EL PERFILSALVADOR COMPÁN

El planeta de un manitas

Las primeras horas del finalista del Premio Planeta en el instituto, ya sabido el fallo, estuvieron marcadas por el desconcierto y el azoramiento. Casi, casi podría decirse que la modestia con la que Salvador Compán (Úbeda, Jaén, 1960) recibió los parabienes se convirtió en una sensación de pudor al encontrar la sala de profesores empapelada con los recortes de periódico que daban cuenta del hecho. Enfrentarse a tal despliegue de sí mismo debió despertar una sensación de vergüenza extrema en una persona dominada por la timidez y la reserva a la hora de exhibir sus sentimientos en público.Compá...

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Las primeras horas del finalista del Premio Planeta en el instituto, ya sabido el fallo, estuvieron marcadas por el desconcierto y el azoramiento. Casi, casi podría decirse que la modestia con la que Salvador Compán (Úbeda, Jaén, 1960) recibió los parabienes se convirtió en una sensación de pudor al encontrar la sala de profesores empapelada con los recortes de periódico que daban cuenta del hecho. Enfrentarse a tal despliegue de sí mismo debió despertar una sensación de vergüenza extrema en una persona dominada por la timidez y la reserva a la hora de exhibir sus sentimientos en público.Compán encaja mejor la crítica que la alabanza. De la primera se defiende con armas dialécticas, la disecciona y hasta puede asumirla con facilidad. Ante la segunda se envara cuando llega amontonada, como le ocurrió el primer día que acudió a dar clase en el instituto San Isidoro de Sevilla después de haber ganado los 12 millones de pesetas que recibe el finalista del Planeta. Una explosión de felicitaciones alimentada por la sorpresa. El escritor había mantenido un absoluto hermetismo sobre su participación en el concurso. De nuevo, la discreción, la reserva. A decir de una compañera de claustro, "los únicos humos que tiene son los del tabaco". Compán es un fumador empedernido de tabaco negro, en sempiterna batalla con los no fumadores del instituto.

La modestia, empero, no está reñida con la satisfacción. Está feliz con la repercusión del galardón, que le asegura una distribución de 60.000 ejemplares de la novela Cuaderno de viaje, la historia de un escritor que inicia una huida -también interior- desde Madrid, cuando el general Pavía disuelve las Cortes de la I República. Con el premio, Salvador Compán rompe un círculo que siempre le pareció estrecho e injusto, que ciñe como un corsé a ciertos autores andaluces, incapaces de saltar el paso de Despeñaperros para difundir su obra. Un círculo que no se quebró en 1999, cuando ganó el premio Ciudad de Badajoz con la obra Un trozo de jardín, distinguida luego por la asociación de críticos andaluces como la mejor novela de aquel año.

Sólo hay una excepción en su afán por ser leído -le parece una frustración escribir para uno mismo-, que se refiere a su poesía. Inédita por completo y, en consecuencia, un ejercicio frustrado. La razón se esconde tras otro de los rasgos que sobresalen en el carácter del escritor: su espíritu exigente. Compán se enfrenta a su propia obra con dosis de autocrítica y severidad implacables. Puede rehacer un párrafo cientos de veces y desecharlo si, en la enésima tentativa, sigue sin convencerle por completo. Su poesía no le convence por completo. Así que escribe para sí, aunque lo viva como una frustración.

Lector tardío -descubrió los placeres de la literatura en su etapa universitaria- y apasionado, ha coqueteado durante años con la pintura, que ha utilizado para recrear algunos de sus escenarios predilectos, como el cabo de Gata -la tierra de sus padres-, la costa gaditana donde veranea con su esposa o Laredo (Santander), donde estuvo destinado como profesor, al igual que en Bruselas, donde impartió clases para emigrantes. Pero Compán no sólo se maneja con soltura en el terreno del arte, su habilidad con la chapucería es conocida en su entorno, donde le definen como alguien muy detallista, servicial y dulce.

También entre el alumnado -de horario nocturno- abundan los juicios amables. Salvador Compán, profesor de literatura, dista mucho de identificarse con el docente hastiado de las aulas. Disfruta del magisterio y no duda en embarcarse en aventuras extraordinarias, como la dirección de la revista Voces de papel, una publicación del instituto editada desde hace seis años con notable esmero.

Noches para enseñar literatura y mañanas para crearla, a veces arropado por música instrumental. Compán suele madrugar para escribir. Deja las tardes, aparte de las obligaciones escolares, para rutinas sociales, como la asistencia semanal a la tertulia del grupo Cuadernos de Roldán , al que pertenece. Uno de sus compañeros alaba su lealtad, su coherencia y su honestidad: "Es un hombre bueno en el mejor sentido de la palabra, como diría Machado". Un halago que tal vez aprecie especialmente, teniendo en cuenta que Antonio Machado es uno de sus autores favoritos.

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