Columna

Tradición

Andalucía es una tierra en permanente peligro de complacencia en la tradición. Muchos entienden la facilidad para mirarse y gustarse que tiene Andalucía como elemento paralizante que impide toda capacidad crítica y, por tanto, condiciona un cierto carácter conformista. En la medida en que los tópicos son verdades sin matices y lugares comunes repetidos cuando da pereza el análisis, me resisto a creer ese, tan utilizado por quienes consiguen con su aparente denuncia, entronizar lo banal como elemento decisivo. Viene esto a cuento de los días que vivimos, de la potencia de la tradición, contra l...

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Andalucía es una tierra en permanente peligro de complacencia en la tradición. Muchos entienden la facilidad para mirarse y gustarse que tiene Andalucía como elemento paralizante que impide toda capacidad crítica y, por tanto, condiciona un cierto carácter conformista. En la medida en que los tópicos son verdades sin matices y lugares comunes repetidos cuando da pereza el análisis, me resisto a creer ese, tan utilizado por quienes consiguen con su aparente denuncia, entronizar lo banal como elemento decisivo. Viene esto a cuento de los días que vivimos, de la potencia de la tradición, contra la que muchos tienen la necesidad de situarse, en un ejercicio de autodefensa de lo que entienden como triunfo del pasado. Naturalmente hablo de la Semana Santa y su discurrir por una Andalucía en plena orgía de sol y derroche de oros y oropeles. Que es pasado está claro, porque del pasado viene; pero no tiene por qué renunciar a estar en un futuro perfecto, siempre que sepamos construírnoslo.

Escribo desde Sevilla, donde es imposible dar un paso en esta semana de todos los excesos sin encontrarse con ellos en la esquina por la que se decida escapar, si es que se decide. No es posible. En una sucesión de ráfagas, apenas vistas ya desaparecidas; en un juego en el que la belleza se burla de la espera, desapareciendo casi al instante de haber llegado, todo parece suceder para encender el ansia de más, el deseo de poder volver otra vez cada año, y estar en el instante preciso de la maravilla, para seguir creyendo en lo que no se ve, de puro breve y fugaz que es su paso. Así lo vivo y así siento que lo viven miles de personas, con las que me rozo y comparto unas emociones difíciles de transmitir a quienes las niegan, manteniéndose en actitud militante de rechazo a la tradición. Ni la historia, ni la falta de ella, garantizan la felicidad de los pueblos. El peso de la tradición sí los ha aplastado muchas veces. Pero Andalucía es hoy un lugar en el que viven ciudadanos libres, mayores de edad democrática, que pueden mantener sus tradiciones y disfrutar de toda su belleza, su fuerza y su importancia, mientras miran al futuro y exigen vida después de la tradición. Quererlo todo y saber hacer convivir tradición y modernidad, si no es la perfección, se le debe parecer.

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