Columna

Hipotecas

La alcaldesa de Valencia está encantada con el informe favorable de la Consejería de Cultura para su proyecto de prolongar la avenida de Blasco Ibáñez a través de El Cabanyal. De acuerdo con el dictamen, la nueva fase de la avenida es compatible con la protección de la trama urbana del barrio, declarada bien de interés cultural, porque supone una mejora o una regeneración. El argumento, cogido absolutamente por los pelos, traerá cola y se presta a una polémica ciudadana, a un debate jurídico y, eventualmente, a un contencioso judicial de imprevisibles consecuencias. Pero Rita Barberá se ha dec...

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La alcaldesa de Valencia está encantada con el informe favorable de la Consejería de Cultura para su proyecto de prolongar la avenida de Blasco Ibáñez a través de El Cabanyal. De acuerdo con el dictamen, la nueva fase de la avenida es compatible con la protección de la trama urbana del barrio, declarada bien de interés cultural, porque supone una mejora o una regeneración. El argumento, cogido absolutamente por los pelos, traerá cola y se presta a una polémica ciudadana, a un debate jurídico y, eventualmente, a un contencioso judicial de imprevisibles consecuencias. Pero Rita Barberá se ha declarado entusiasmada. Ha convertido el proyecto en una cuestión personal. Le importan mucho más esos cientos de metros que conducirán a la playa arrasando más de 1.700 viviendas que el olvidado parque central, elemento de reorganización urbana de primera magnitud, o los cientos de kilómetros del tren de alta velocidad, cuyo trazado se debate hoy en Murcia al más alto nivel. La conexión adecuada de Valencia al triángulo con Madrid y Barcelona mediante el AVE, una opción que se ve seriamente amenazada por los itinerarios que defienden los presidentes autonómicos del PP valenciano y murciano y el presidente socialista de Castilla-La Mancha, adquiere una envergadura estratégica que desborda ampliamente la miopía doméstica de una alcaldesa que preside la federación española de municipios y provincias pero es incapaz de jugar ninguna baza de futuro de la ciudad más allá del cinturón de ronda. Gracias a eso, Valencia vive ensimismada en un sopor provinciano, cerrada sobre ella misma en un momento en el que resulta fundamental establecer apuestas en el terreno de la modernización y las infraestructuras. Con Zaplana endeudando la Generalitat (ya son más de 900.000 millones) para hacer bascular la polaridad territorial hacia el sur y Barberá entretenida en hacer de El Cabanyal un barrio demediado, la capital y el País Valenciano se enfrentan desde la insolvencia a unas hipotecas que se pagarán caras en el nuevo milenio.

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