Tribuna:

Valencia, ¿contrapeso de Barcelona?

Uno está ya acostumbrado -¡qué remedio!- a lidiar con modas y modismos que no resisten la prueba del siete. Por poner un ejemplo que me es próximo por razones profesionales, el empacho que estamos cogiendo con el desarrollo sostenible (¡menuda palabreja!) es de órdago. Aunque en éste, como en el caso que nos ocupa, a veces hay suerte y se puede reconducir el tema de la mano de gente inteligente que, como Roberto Camagni, ha sabido darle a la sostenibilidad urbana un contenido positivo, alejado del catastrofismo y la bisoñez anacrónica de los verdes beligerantes que quisieran falansterio...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Uno está ya acostumbrado -¡qué remedio!- a lidiar con modas y modismos que no resisten la prueba del siete. Por poner un ejemplo que me es próximo por razones profesionales, el empacho que estamos cogiendo con el desarrollo sostenible (¡menuda palabreja!) es de órdago. Aunque en éste, como en el caso que nos ocupa, a veces hay suerte y se puede reconducir el tema de la mano de gente inteligente que, como Roberto Camagni, ha sabido darle a la sostenibilidad urbana un contenido positivo, alejado del catastrofismo y la bisoñez anacrónica de los verdes beligerantes que quisieran falansterios en lugar de ciudades.

Los Reyes nos han dejado un regalo que si no fuera por su carga contaminante (contaminación mental, en este caso) se merecería que no dedicáramos al asunto ni una ralla. Me refiero a la 'gran operación estratégica de convertir Valencia en contrapeso de Barcelona'. Dicha malévola operación ha sido descubierta por Xavier Bru de Sala, Oriol Bohigas y, en menor medida, José Miguel Iribas (EL PAÍS, 14 de enero de 2001, pg. 24). Vaya por delante mi respeto y admiración a los citados pero creo sinceramente que, como suele decirse, se la han dado con queso y han picado.

La euforia por el AVE que tendremos, Dios mediante, a finales de la década es muy propia de un empresariado que nunca ha sabido exigir nada y de una clase política gobernante que, si históricamente ha sido siempre muelle y sumisa con Madrid (a costa de castellanizarse y pasar de cualquier proyecto de País), desde 1996, con la Generalitat y el Ayuntamiento en manos del PP, ha llevado esta práctica a su punto más álgido. Lo cual no empece para que nos hayan martilleado con el poder valenciano en Madrid, con lo bien colocado que estaba Zaplana para suceder a Aznar, con que éramos los mejores del mundo mundial, la locomotora de España, los inventores del mejor sistema de financiación autonómica y una serie interminable de sandeces que (los media son los media y para eso están) no sólo han cosechado adictos en los mal informados aborígenes sino que, incluso, han contaminado las Ramblas.

Pero, como me decía una amiga refiriéndose a un alto cargo institucional del PP valenciano, 'si rascas no hay nada'. Que Madrid tenga interés en conectarse con el eje mediterráneo es lógico. También lo tienen los vascos -como acertadamente apunta Iribas- y nadie se extraña. Por algo la conexión o pertenencia al famoso eje es condición necesaria, aunque no suficiente, para no descolgarse de Europa. Lo de las redes de ciudades funciona y hay que estar. Pero ese interés tiene poco que ver con una política de potenciar Valencia como contrapeso a Barcelona. Si existiera o existiese tal voluntad sería exclusivamente retórica puesto que, en términos de inversión, todos, toditos los fastos cultural-científico-empresariales del Sr. Zaplana los hemos pagado, durito a durito, los valencianos y ahí está el crecimiento exponencial de la deuda para demostrarlo. Para más inri, las únicas contribuciones relevantes que el Estado central ha hecho a la ciudad fueron realizadas en el mandato de Ricard Pérez Casado hace ya más de una década: el enterramiento de las vías a su paso por los poblados marítimos y la construcción del paseo marítimo (conveniado con Saez de Cosculluella) y la construcción del Palau de la Música (conveniado con Javier Solana). El Plan Felipe de mejora de las infraestructuras viarias todavía no se ha finalizado, el Euromed es un caramelo de consolación y el eje mediterráneo al que quiere acercarse Madrid está siendo penalizado (pagamos un elevado peaje en la A-7, es incomprensible que se haga antes el TAV Madrid-Valladolid que el de Valencia-Barcelona, la autovía Sagunto-Somport está aplazada sine die etc).

O sea que de potenciación nada. Si una promesa de AVE con Madrid, la competitividad ganada a pulso del Puerto de Valencia y la construcción, para mayor gloria del César, de espectaculares contenedores culturales de contenido incierto son hechos que ponen nerviosos a algunos amigos catalanes y les hacen ver molinos de viento, la cuestión es fácil de resolver: se bajan un día, comemos en la playa y se lo explicamos.

Valencia, ciudad del disenso, no puede hacerle sombra a Barcelona ni optar a la cocapitalidad. ¡Que más nos gustaría! Sólo intentarlo sería señal de que sabemos lo que queremos ser de mayores y qué papel queremos jugar dentro y fuera de nuestro País. Pero ese no es el caso hoy por hoy y, conviene no olvidarlo, hay un problema de dimensión, de masa crítica. Y si nos metemos en ámbitos cualitativos habrá que recordar la diferencia entre la urbs (las piedras) i la civitas (la ciudadanía). Si en la primera dimensión estamos todavía lejos de tener el urbanismo y los equipamientos de Barcelona, en la segunda andamos renqueantes y sin el mínimo de ambición colectiva imprescindible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sería estúpido negar el dinamismo económico del Área Metropolitana de Valencia (explicable por la buena coyuntura económica general y por la burbuja especulativa inmobiliaria adjunta) y el hecho de que, en relación con nuestra dimensión, contamos con un stock de equipamientos de capitalidad de considerable valor y lamentable infrautilización. Pero de ahí al 'contrapeso potenciado por Madrid', hay muchas leguas. Si ponemos las cosas en su sitio, ni la ciudad de Valencia está ayuna de oportunidades de futuro -sobre todo si cambia de gobernantes- ni tiene mucho sentido sobrevalorar estas oportunidades. Más nos valdría reforzar los lazos de colaboración, aprovechar las sinergias y saber diferenciar mejor las políticas de gestos de los hechos.

Demostrar la veracidad de las anteriores afirmaciones es bastante sencillo con cifras en la mano y ya hace tiempo que sería procedente realizar una comparación seria entre las áreas metropolitanas de Valencia y Barcelona. Se busca personal interesado y, a ser posible, algún espónsor que haga que el esfuerzo no caiga en la categoría de las ANR (actividades no remuneradas).

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

Archivado En