Columna

Protocolo

Apenas han transcurrido tres meses desde que George Bush tomó posesión como presidente de Estados Unidos. El tiempo suficiente para, por un lado, confirmar de nuevo que en esas elecciones no deberían votar sólo los ciudadanos estadounidenses, sino los de todo el mundo, puesto que las políticas que se deciden desde la Casa Blanca a todos nos afectan, y por otro, que no es lo mismo votar a los demócratas que a los republicanos, porque sin duda Al Gore no habría adoptado las mismas decisiones. En las semanas transcurridas desde que asumió el cargo, Bush ha confirmado estos extremos. Se estrenó co...

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Apenas han transcurrido tres meses desde que George Bush tomó posesión como presidente de Estados Unidos. El tiempo suficiente para, por un lado, confirmar de nuevo que en esas elecciones no deberían votar sólo los ciudadanos estadounidenses, sino los de todo el mundo, puesto que las políticas que se deciden desde la Casa Blanca a todos nos afectan, y por otro, que no es lo mismo votar a los demócratas que a los republicanos, porque sin duda Al Gore no habría adoptado las mismas decisiones. En las semanas transcurridas desde que asumió el cargo, Bush ha confirmado estos extremos. Se estrenó con un bombardeo sobre Bagdad, anunció un impulso a la llamada guerra de las galaxias mediante un aumento del presupuesto de defensa, ha buscado pelea con Pekín en el caso del avión espía, ha rememorado la guerra fría con la expulsión de un centenar de diplomáticos rusos acusados de espionaje y de alguna manera ha alentado el incremento de la tensión en Oriente Medio. Y todo eso sólo en lo que concierne a la política exterior, porque en la política doméstica Bush también se ha retratado con medidas como la rebaja fiscal o los favores a la escuela privada en detrimento de la pública. Sin embargo, de entre todas las decisiones tomadas por la nueva Administración republicana en estos meses, la más grave es la referida a la denuncia del Protocolo de Kioto para la reducción de los gases causantes del efecto invernadero. Bush se ha desentendido del acuerdo firmado en 1997 para pagar así la factura a las grandes corporaciones que financiaron su campaña electoral, que no quieren ni oír hablar del asunto. Las apocalípticas previsiones acerca de las consecuencias de la emisión de gases a la atmósfera -calentamiento de la tierra, cambio climático, sequías, lluvias torrenciales y subida del nivel del mar, entre otras- convierten la decisión en una grave irresponsabilidad. Sobre todo porque afecta a todo el planeta. Cabe la esperanza de que la propia sociedad norteamericana, pionera en materia de defensa del medio ambiente, obligue a Bush a rectificar. Mientras tanto, todos deberíamos presionar. Piensen, por ejemplo, que parte del territorio valenciano puede desaparecer, engullido por el mar.

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