Tribuna:

Marcos y Fox desafían al destino

El 2 de julio de 2000, día de la elección de Vicente Fox, candidato del Partido de Acción Nacional (PAN) a la presidencia de la República, la historia volvió a abrirse de golpe: la paz en Chiapas podía convertirse en un objetivo razonable. Los zapatistas lo entendieron. Desde la toma de posesión del nuevo presidente, Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) proclamaron su voluntad de diálogo y anunciaron una marcha pacífica sobre México para ser oídos en el Congreso. ¿No había dicho Fox que una vez elegido haría la paz en '15 minutos'?

En el fondo del litigio está Ch...

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El 2 de julio de 2000, día de la elección de Vicente Fox, candidato del Partido de Acción Nacional (PAN) a la presidencia de la República, la historia volvió a abrirse de golpe: la paz en Chiapas podía convertirse en un objetivo razonable. Los zapatistas lo entendieron. Desde la toma de posesión del nuevo presidente, Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) proclamaron su voluntad de diálogo y anunciaron una marcha pacífica sobre México para ser oídos en el Congreso. ¿No había dicho Fox que una vez elegido haría la paz en '15 minutos'?

En el fondo del litigio está Chiapas. Y en el fondo de Chiapas está el sol negro de la condición de los indígenas; es decir, toda la tragedia de Latinoamérica. Gracias al gesto mediático de Marcos, la búsqueda de dignidad de los indígenas se ha tornado en una reivindicación por todos conocida. La tercera parte de la población de Chiapas es de origen maya; también disponen de importantes recursos hidroeléctricos, petróleo y gas. Una estructura territorial muy compleja se codea con los tradicionales latifundios. Desde el punto de vista militar, la región ha sufrido un vuelco los últimos siete años. En 1994 no había más que algunos cuarteles. Hoy, todo Chiapas está peinado, rodeado, ahogado. No hay pueblo que no esté bajo vigilancia militar. Hay un soldado por cada nueve habitantes. Esta presencia armada entraña sin remisión el desarrollo de la prostitución, de la violencia, de todo tipo de tráfico, y deja el campo libre a las milicias paramilitares, que aterrorizan a las poblaciones sospechosas de ayudar a los zapatistas.

Marcos, el 'subcomandante' enmascarado, cuyo rostro es tan anónimo como mundialmente conocido, ha sacado su fuerza y el sentido de su lucha de esta tierra. Su genio: comprender que en la época de las identidades el repliegue era la trampa más nefasta; que la lucha por la reconquista de la singularidad de los indígenas sólo podía tener éxito si pasaba también por la lucha por la igualdad de todos, y que una y otra implican el rechazo a la homogeneización inherente a la mundialización liberal. 'Queremos ser ciudadanos como los demás, queremos formar parte de México': esta aproximación igualitaria tiene como blanco tanto a los ricos propietarios de tierras acostumbrados a usarles como mano de obra esclava como a los que sueñan con verlos confinados en sus reservas, impotentes, semiciudadanos mantenidos al margen del mundo de los blancos.

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Tras más de seis años de resistencia no violenta, a finales de febrero de 2001 se ha inaugurado una nueva fase con la marcha sobre México.

Algunos meses antes, recibí una carta de invitación de Marcos para asistir como 'testigo' a la audiencia de los zapatistas en el Congreso. Decía: 'No le pedimos que se haga eco de nuestra lucha, sino que nos ayude a ser escuchados. Porque el legislador tiene el deber de escuchar, tanto en América como en Europa. Y es lo que pedimos: que quienes tienen la alta responsabilidad de elaborar las leyes nos escuchen atentamente'. Sólo que el Congreso recibe a Marcos a regañadientes. Curiosa atmósfera la de México, donde Fox se declara a favor del diálogo, mientras que los diputados se niegan a escuchar a los zapatistas.

En efecto, el presidente Fox y su ministro del Interior, Santiago Creel, quieren llegar a un 'acuerdo de compromiso', porque se enfrentan a una resistencia muy fuerte en el seno de su propio partido y en el Ejército. Pero ¿qué compromiso? 'Encontrémonos, discutamos', insiste Santiago Creel, que sabía que yo iba a ver a Marcos al día siguiente. Porque, otra paradoja, no hay ningún contacto en sentido estricto entre el cuartel general de los zapatistas y el Gobierno. Marcos ha rechazado toda discusión mientras no se respeten las señales. El único enlace es su representante, el arquitecto Fernando Yanes, que le representa en el seno de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). Pero Yanes discute la ley, nada más que la ley. Marcos explica así su rechazo a los contactos secretos: 'Lo que nosotros pedimos es público. Esperamos que el Gobierno responda claramente a las tres señales y que los diputados decidan recibirnos. Después, todo es posible'. Pero los diputados del PAN siguen poniendo obstáculos.

Yo informo a Marcos de que, al final de la tarde, seré recibido por el presidente del Congreso, Ricardo García Cervantes. '¿Crees', me pregunta entonces, 'que podría solicitar que recibáis a una delegación zapatista en el Parlamento Europeo para explicar nuestra causa?'. Es la chispa que convierte el encuentro en acontecimiento.

