Tribuna:

Refugio

Mientras el mal de las vacas locas,la bacteria de la legionella, el virus Ébola y otras plagas no menos complejas ni desdeñables, como el euro, el míbor y la I+D+I, se adueñan de la situación de forma irreversible, un puñado de amigos de complicado catálogo nos atrincheramos ayer al mediodía tras una mesa para infundirnos ánimo. El hombre siempre se recluyó en la caverna cuando la cosa se puso fea ahí afuera, lo que quizá facilitó que la ansiedad desarrollara su conciencia para poder planificar y establecer estrategias que le permitiesen alterar la realidad, y alejarse así del de...

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Mientras el mal de las vacas locas,la bacteria de la legionella, el virus Ébola y otras plagas no menos complejas ni desdeñables, como el euro, el míbor y la I+D+I, se adueñan de la situación de forma irreversible, un puñado de amigos de complicado catálogo nos atrincheramos ayer al mediodía tras una mesa para infundirnos ánimo. El hombre siempre se recluyó en la caverna cuando la cosa se puso fea ahí afuera, lo que quizá facilitó que la ansiedad desarrollara su conciencia para poder planificar y establecer estrategias que le permitiesen alterar la realidad, y alejarse así del determinismo que lo asimilaba al resto de las especies. Por ese motivo, el sumo sacerdote de la glotonería Alfredo Argilés, que es un tipo carnoso y legal -lo que casi viene a ser una redundancia- dispuso, junto a un repertorio de delicias micológicas de tan interminable como sabroso relato, un par de liebres macho de dos kilos a la royal sobre la mesa de su casa, con lonchas de tocino, zanahorias, ajos y clavo, que habían sido sometidas a un científico proceso de cocción de no menos de 15 horas de duración. Puede que en el fondo la gastronomía, es decir la inteligencia y la sensualidad aplicadas al alimento, no sea sino el resultado de una amenaza exterior que obligó al hombre a la previsión de almacenar nutrientes y a disponer de un excedente de tiempo para racionalizar métodos que le hiciesen más ameno el ejercicio de alimentarse en la reclusión, a la vez que le obligaba a refinar la animalidad del acto. Incluso es probable que sólo se trate de una cataplasma al plato aplicada contra el pesimismo. De cualquier modo, la buena mesa fertilizó la complicidad humana, que es la base que sustenta este asunto. En ese caso, estábamos cerrando un círculo muy ancestral. Ahora que todas esas amenazas están al caer, y ponen de relieve que, como siempre, los redentores están más pendientes de cómo quedan ellos en la situación que de la situación en sí, una de las mejores opciones a fecha de ayer era encerrarse en el refugio y afrontar el reto de este plato preparado con un animal diseñado para la huida, que ya de por sí constituye una enseñanza espiritual muy nutritiva. El resto, acaso sólo fuera hambre.

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