Columna

Nostalgia

El domingo pasado decía Vicente Verdú que nadie desea salir del siglo XX y pasar a un inquietante siglo XXI transparente, liviano y abstracto. Ya no nos deslumbra un progreso que nos puede arrollar sin que podamos hacer nada por controlarlo, sino que preferimos volver la vista atrás al pasado reciente para frenar el tiempo con el fin de tranquilizarnos: 'una expresión de nostalgia por el perdido sentido de la vida'.

Seguro que tiene razón y no sé cómo saldremos del atolladero porque no creo que podamos estancarnos ni dar marcha atrás indefinidamente; aunque, limitando esa teoría a un lu...

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El domingo pasado decía Vicente Verdú que nadie desea salir del siglo XX y pasar a un inquietante siglo XXI transparente, liviano y abstracto. Ya no nos deslumbra un progreso que nos puede arrollar sin que podamos hacer nada por controlarlo, sino que preferimos volver la vista atrás al pasado reciente para frenar el tiempo con el fin de tranquilizarnos: 'una expresión de nostalgia por el perdido sentido de la vida'.

Seguro que tiene razón y no sé cómo saldremos del atolladero porque no creo que podamos estancarnos ni dar marcha atrás indefinidamente; aunque, limitando esa teoría a un lugar concreto como es Sevilla, todavía me parece más difícil entrar en el siglo recién estrenado, pues a veces se diría que hemos pasado por el anterior sin enterarnos, creyéndonos en el Edén, los primeros en calidad de vida por tantas y tan estupendas fiestas como tenemos, por nuestro barroco que, por maravilloso que sea, no es el único estilo artístico posible, por lo bien que lo pasamos en los bares y por lo felices que somos, tanto que preferimos que las cosas cambien lo menos posible no vaya a ser que perdamos esa felicidad.

Plotino hablaba de tres tiempos: el presente en el que hablamos, el pasado de la memoria y el futuro de las esperanzas y los temores. En nuestro caso, el presente se remansa en la memoria del pasado y del futuro sólo tenemos los miedos. Por eso, cuando tomamos la decisión de llevar a cabo alguna innovación metemos la pata con tanta frecuencia, porque estamos tan poco acostumbrados que cualquier fantasía nos parece magnífica, y por eso muy pronto recogemos vela, volvemos a frenar y a quedarnos con lo que tenemos. No me refiero a innovaciones de envergadura científica en las que ni entro ni salgo por desconocimiento, sino a temas mucho más cotidianos, como pudieran ser, por ejemplo, los carteles con los que se anuncian los negocios y comercios. Tanto pedir que se conserven los edificios con valor artístico para después regarlos de letreros que verdaderamente llaman la atención: por cada uno discreto hay veinte que tiran de espaldas y chabacanean la ciudad. Así ocurre con muchas otras cosas, y quizá por eso dudamos tanto entre la modernidad o la nostalgia.

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