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Cuando las autoridades prohibieron la lógica, mi marido se empeñó en que entregáramos voluntariamente el sentido común, cuyo tráfico estaba penalizado, aunque se permitía su posesión para uso individual. Yo me resistí, por miedo a que con el tiempo volviera a hacernos falta, y propuse que lo guardara mi padre, que era muy mayor y vivía con nosotros, pensando que en él podía pasar por una forma de demencia senil. A partir de entonces, el único que en casa reía o lloraba durante los telediarios era el abuelo. Mi marido, el niño y yo, atrapados en la lógica general, permanecíamos frente al aparat...

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Cuando las autoridades prohibieron la lógica, mi marido se empeñó en que entregáramos voluntariamente el sentido común, cuyo tráfico estaba penalizado, aunque se permitía su posesión para uso individual. Yo me resistí, por miedo a que con el tiempo volviera a hacernos falta, y propuse que lo guardara mi padre, que era muy mayor y vivía con nosotros, pensando que en él podía pasar por una forma de demencia senil. A partir de entonces, el único que en casa reía o lloraba durante los telediarios era el abuelo. Mi marido, el niño y yo, atrapados en la lógica general, permanecíamos frente al aparato con la expresión oscura de los simios de zoológico frente a una cáscara de plátano. No sabíamos qué decir.

Cuando murió papá, le arrancamos el sentido común antes de que llegara el forense y se lo dimos al niño, que se entretenía con él haciendo juegos de palabras de los que los vecinos empezaron a sospechar enseguida. Entonces, mi marido y yo, hartos de tanto ocultamiento, nos rendimos a la evidencia y decidimos entregar en la comisaría el sentido común, al tiempo que metíamos al niño en la catequesis para que no se diera cuenta de lo que perdía a cambio de tomar la primera comunión disfrazado de almirante de la OTAN.

Al poco, sin embargo, de hacerle comulgar con uranio empobrecido se habló del síndrome de los Balcanes, lo que nos preocupó relativamente gracias a que nos habíamos quedado un poco tontos. De todos modos, para compensar las carencias de sentido común inherentes a nuestra dieta, compraba muchos sesos de vaca con la idea de que de lo que se come se cría. Lo malo es que enseguida apareció un mal ligado a este órgano y las autoridades prohibieron el cerebro. Entonces me dije: 'Voy a hacer muchos caldos con huesos de columna vertebral para que no perdamos al menos la verticalidad'. Y me puse manos a la obra, hasta que la ministra de Sanidad dijo que la columna vertebral era muy peligrosa. Así que prohibieron la columna vertebral casi al mismo tiempo que el cerebro. Descerebrados y desvertebrados, pues, vimos la entrevista que se hizo a sí mismo Aznar en Antena 3 y nos gustó mucho. Alguna ventaja teníamos que tener.

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