Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

Y el Barça baja a Segunda...

Reconozco que con sólo escribir el título ya he notado un hormigueo inquietante por la zona medular, que debe de ser la que regula los fantasmas de cada cual. Y los míos, tan poblados de noches de frío y franquismo, oyendo al Barça en la radio de la cocina, con los fogones encendidos y toda la esperanza de familia derrotada centrada en esa pelota que, si entraba, nos redimía de tanta adrenalina estómago adentro, los míos deben de ser muy sólidos. Tuve, como todo dios, mis complejos de universitaria progresista que se avergonzaba de ser una forofa futbolera y que iba por ahí escondiendo esa deb...

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Reconozco que con sólo escribir el título ya he notado un hormigueo inquietante por la zona medular, que debe de ser la que regula los fantasmas de cada cual. Y los míos, tan poblados de noches de frío y franquismo, oyendo al Barça en la radio de la cocina, con los fogones encendidos y toda la esperanza de familia derrotada centrada en esa pelota que, si entraba, nos redimía de tanta adrenalina estómago adentro, los míos deben de ser muy sólidos. Tuve, como todo dios, mis complejos de universitaria progresista que se avergonzaba de ser una forofa futbolera y que iba por ahí escondiendo esa debilidad, hasta que un buen día me rescató de mis vergüenzas san Vázquez Montalbán. ¡Podíamos ser del Barça! Hasta empezó a formar parte de lo progre o, en todo caso, no se daba de bofetadas con lo culto. ¡El fútbol! Pasión a ras de tierra, casi instinto puro, podía volver a existir en nuestras almas tan sobrecargadas de letras, ideas y revoluciones de bolsillo. Y así volví a sentir el Barça en la piel, como en los fríos de mi infancia, como tantos otros que somos culés sin cura posible. Sin embargo, reconocido el enganche y asumida la incapacidad de rehabilitación, a veces mi cerebro se independiza de mis instintos y casi opina por su cuenta, y últimamente está convencido de que lo mejor que le puede pasar a esa anhelada Cataluña nueva es que el Barça baje a Segunda. Me dirán que tamaña barbaridad tiene más de provocación que de reflexión, sobre todo tal como le van las cosas al Madrid. Pues no, para desgracia de mí misma, empieza a ser un intento de idea.

¡A Segunda! En primer lugar por militancia anticlerical. Si estamos por rebajarles teología a los símbolos catalanes y convertir la Cataluña esencial en una Cataluña volteriana, capaz de pensar en cartesiano lo que ahora piensa en estomacal, estaremos de acuerdo en que el Barça es la primera y más peligrosa de las religiones. Tanto que, de la misma forma que los dioses de antes nos marcaban el calendario, la gastronomía y hasta el alcance del placer que podíamos permitirnos, esta nueva religión campa a sus anchas en las programaciones de nuestra vida. Pero hay más: reorienta nuestras frustraciones colectivas, válvula de escape para poner gritos donde no hay proyectos; se inventa ofensas, polémicas; crea de la nada líderes sociales; sustituye las preocupaciones por esotéricos rifirrafes dialécticos más propios del lenguaje portuario que del ejercicio del pensamiento, y así va moldeando una masa de gente como si fuera un simulacro de país. En la confusión total, parece que sea el país el que padezca esas ofensas, viva con pasión esas polémicas, tenga para su grandeza a tamaños líderes... Al estilo de lo que dijo el cátedro Núñez cuando, ante un atónito Clos, habló de esa ciudad, Barcelona, que tenía el nombre del club..., Cataluña acaba siendo el accidente territorial de su club estrella. Símbolo mucho más simbólico que las vírgenes emblanquecidas o la vieja bandera que ondea triunfante por los casinos de la patria, el Barça es teología pura, hasta el punto de que lo mío debe de ser puro sacrilegio. ¿Opio del pueblo, a la usanza del buenazo de Marx? ¿Adormidera de inquietudes mucho más profundas y por ende más revolucionarias? Puede que vaya por ahí, desde que este Gobierno del 'ancha es Castilla' declaró el fútbol servicio público de interés general. Pero más allá del rol general que el fútbol está acometiendo con precisa efectividad, consiguiendo elevar la estulticia colectiva a límites cósmicos, el Barça le pone su granito específico, más que un club como es el club de nuestros amores... El granito de una Cataluña esencial, bobalicona y harto retrógrada que se hincha como en manada cada vez que las huestes enemigas atraviesan el Ebro. Si ganan, el país recupera algún agravio histórico. Si pierde, alimentamos nuestro atávico victimismo. Y así vamos tirando, ciegos de mirada interior, encantados de ese psicoanálisis colectivo que el Barça nos permite practicar para alegría de Woody Allen...

Y de la teología, a un territorio cercano: la moral. A favor de la moral colectiva, tampoco iría mal que bajase a Segunda. ¿Cómo hemos llegado a esta locura que convierte un deporte en una rueda de miles de millones de pesetas, tan desalmado que se parece ya más a una industria de hot dogs -adulteración incluida- que a un sano reto deportivo? Una rueda poderosa, que cambia programaciones televisivas, modifica fiestas, presiona leyes y consigue que políticos de cualquier pelaje se mueran por picotear en su manita. No es de extrañar que cualquier nuevo rico con sugerente cuenta de explotación vea el Barça como la palanca para conseguir prestigio social. ¿Prestigio por la vía del prestigio? Para nada, pero ¿y qué? Consiguen ser alguien, ellos que sólo vendían pisos... ¿Qué harían la mayoría de los 101 dálmatas de la actual junta si el Barça, caído a Segunda, les dejara sin trampolín de notabilidad? Pero la pregunta no es ésa. La pregunta es: ¿cómo hemos llegado hasta el punto en que, por la vía del Barça, algunos de éstos puedan llegar a ser líderes de algo?

También hay lo de la cura de humildad, que no le iría nada mal al Barça en su prepotencia, pero como soy poco amiga de las penitencias, no sé si utilizar el argumento. En todo caso, queda expresada mi contradicción: me muero por golear al Madrid, grito como una posesa cuando veo ese juego de patio de escuela que me gastan las botas millonarias, y mi almita más recóndita se emociona cuando ve los colores del Barça lejos de casa. Pero sé que todo ello es una trampa, que hemos montado un circo cósmico tan cargado de enanos crecidos como harto de millones gastados. Y sé que el circo distorsiona la realidad hasta el punto de inventarse un país ficticio. ¿Cómo hacer para disfrutar del invento y no caer en la pura estupidez? No tengo la receta, pero mandar al Barça a Segunda quizá nos daría tiempo para inventarnos un antídoto. Que golear al Madrid es un vicio de placer, pero ¿tiene que ser cada vez la resurrección almogávar, en surreal versión Don Piso?

Pilar Rahola es escritora y periodista Pilarrahola@hotmail.com

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