Columna

Signos de distinción

El dinero es prestigio, y el prestigio es dinero. Hay diversas formas de demostrar a los demás que uno ha conseguido subirse al tren de alta velocidad del éxito. Una de ellas es llenar el carrito de la compra hasta los topes, aunque después, cuando la cosa falla, siempre se pueda quedar uno con los artículos de primera necesidad y abandonar el resto. Esto solo representa un poquito más de trabajo para los empleados del supermercado, que deberán recoger los productos sobrantes y recolocarlos, un poco más apochados, en las estanterías correspondientes. No solamente es esa una de las formas de al...

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El dinero es prestigio, y el prestigio es dinero. Hay diversas formas de demostrar a los demás que uno ha conseguido subirse al tren de alta velocidad del éxito. Una de ellas es llenar el carrito de la compra hasta los topes, aunque después, cuando la cosa falla, siempre se pueda quedar uno con los artículos de primera necesidad y abandonar el resto. Esto solo representa un poquito más de trabajo para los empleados del supermercado, que deberán recoger los productos sobrantes y recolocarlos, un poco más apochados, en las estanterías correspondientes. No solamente es esa una de las formas de alardear de una cuenta corriente boyante, sino también llevar bolsas de comercios caros para transportar cualquier artículo por la calle. Reutilizar las bolsas glamurosas de tiendas de alta costura, por ejemplo, es ideal para meter cualquier cosa, desde los pañales del niño hasta los rollos de papel higiénico, un procedimiento mediante el cual usted no perderá nunca la apostura de un triunfador o triunfadora urbana.

Por supuesto, su mascota deberá comer siempre de la mejor comida enlatada o en saco -nunca sobras-, e ir por la calle a su lado, al extremo de una soberbia cadena plateada, luciendo un collar Gucci de mascotas, que hace un tiempo estaba al precio de unos trescientos dólares. Tal vez cuando los transeúntes vean al perro por primera vez nadie se fije, pero imagínese el efecto que esto causará al segundo vistazo. Eso es distinción, y lo demás son tonterías. Pero si nos trasladamos a otros paisajes, a otros submundos, conoceremos historias alucinantes acerca de lo que la gente hace para demostrar que es alguien. Por ejemplo, en las cárceles femeninas del mundo, el maquillaje es importante, pero en cuestión de prestigio, lo que se lleva la palma es el tabaco. El tabaco de liar, que es un sustituto del dinero, resulta, por otro lado, un pobre sustituto de los cigarrillos manufacturados, sobre todo si son americanos, los más apreciados en las cárceles. Por otro lado, las zapatillas deportivas de marca son otro objeto codiciado en los países en desarrollo, hasta tal punto que muchos han sido asesinados y despojados de su calzado. Y para muchas familias de dichos países del Tercer Mundo, mostrar un televisor en la casa es un signo de prestigio, aunque no haya electricidad. Tener un televisor que no funciona en la sala principal de la cabaña es un signo de distinción. Hasta tal extremo llevan la farsa que incluso son capaces de construirse una antena falsa en la chabola con tuberías viejas.

Ejemplos más cercanos los encontramos a la vuelta de la esquina. Mientras por nuestras calles llevar un libro en la mano es cierto signo de distinción que nos convierte en personas cultas, podemos comparar esto con otros países subdesarrollados, en los cuales tener un libro supone casi ser un literato. En dichos países, poseer un retrete es todo un lujo. Por poner otro ejemplo, dicho en cifras, solo el 40% de la humanidad dispone de una línea telefónica. Nuestros móviles viejos o averiados serían auténticos tesoros para los del Tercer Mundo, que, a pesar de no poder utilizarlos, presumirían mucho por las calles de su pueblo simulando conversaciones. En fin, que hasta los condones son objetos de prestigio en algunos países como Namibia, donde el 20% de la población es seropositiva. Cuando los chicos gritan '¡Tengo un condón!', es para alardear.

Como se puede ver, todo es cuestión del punto de vista desde el que se mire. En todo el mundo, las marcas de prestigio ya han sido falsificadas, manufacturadas normalmente por niños que trabajan en fábricas, en condiciones inhumanas, a cambio de sueldos irrisorios para nosotros. Los objetos caros, o simplemente diferentes, falsificados o no, sirven para marcar distancias. La distancia que hay entre la riqueza y la pobreza. La distancia que hay entre nosotros y ellos. Comparados con otros, nos podemos considerar ricos, aunque no dispongamos de una American Express Centurion, la tarjeta negra -para quitarle importancia- que no tiene límite de compra, y con la cual podríamos alquilar un avión privado para ir a las Bahamas el fin de semana, o comprarnos un Mercedes blindado.

De la misma forma que siempre habrá alguien más rico que nosotros, siempre habrá alguien mucho más pobre. Eso no hay que olvidarlo nunca. Tener en cuenta que todo es relativo es nuestro más valioso signo de distinción.

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