Los 'dinosaurios' de la Democracia Cristiana intentan retomar los hilos de la política italiana

Andreotti, Cossiga y Scalfaro, veteranos de una época turbia, buscan el cobijo del poder

Entre los tres suman la respetable cifra de 236 años, pero la edad no ha estado nunca reñida con el poder en Italia, dominada por una gerontocracia en todos los sectores. Los medios de comunicación siguen dedicando amplio espacio a estos grandes dinosaurios.

A los 82 años de edad, y reforzada su autoestima tras dos absoluciones judiciales consecutivas, Andreotti se dispone a dar la batalla política al centro-izquierda y al centro-derecha en las próximas elecciones legislativas. Este fin de semana presenta a la prensa por todo lo alto el nuevo movimiento, co-fundado con el ex líde...

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Entre los tres suman la respetable cifra de 236 años, pero la edad no ha estado nunca reñida con el poder en Italia, dominada por una gerontocracia en todos los sectores. Los medios de comunicación siguen dedicando amplio espacio a estos grandes dinosaurios.

A los 82 años de edad, y reforzada su autoestima tras dos absoluciones judiciales consecutivas, Andreotti se dispone a dar la batalla política al centro-izquierda y al centro-derecha en las próximas elecciones legislativas. Este fin de semana presenta a la prensa por todo lo alto el nuevo movimiento, co-fundado con el ex líder sindical Sergio d'Antoni, Democracia Europea, con el que espera resucitar la Democracia Cristiana, el partido que monopolizó la escena política italiana durante 50 años, hasta el estallido de Tangentopoli , en 1992.

A los periodistas que le preguntan un poco atónitos si un partido de esas características no pertenece a la Primera República (que todos los líderes actuales consideran ya sepultada), Andreotti contesta con el tono engañosamente modoso y contenido que le caracteriza: 'Mire, es que estamos aún en la Primera República, que yo sepa no se ha modificado la Constitución'.

Desde su despacho, en el quinto piso de un edificio recién restaurado en la plaza de San Lorenzo in Lucina, en pleno centro de Roma, Giulio Andreotti, que fuera siete veces primer ministro italiano antes de que un par de mafiosos le llevaran a los tribunales, sigue manejando importantes hilos de poder, dictando consignas a los suyos, concediendo entrevistas que aparecen puntualmente en la prensa con notable relieve.

Hace una semana que anunció oficialmente su decisión de abandonar el grupo del Partido Popular Italiano en el Senado para sentarse en los bancos del grupo mixto, y el centro-izquierda no se ha recuperado todavía de la pérdida.

Los populares, la rama más sólida del árbol caído de la DC, han obtenido enseguida la solidaridad de Oscar Luigi Scalfaro, otro santón de los tiempos del poder democristiano que no pierde ocasión de dar instrucciones a la coalición de Gobierno en las materias políticas más delicadas. En sus años de presidente de la República (fue relevado en 1999 por Carlo Azeglio Ciampi), Scalfaro no se ha distinguido por la imparcialidad que se supone al jefe del Estado. Ahora, como senador vitalicio y con mucho más tiempo libre, no pierde ocasión de aleccionar a los líderes del Olivo sobre cómo afrontar la batalla contra Berlusconi.

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Aun así, son muchas las diferencias que separan a Scalfaro de Andreotti, el estadista más sinuoso de Italia, cuya carrera es sólo comparable a la de Francesco Cossiga, quien, además, ha conseguido superarle en la acumulación de cargos institucionales en su densa biografía política.

Cossiga, sardo de 72 años, ha sido subsecretario de Defensa, ministro del Interior, primer ministro, presidente del Senado, presidente de la República y, como es preceptivo, senador vitalicio al concluir su presidencia. Cossiga se mueve siempre con un pelotón de periodistas detrás que toman buena nota de todas sus declaraciones, a menudo meros ajustes de cuentas contra hipotéticos enemigos. Y un enemigo, para el ex presidente, es cualquiera que no le rinda la pleitesía a la que está acostumbrado este político crecido a la sombra del líder democristiano y gran cacique de la política, Antonio Segni.

Perdido el poder efectivo, Cossiga conserva intacta, sin embargo, la tupida red de relaciones que construyó en el pasado.

'Los casos de Andreotti y Cossiga son muy similares, aunque no las personas, obviamente', explica Sergio Flamigni, ex senador comunista de 75 años, que ha dedicado buena parte de su vida a acumular evidencias demoledoras contra Cossiga, por el desastroso papel desempeñado por la policía a sus órdenes durante el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro. 'Son dos personajes ligados históricamente a los poderes fuertes, quiero decir al Ejército y a los servicios secretos. En 1966, cuando el Gobierno de centro-izquierda decide que el Ministerio de Defensa, guiado durante siete años por Andreotti, debe pasar a manos de un socialdemócrata, toma la precaución de nombrar a Cossiga subsecretario de ese ministerio y responsable directo de los servicios secretos'.

Viejos contactos

A juicio de Flamigni, que acaba de publicar su sexto libro (Los fantasmas del pasado) dedicado al caso Moro y a las 'deficiencias' voluntarias o involuntarias del ministro Cossiga al gestionar aquella crisis, son estos viejos contactos los que mantienen todavía sólido el anclaje del político sardo en la vida nacional. 'Cuando fue ministro de Interior se ocupó de renovar las cúpulas de los servicios secretos italianos y de común acuerdo con Andreotti colocó en estos cargos a personajes de la Logia masónica P2 '.

Pero hay, además, otro detalle importante, en opinión de Flamigni, que explica el 'éxito mediático' de Cossiga. 'Durante sus años al frente de Interior se preocupó de tejer una red de contactos muy tupida con las principales agencias y los principales periódicos nacionales. Otro tanto puede decirse con la televisión. Después, cuando fue elegido presidente de la República, acumuló enorme poder y siempre se preocupó de mantener estos lazos con la prensa'.

Un político sinuoso

La capacidad maniobrera de Cossiga quedó de manifiesto en octubre de 1998, con la caída estrepitosa del Gobierno de Romano Prodi. Gracias a una operación política pilotada por el senador, que había creado incluso un partido político ad hoc (la UDR), Massimo d'Alema, líder del ex comunista Partido de los Demócratas Italianos, pudo cumplir su sueño de suceder a Prodi. Tras la dimisión de D'Alema, Cossiga tuvo que deshacer la UDR por desavenencias con su dueño efectivo, Clemente Mastella (tránsfuga del centro-derecha) y se pasó a las filas de la oposición con los pocos fieles que le quedaban. Tan pocos que el propio senador ha bautizado humorísticamente su grupo como Los cuatro gatos, hoy al servicio del cavaliere Berlusconi. Los poderes de Cossiga llegan hasta el Vaticano, donde es bien recibido, sobre todo por algunos cardenales italianos, e incluso al Opus Dei que le otorgó el título de doctor honoris causa de la Universidad de Navarra en 1994. Ese mismo año falleció en Roma Álvaro del Portillo, sucesor del fundador de la Obra y gran amigo de Cossiga, que no ha dejado de visitar la sede de Torreciudad. Ahora, y tras estrechar lazos con el PNV y el Gobierno vasco, con los que comparte un odio desaforado hacia el presidente del Gobierno español, José María Aznar, el senador vitalicio tendrá que hacer encaje de bolillos para compaginar dos lealtades tan dispares como las que le ligan a Escrivá de Balaguer y a Sabino Arana.

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