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El estilo barroco del Gobierno

Los lectores de páginas salmón lo tenemos complicado: la economía ayuda poco a entender la historia reciente de las liberalizaciones de los servicios básicos y mucho menos la acción del Gobierno en ésta y otras materias. A falta de marco teórico suficiente y con ocasión de la celebración del año graciano (cuarto centenario del nacimiento de Baltasar Gracián) me atrevo a situar nuestra circunstancia en la frontera del viejo barroco español. Por intentar el entendimiento que no quede. Doy por recordado el magnífico ensayo de José Antonio Maravall (La cultura del barroco, 1975) ; en resume...

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Los lectores de páginas salmón lo tenemos complicado: la economía ayuda poco a entender la historia reciente de las liberalizaciones de los servicios básicos y mucho menos la acción del Gobierno en ésta y otras materias. A falta de marco teórico suficiente y con ocasión de la celebración del año graciano (cuarto centenario del nacimiento de Baltasar Gracián) me atrevo a situar nuestra circunstancia en la frontera del viejo barroco español. Por intentar el entendimiento que no quede. Doy por recordado el magnífico ensayo de José Antonio Maravall (La cultura del barroco, 1975) ; en resumen, gobierno cortesano, presentación de lo viejo como nuevo, recurso a lo oscuro, preferencia por la extremosidad, concentración de la propiedad y mal gusto (Croce), además de decadencia.

La extremosidad barroca, que es algo más que exageración, queda evidenciada por los innumerables programas de liberalización aprobados estos años y los efectos atribuidos a los mismos. El último, de junio de 2000, fue presentado como el más ambicioso desde el Plan de Estabilización de 1958. Además, que yo recuerde, el sector del gas ha sido liberalizado no menos de cuatro veces, el sector eléctrico otras tantas, la sociedad de la información ha merecido innumerables iniciativas; rara es la semana que el Consejo de Ministros no aprueba un plan de choque contra algo, naturalmente efímero (el plan). Y es que el barroco es desbordamiento y reiteración. Tal profusión suele conducir a los medios de comunicación más desconfiados al ejercicio de una de las prácticas habituales del estilo: el desciframiento. Generalmente, con poco éxito. Ya lo dice el maestro Gracián en El arte de la prudencia (aforismo 99): 'Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son raros los que miran por dentro, y muchos los que se contentan con lo aparente'.

También es habitual el recurso a la oscuridad. Hoy nadie discute que la liberalización de los servicios básicos y la introducción de competencia en los mercados de servicios de la economía española recibieron un impulso doctrinal notable en la primera mitad de los años noventa. En la época, el Tribunal de Defensa de la Competencia publicaba de manera regular informes sobre los obstáculos a la competencia en sectores distintos, que aunque provocaban alguna escocedura en los departamentos ministeriales afectados significaban a la postre avances notables. No es casualidad que el Tribunal titulara sus informes de manera levemente ilustrada; probablemente sus autores odiaban como los ilustrados el barroco. Hoy, la consulta a la web del Tribunal informa de que el último estudio de estas características está fechado en 1995. El culto a la oscuridad recibe apoyo de la práctica del conceptismo: las ayudas públicas al oligopolio eléctrico merecen el nombre de costes de transición a la competencia, la cobertura de los déficit de explotación de la industria de defensa queda honrada por la apelación a la investigación. Lo recomienda el mismo maestro (aforismo 253): 'No explicar las ideas con demasiada claridad. La mayoría de la gente no estima lo que entiende, pero venera lo que no percibe'. El amor a la oscuridad del hombre barroco viene acompañado, en los asuntos que nos afectan, por una desconfianza notable respecto de la competencia, que no es estímulo, sino destrucción. Lo dice Gracián en el aforismo 114 del mismo libro: 'Nunca competir... La competencia, para perjudicar, tiende al déscredito'. Mejor la apariencia y el engaño.

Un apunte sobre los gobiernos cortesanos de estilo barroco, y otro final sobre el mal gusto. La literatura sobre lo primero señala que la crisis social sufrida en España entre 1590 y 1680 fue gobernada por un modelo de autoritarismo político que culminaba un complejo de intereses señoriales restaurados mediante el reforzamiento de su predominio en la propiedad de la tierra. En un modelo de estas características, la presencia en la Corte no es garantía suficiente de poder; por decirlo en términos de nuestros días no basta ser amigo, es preciso ser más amigo siempre. De aquí se sigue que el análisis económico de muchas de las decisiones adoptadas por un gobierno cortesano sea práctica inútil; es mucho más esclarecedor asomarse a la geometría de las relaciones de proximidad de quien ejerce el poder. No debe, en consecuencia, provocar extrañeza el abandono progresivo de las modernas técnicas de análisis bursátil en beneficio de la más probada aproximación biográfica a los círculos más íntimos. La manera más segura de saber si una empresa va a crear valor al accionista es saber si su presidente está en alza o baja. Ello nos lleva, sin necesidad de transición, al mal gusto. Está dicho por el autor referido: todo lo anterior desembocó en la extensión de una cultura de baja calidad, digamos de Tómbola, naturalmente subvencionada por los poderes públicos. Es la última consecuencia del integrismo y del secreto.

Alberto Lafuente Félez es catédratico de la Universidad de Zaragoza.

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