La 'pequeña Islamabad' catalana

La mitad de los encerrados en iglesias de Barcelona son paquistaníes, una de las colonias extranjeras más antiguas

La Ciutat Vella de Barcelona es ya casi un pequeño Islamabad donde los paquistaníes, una de las colonias de extranjeros más antiguas de la capital catalana, han abierto multitud de pequeños negocios: tiendas de todo a 100, peluquerías, supermercados que nunca cierran y restaurantes que exhalan fragancias de multitud de especias. Según el último padrón municipal, no son más de 3.000, una cifra que pone en la picota un simple paseo por el casco histórico de Barcelona. La Delegación del Gobierno para la Inmigración refleja en su balance de la última regularización que hasta julio pa...

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La Ciutat Vella de Barcelona es ya casi un pequeño Islamabad donde los paquistaníes, una de las colonias de extranjeros más antiguas de la capital catalana, han abierto multitud de pequeños negocios: tiendas de todo a 100, peluquerías, supermercados que nunca cierran y restaurantes que exhalan fragancias de multitud de especias. Según el último padrón municipal, no son más de 3.000, una cifra que pone en la picota un simple paseo por el casco histórico de Barcelona. La Delegación del Gobierno para la Inmigración refleja en su balance de la última regularización que hasta julio pasado solicitaron los papeles 6.241 paquistaníes, de los que 2.285 (un 36,61%) resultaron agraciados con la ansiada documentación. Los paquistaníes residentes legalmente en España ascienden así, según los mismo datos, a 7.411 personas.

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Pero la Delegación del Gobierno en Barcelona asegura que se presentaron sólo en esa provincia 14.000 solicitudes de regularización de ciudadanos de ese país asiático. El 92% de esos expedientes fueron rechazados, porque según el director de la Oficina de Extranjería, Eduard Planells, esas solicitudes llegaron por fax desde Pakistán o bien fueron presentados por terceras personas, lo que indicaría que 'muchos de ellos no viven en Barcelona'. 'Vinieron por el efecto llamada de la anterior Ley de Extranjería', considera Planells. Este proceso de regularización ha sumido a la comunidad paquistaní en un profundo malestar, lo que ha hecho que más de la mitad de los encerrados en iglesias de Barcelona sean ciudadanos de este país.

Pero ese supuesto efecto llamada del que habla el responsable de Extranjería de Barcelona no se ha notado en Girona, donde se han aceptado el 80% de las solicitudes presentadas por paquistaníes, un 50% más que en Barcelona.

Un ciudadano de Pakistán afincado en la capital catalana desde los años ochenta asegura que los nuevos llegados son hijos de la pequeña burguesía de Karachi o Islamabad: 'Han pedido un crédito a la familia y han pagado un millón y medio de pesetas a agencias que les aseguraron un billete y un visado'. Pero la regularización ya es más complicada. Uno de los recién llegados explica que en Holanda y Alemania hay auténticos profesionales de la falsificación de documentos. 'Te cobran entre 25.000 y 50.000 pesetas por el papel que quieras'. Este mismo testigo asegura que estos falsificadores, también paquistaníes, se han afincado en Barcelona durante el último proceso de regularización.

Pero mientras no consiguen regularizarse, los paquistaníes trabajan en lo que pueden, sobre todo como lavaplatos o vendedores. Muchos se ganan la vida a base de castigarse la espalda. Son los repartidores de butano.

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Muchos ni constan en la plantilla de la empresa repartidora, puesto que son simples ayudantes del camionero. Sin contrato ni sueldo, sólo ingresan las propinas, por lo que no suelen ganar más de 100.000 pesetas al mes.

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