Se convoca una rueda de prensa. El anuncio levanta mucho ruido. El Parlamento Europeo se convierte de pronto, durante unos días, en un elemento suplementario en este pulso. Pero una extraña lentitud deja que afloren los prejuicios, los regateos, los cálculos miserables. Jorge Castañeda, el brillante ministro de Asuntos Exteriores de Fox, asegura: 'No veo ningún inconveniente al llamamiento zapatista ante el Parlamento Europeo. Y estoy convencido de que encontraremos una solución para salir del punto muerto'. Pero la guerra del tiempo continúa.

La respuesta llegará tres días después, de Marcos: '¿Se niegan a recibirnos en el pleno? Nos vamos, volvemos a nuestros bosques, pacíficos pero no vencidos. ¡Nos vamos mañana!'.

Un trueno. El presidente Fox reacciona inmediatamente: anuncia la liberación de todos los detenidos, la retirada de Guadalupe-Tepeyac, pide que se escuche en el Congreso a los zapatistas y a los delegados de la unión de pueblos indígenas. Marcos lo aprueba. Fox se ha decidido por fin. El encuentro tiene lugar el miércoles 28, en el Congreso, ante un centenar de diputados, sobre todo del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y del PRI. Los cargos electos del PAN han votado contra la propuesta. La sesión es histórica. Marcos está ausente. Es la comandante 'Esther', indígena con la cara cubierta, la que defiende las posiciones de los zapatistas. Subraya, entre otras cosas, que es la primera vez en 500 años que los indios pueden expresarse ante una autoridad institucional, que el racismo es el principal obstáculo para la emancipación social y la integración nacional, que los zapatistas no quieren la secesión ni la independencia, que la autonomía en el marco del Estado federal no debe actuar en su contra, y proclama por fin la apertura del diálogo oficial con el Gobierno, por mediación del arquitecto Yanes. '¡Viva México!', repite tres veces. El debate que sigue durante cuatro horas no evita ninguna cuestión. La sesión concluye con los diputados y los zapatistas entonando juntos el himno nacional de México.

La historia de México acaba de dar un vuelco. La reunión se realiza entre el proceso de transición democrática guiado por Fox y el proceso de integración nacional exigido por Marcos. Fox tiene pocos aliados. Su partido, el PAN, no le ha seguido. Corre el riesgo de neutralizarlo cuando haya que afrontar los inmensos problemas que surjan en los gobiernos federales para la aplicación de la ley. Pero Fox sabe que ya no se puede evitar la cuestión indígena. Marcos, por su parte, quiere que la autonomía territorial en el Estado federal se ponga al servicio de los más humildes.

Porque en esta batalla no debe haber vencedores ni vencidos. En esta batalla, el que pierde por no haber ganado contra el otro, gana por haber perdido por el otro. Marcos define estupendamente, una vez más, esta dialéctica de la reconciliación. Dice: 'El zapatismo es un movimiento social que, frente a la posibilidad de la lucha armada, ha optado por el diálogo y la negociación. Hasta ahora, ha perdido. En el caso de los movimientos de revueltas, gana el que no muere, el que persiste, no el que gana. Por parte del Gobierno sólo se puede ganar si se aniquila al adversario. Pero es una guerra de larga duración, en la que el terrorismo llega a tu calle, a tu casa, a tu televisor... Es grave para la nación y me atrevería a decir que para el mundo entero. Porque lo que está en juego aquí no es sólo la ley sobre los indígenas, no es sólo el éxito mediático de Fox o el índice de popularidad de Marcos, de lo que representa o no como símbolo, como mito, como líder social o como futuro dirigente de la izquierda. Lo que está en juego aquí es la posibilidad misma de una solución al conflicto. Vamos a sentarnos a la mesa de las negociaciones y vamos a hacer que nos olviden diciendo: ayudadnos a perder. Lo que le estamos diciendo a Fox, y sobre todo al Congreso de la Unión, es precisamente que nos ayuden a perder. Si tenemos éxito en esta movilización pacífica, ¿qué sentido tienen las armas para el EZLN o los movimientos armados? Pero no queremos reeditar las derrotas del pasado. No queremos dar a este país otro héroe vencido en nuestra larga historia de derrotas. Queremos desaparecer'. ¿Para renacer?

El desenlace lógico de la dinámica no violenta desencadenada el pasado 12 de enero de 1994 puede desembocar ahora en una institucionalización progresiva de la reivindicación de igualdad de los indígenas. Se perfila un movimiento que ayudará a democratizar México. Pase lo que pase con la apuesta por la paz que se acaba de sellar, queda que el presidente Fox y el subcomandante Marcos han sabido, gracias al mérito único de su fe, desafiar a un destino de hierro. ¡Que la solidaridad internacional no se debilite jamás en torno a esta lucha contra el racismo y por la igualdad!

Sami Naïr es europarlamentario por el Partido Socialista francés.

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