Tribuna:

Respeto, diálogo y paz

Desde mi exilio nada dorado y con el respeto que se merece todo humano, me dirijo al lehendakari Ibarretxe tras su mensaje del sábado en este mismo periodico, pese a que el desempeño de su cargo hace tiempo que dejó de merecer cualquier respeto. Cuando uno es presidente de Gobierno debe saber que su función política se constituye como la parte más visible de su faz humana y no es precisamente rutilante la faz del lehendakari que nos mintió a los vascos en el acto de tomar su cargo, un lehendakari que, contra toda costumbre democrática, dirige un Gobierno en minoría par...

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Desde mi exilio nada dorado y con el respeto que se merece todo humano, me dirijo al lehendakari Ibarretxe tras su mensaje del sábado en este mismo periodico, pese a que el desempeño de su cargo hace tiempo que dejó de merecer cualquier respeto. Cuando uno es presidente de Gobierno debe saber que su función política se constituye como la parte más visible de su faz humana y no es precisamente rutilante la faz del lehendakari que nos mintió a los vascos en el acto de tomar su cargo, un lehendakari que, contra toda costumbre democrática, dirige un Gobierno en minoría parlamentaria, un lehendakari que se convirtió en ilegítimo desde el momento en que, sin dimitir de su cargo, anunció que no tenía valor y estaba sobrepasado el marco legal de su propia representatividad política (la Constitucion y el Estatuto): solamente tras dimitir como lehendakari hubiera podido en adelante defender con legitimidad sus propias ideas de construcción nacional.No es, no, muy rutilante la faz humana de un lehendakari cuyo consejero de Interior no cumple su función deteniendo al delincuente, protegiendo por igual al ciudadano y haciendo que la sociedad viva en el respeto a la ley; cuyo consejero de Justicia no vela por hacer justicia a la víctima, sino que la equipara con el verdugo, ni cesa a su alto funcionario de Estado que ha deslegitimado su función al participar en una algarada callejera de ETA-HB contra el cumplimiento de las leyes; cuyo brazo derecho y portavoz del Gobierno, un tal Imaz -que no precisamente "un tal Fernández"-, fue elegido para su cargo tras una intensa actividad mendaz e inmoral en los medios de comunicación. Y no proseguiré detallando la vejación constante de los derechos de los ciudadanos vascos en materia cultural que hace el Gobierno vasco, porque no es solamente a este lehendakari a quien haya que endosársele la factura de la más absoluta desigualdad en el reparto de los bienes culturales en nombre de una discriminación positiva a favor del euskera y de los vascohablantes.

Pero aun sin ser nada rutilante su faz humana, nuestras convicciones nos exigen tratar con humanidad su escrito del sábado de aproximarse al diálogo con nosotros, los que siempre sólo hemos querido dialogar. Pero tratar con humanidad su gesto de pedir "respeto, diálogo y paz" implica tomarle en serio y discutir sus ideas de respeto, diálogo y paz, porque una persona es siempre sagrada, pero sus ideas puede que no lo sean, o no lo sean siempre; y las de tan preclaro nacionalista vasco como él, que todavía no ha denunciado su pacto de ayuda mutua con ETA, nos obligan, sin embargo, a estar en guardia contra cierto uso de su lenguaje y su léxico capcioso y hasta vergonzante. El lehendakari se equivoca de entrada cuando pide desde la primera línea de su mensaje "el respeto a las legítimas aspiraciones políticas de cada grupo", pues el respeto solamente lo merecen las personas, sobre todo porque las personas piensan, y precisamente para que piensen con libertad y decidan libremente sobre su propia vida merecen respeto todas las personas. En cambio, sus ideas y aspiraciones son parte de sus particulares intereses y puede que no sean siempre respetables y, desde luego, no lo son si pretenden imponerse con coacción y chantaje a las ideas de los demás. Así, las ideas de ETA y HB no merecen ningún respeto y poquísimo también las del PNV cuando pacta proyectos con ETA o cuando a los vascos que no somos nacionalistas no nos deja llamarnos vascos, sino españoles, o las de un lehendakari que cree que los fines de ETA y los del PNV son coincidentes. Tristes ideas ésas, que no merecen ningún respeto.

En nuestro sistema de convivencia, para ser respetables, las ideas e intereses deben mostrarse abiertamente y sin coacción ante el ciudadano para que éste, informado, decida. Éste es el primer y básico diálogo y todos sabemos que no existe en Euskadi, pues no todas las ideas pueden ser igualmente defendidas ni los ciudadanos pueden organizarse igualmente para defenderlas. Pero, además, tampoco el PNV ha llevado jamás sus ideas soberanistas a sus votantes para que las conozcan, discriminen y voten. El segundo momento de diálogo es el de la discusión entre los elegidos por la decisión ciudadana, es decir, el diálogo entre parlamentarios, y no hace falta ser un experto en política para comprender que en Euskadi tampoco ha existido diálogo parlamentario, pero, ahora mismo, el lehendakari no está haciendo caso a lo que el Parlamento vasco, tras dialogar, está decidiendo por mayoría. Además, el diálogo no es esencialmente, como opina Ibarretxe al inicio del mensaje, un "método para resolver los conflictos", sino el único modo de vivir en sociedad, porque para eso se forjó la lengua: para dejar de ser animales poniéndonos a hablar. Todas las sociedades del mundo han existido y existen gracias al diálogo, pero no todas resuelven el conflicto con el diálogo; también existen rituales de paso, de vida y hasta de guerra para resolver el conflicto. También se resuelve el conflicto usando la libertad y marchándose uno o cejando en sus ideas cuando no dan buenos resultados. Nosotros mismos hay veces que exigimos sanciones y penas para el que se saltó el diálogo pactado, que eso es la ley; el conflicto de los países democráticos con la Alemania e Italia nazifascistas no se solventó con el diálogo, sino a tiro limpio.

