Tribuna:

Maldito primer curso del XXI

Éste no va a ser, precisamente -y ahora ya lo sabemos seguro-, el mejor curso de nuestras vidas. En las memorias que las universidades catalanas están acabando de redactar, este primer y maldito curso del siglo XXI se teñirá irremediablemente de muerte. El asesinato de Ernest, claro, y ayer, la tremenda noticia del infarto de Antoni. No me pregunten por qué, pero en cuanto he conocido la desgracia, enseguida he rememorado la figura confortable y ecuánime de Capa, reconvertida aquella mañana triste de octubre en un símbolo, un alegato contra la intolerancia, contra todo eso que, en sus p...

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Éste no va a ser, precisamente -y ahora ya lo sabemos seguro-, el mejor curso de nuestras vidas. En las memorias que las universidades catalanas están acabando de redactar, este primer y maldito curso del siglo XXI se teñirá irremediablemente de muerte. El asesinato de Ernest, claro, y ayer, la tremenda noticia del infarto de Antoni. No me pregunten por qué, pero en cuanto he conocido la desgracia, enseguida he rememorado la figura confortable y ecuánime de Capa, reconvertida aquella mañana triste de octubre en un símbolo, un alegato contra la intolerancia, contra todo eso que, en sus propias palabras, 'mató también a la Universidad'. La muerte de Ernest y de Antonio ha llamado a nuestras puertas con distintas tarjetas de presentación, pero en el fondo es la misma: es el desgarro, el alejamiento, el larguísimo y desolado camino de la pérdida no anunciada, del adiós irremisible.

Hombre, Capa, ¿por qué ahora, demonios, por qué? ¿Por qué, ahora, cuando ya no tendrías que lidiar con los toros del claustro, con tantas reivindicaciones, con tantos problemas, con el presupuesto y yo qué sé cuantas cosas más? Ahora que ibas a volver a investigar en serio, a darte el gustazo de trabajar en aquello que tú sabes. Bueno, tampoco tanto. No te imagino solo, otra vez, ante un proyecto de investigación. Lo de ser rector es, casi, casi, como lo de ser cura. Que imprime carácter, para que me entiendas. Y no ibas a poder sustraerte de opinar sobre esta ley que nos quiere comer la autonomía y sobre el espacio europeo, y sobre esa Universidad, la tuya, la de todos, que 'debe ser transitiva y no enroscada'.

Te vas, demonios, y nos dejas con las lágrimas, con las pocas lágrimas que aún nos quedan. Y con tu recuerdo (este febrero, sin ir más lejos, en La Habana, hablando de la vida, del enorme regalo de la vida), que no es sólo el del hombre bonachón y afable, lleno de humanidad, que nos han querido pintar. También te enfrentaste a la sinrazón, impusiste la autoridad del rector para evitar violencias o para luchar contra barbaridades de uno y otro signo. Eras duro cuando tenías que serlo y es justo ahí donde se nota la dignidad de la persona que luchó, como en tu caso, a favor de la libertad, del progreso, del respeto a unos determinados valores.

Éste no va a ser el mejor curso de nuestras vidas, pero Alicia (¿te acuerdas?, mi hija) leerá dentro de unos días su tesis de Farmacia y entonces seré un poco más feliz. Me insistías en que querías venir, en que querías estar a mi lado, una mañana alegre de junio, para escuchar no sé qué de proteínas con fórmulas que los de Letras no entendemos. Ese día en que iba, eso sí, a entenderse la amistad, ¿dónde demonios te voy a encontrar?

Alicia (mi hija, ¿te acuerdas?) ha escrito en el frontispicio de su trabajo la letra de una canción de Llach: 'A força de nits, m'estimo la vida' (a base de noches amamos la vida). Pensaré en ti, Capa, y en el futuro, y en las noches que se llevaron a mis amigos y en los días en que aún podemos amarles. Y en esas cosas en las que aún creemos, Capa, amigo.

Josep M. Nadal es rector de la Universitat de Girona.

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