Tribuna:

Butxana

Ferran Torrent acaba de publicar su última novela con la portada de color plata metalizada. El metalizado en pintura fue un estímulo estético para la automoción, incluso puede que supusiera una cierta posmodernidad para el sector, aunque aquí es más probable que la editorial sólo haya tratado de establecer un juego de evidencias y sobreentendidos con el título y el contenido de Cambres d'acer inoxidable. De cualquier modo, el hecho constituye una novedad en el gremio -y acaso una alegoría del brillo de la trayectoria de un autor alejado años luz del lacrimógeno pantano literario indígen...

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Ferran Torrent acaba de publicar su última novela con la portada de color plata metalizada. El metalizado en pintura fue un estímulo estético para la automoción, incluso puede que supusiera una cierta posmodernidad para el sector, aunque aquí es más probable que la editorial sólo haya tratado de establecer un juego de evidencias y sobreentendidos con el título y el contenido de Cambres d'acer inoxidable. De cualquier modo, el hecho constituye una novedad en el gremio -y acaso una alegoría del brillo de la trayectoria de un autor alejado años luz del lacrimógeno pantano literario indígena- que sirve de alfombra mediática para el regreso del investigador Butxana tras unos años de eclipse. Tantos que no sólo se ha producido una transfiguración en la casta política, sino que vuelve muy crecido por dentro, fuma puros como un señor y se interesa por las palpitaciones del Ibex 35. En un país en que, pese a mirarse tanto en el espejo catalán, el pasatiempo literario parece entretenido en recalentar frangollos y sobredimensionar glorias municipales de interés microscópico -o en promulgar el pufo de que el ensayo es la máxima expresión de la literatura-, es de agradecer que vuelva Butxana fumándose un puro en tapa de plata. Para los valencianos, que no hemos tenido ni el glamour que se llevaba el camarero con la bayeta de los veladores de Bocaccio, mientras Oriol Maspons inmortalizaba a la gauche divine arrodillada ante un Josep Maria Castellet iluminado por la aureola platino de Susan Holmquist, el resplandor metalizado del libro de Torrent supone un conato de lujo. De no ser por su aportación, y la de muy escasos ejemplos más, habría que achantarse con la enésima exaltación al pensionista de turno y concluir que la literatura valenciana era eso. Y sin embargo, el macizo, cuando se contorsiona, le cuelga el mochuelo de recrearse en el cliché valenciano del tipo salido y expansivo, aunque este país ha desarrollado tan fragmentado mosaico de estereotipos, que cada cual hace bien circunscribiéndose al suyo como si se tratara del más íntegro. Pero lo objetivo son los números, y la tirada de esta novela es de 25.000 ejemplares que se agotan en un par de meses.

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