates abiertos después de Niza tienen el mérito de llamar la atención sobre la necesidad de superar las insuficiencias escandalosas que han evidenciado las dos últimas cumbres, pero no abordan el hecho de que hoy no sólo está en primer plano el qué, sino que es preciso cambiar el cómo. Es decir, para culminar la construcción europea, el método intergubernamental está agotado y hay que abrir un nuevo método que tenga como objetivo impulsar una convención en la que, junto al Parlamento Europeo y los parlamentos estatales, las regiones y los municipios, los ciudadanos tengan voz y voto en la definición del marco global de una Constitución europea.

No hay duda de que el camino hacia ello está lleno de dificultades, pero hay que ser conscientes de que hasta que no se abra este nuevo proceso nadie podrá escandalizarse por el desinterés o la desconfianza de los ciudadanos y por el estancamiento del necesario proceso de culminación de la Unión Europea.

Antoni Gutiérrez Díaz es eurodiputado.

Archivado En