Editorial:

Menor crecimiento

La economía española sigue manteniendo un apreciable ritmo de crecimiento, según se desprende de los datos de la contabilidad nacional referentes al tercer trimestre del año, hechos públicos el pasado día 19. El producto interior bruto (PIB) creció, en ese periodo, un 4,1% en términos anuales, una décima por debajo de la tasa anual correspondiente a los dos trimestres anteriores. A primera vista, parecería que esos datos encajan mal con un clima internacional dominado por la desaceleración de la economía estadounidense y que, en consecuencia, la economía española puede sentirse a salvo de sus ...

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La economía española sigue manteniendo un apreciable ritmo de crecimiento, según se desprende de los datos de la contabilidad nacional referentes al tercer trimestre del año, hechos públicos el pasado día 19. El producto interior bruto (PIB) creció, en ese periodo, un 4,1% en términos anuales, una décima por debajo de la tasa anual correspondiente a los dos trimestres anteriores. A primera vista, parecería que esos datos encajan mal con un clima internacional dominado por la desaceleración de la economía estadounidense y que, en consecuencia, la economía española puede sentirse a salvo de sus posibles efectos. Se trata de un espejismo. Más allá de esos datos concretos, todavía positivos, aunque con tendencia a ir reduciendo el diferencial de crecimiento que de momento mantiene la economía española frente a las de su entorno, lo relevante será el papel que vayan a jugar la demanda interna y la externa en el inmediato futuro del desarrollo económico español.Los datos de la Contabilidad Nacional señalan que la demanda interna ha reducido su papel como motor de la economía española; el consumo privado y la inversión en bienes de equipo han sido los componentes que han experimentado una desaceleración más pronunciada, mientras que la inversión en construcción todavía ha mantenido una velocidad de crucero relativamente aceptable en ese trimestre. No ocurre lo mismo con la inversión en bienes de equipo, que sigue registrando tasas de crecimiento inferiores al PIB; el reforzamiento del impulso inversor sigue siendo fundamental tanto para la continuidad en el crecimiento del empleo como para conseguir aumentos en la tasa de productividad del conjunto de la economía. Esta última se mantiene en niveles relativamente reducidos, escasamente congruentes con las expectativas creadas en torno a la nueva economía e incompatibles, en cualquier caso, con la estabilidad exigible al crecimiento económico y con la modernización de nuestro sistema productivo. Indicadores distintos relativos al sector industrial apuntan de forma más clara a un debilitamiento del sector industrial en los últimos meses del año.

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Quizás la nota más favorable radica en el mejor comportamiento del sector exterior, en la medida en que por primera vez desde 1997 el crecimiento de las exportaciones ha superado al de las importaciones, lo que no impide que en el conjunto del año el sector exterior siga drenando posibilidades de crecimiento. En un momento en el que la demanda interna se modera y retrocede, el relevo de la demanda exterior contribuiría a orientar el crecimiento hacia un patrón más saneado y sostenible. Pero ese mayor protagonismo de las exportaciones de bienes y servicios puede dejar de contar con los apoyos circunstanciales que ha tenido en ese trimestre. La depreciación del euro, un factor que ha jugado a su favor, comienza a ser cosa del pasado. Y no está claro que la demanda de los países del área del dólar, donde la expansión de las ventas de productos españoles ha sido más evidente, mantenga el mismo ritmo en el futuro. Nuestra economía deberá soportar también el próximo año un castigo inflacionista superior no sólo al de los países con los que compartimos moneda y la mayor parte de nuestros intercambios, sino al de algunos de nuestros potenciales clientes de otras zonas.

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La necesidad de abordar esta nueva fase de menor crecimiento económico en el mundo y en España, caracterizada además por inequívocas tensiones inflacionistas y por un menor ritmo de crecimiento del empleo, constituye el reto más importante que tiene sobre la mesa el Gobierno español. El contraste entre los datos del tercer trimestre del año y los del anterior, claramente reflejados por la contabilidad nacional, basta para dar por concluido un periodo caracterizado por una excesiva complacencia por parte del Gobierno en la corrección de unos desequilibrios que, sin duda, comenzarán a manifestarse a partir de ahora de forma más acusada.

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