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Sin embargo, la aparente ambigüedad del léxico de Ibarretxe sólo parece servirle para ocultar el análisis de la realidad social porque, ¿cómo puede describirse el ataque al respeto entre vascos diciendo que "asistimos a un vendaval de difusos perfiles democráticos", según el cual quien se separa de la doctrina oficial está condenado al ostracismo, cuando no a penas peores? ¿Cómo describir el ataque al diálogo entre vascos en nombre de que "se abren camino inútilmente actitudes de incomunicación y cerrazón"? ¿Qué realidad vasca puede describir Ibarretxe sin mentar jamás el contexto de la palabra "asesinato", ni la falta de seguridad y libertad de expresión y asociación política y cultural para los ciudadanos no nacionalistas? ¿A que "vendaval de difusos perfiles democráticos" se refiere el lehendakari cuando silencia las quemas de establecimientos, viviendas y vehículos y no se menciona la extorsión a los comerciantes y profesionales o el hostigamiento de cuantos somos considerados "españolistas" simplemente porque no pensamos según la doctrina del Gobierno de Ibarretxe? En todo su largo texto sólo existe una caracterización de ETA, y no precisamente para exigir su disolución ni para condenar sus fines, que son los de acaudillar un proyecto totalitario de secesión violenta, ni tampoco sus medios (utilizar las vidas y las instituciones para esos fines). La referencia teórica a ETA de Ibarretxe es esperpéntica: "En una sociedad libre y democrática, amenazada y atemorizada por la ceguera violenta y brutal del terrorismo de ETA, ¿por que quienes podemos no hablamos?". Es la ceguera de ETA lo que Ibarretxe condena, siguiendo al pensador oficial de su partido, que da en suponer que ETA no es consciente de que en vez de servir al nacionalismo lo desprestigia, retrasando la construcción nacional y apoyando con sus asesinatos al PP-PSOE. Pero no sólo no hay ceguera en ETA, sino una más que sutil visión etnica de que solamente con inteligencia "violenta y brutal" llegará a lograr sus objetivos. De entrada, su inteligencia astuta ya ha logrado no sólo atemorizar al personal no nacio

nalista, sino hasta al propio PNV haciéndole sentar en una mesa a pactar sus intereses, pacto que acaudilló precisamente el lehendakari rompiendo -como exigía el pacto- "los acuerdos que mantiene con los partidos que tienen como objetivo la construccion de España y la destrucción de Euskal Herria". Ibarretxe analiza la situación en el País Vasco sin referirse a su vergonzoso pero vigente pacto con ETA, explicitado contra el PP-PSOE (contra la relación con personas organizadas en la búsqueda de soluciones políticas) y no solamente contra ciertas de sus ideas.Se podrá discutir siempre si aquello que dijo Gandhi, y gusta repetir Ibarretxe, de que "no hay caminos para la paz, la paz es el camino", haya sido válido en India, en 1949, pero no comparto con el lehendakari su supuesto de que la paz sea el camino, porque la paz es siempre el fin único de toda politica. Como las personas somos los fines, la paz social es ya cierto reino de los fines (pese a la opinión de la Iglesia católica). El camino para ello es siempre la libertad y la justicia; cuanta más libertad y justicia, es decir, cuanto mayor reparto igualitario de los derechos de libre expresión y asociación, cuanto mayor uso social de esa cultura de la discusión, crítica y asociación, tanta mayor paz civil se estará logrando. Porque estará en manos de las propias personas construir su proyecto vital (y no su proyecto nacional). También Franco logró una cierta paz social, precisamente una paz nacional, pero sin libertad personal o muy restringida para ciertos sectores con determinadas ideas. Ibarretxe también se equivoca en esta confusión de medios y fines, seguramente porque tiene adscripciones doctrinarias confusas que le mueven a no ejercitar su propia libertad ante el pensamiento unico dentro de su partido y, ciertamente, no es la paz lo que han logrado más de 20 años de Gobierno nacionalista, siendo el periodo Ibarretxe el más cruel y de mayor escarnio.

Podría aceptar su intención y buenos deseos, pero eso no le basta para gobernar a un país en libertad y justicia para todos por igual. Su enorme confusión entre ideas y personas, respeto y diálogo, paz y libertad, le han incapacitado ya para gobernar, puesto que le están impidiendo analizar lo que pasa en nuestra sociedad. Exigir su dimisión para que discuta sus ideas como un ciudadano más es lo más humano que se le puede desear. Ojalá él hubiera deseado mucho más y de manera práctica que los vascos excluidos estuviésemos dialogando junto a los suyos, nosotros también como los suyos, sin más protección que el mero respeto a nuestras persona

-s. Mikel Azurmendi, profesor de Antropología social en la Universidad del País Vasco, acaba de publicar el libro Y se limpie aquella tierra. Limpieza étnica y de sangre en el País Vasco (siglos XVI-XVIII) en la editorial Taurus.

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