Tribuna:

Normal y absurdo

Otra vez nos llegó el agua a las corvas. Se abrieron los grifos del cielo en octubre y cayó el agua a raudales. Agua roja y valenciana que fue y será noticia porque, en el ámbito de las noticias, la catástrofe vende más que la normalidad o la rutina.El agua turbia de éste y todos los otoños valencianos no evoca la sensualidad y el erotismo que evocan las aguas poco claras de la primitiva lírica europea. Evoca un doble absurdo: el climatológico y el de la acción humana. Las aguas revueltas y torrenciales evocan la rutina periódica y la lectura de La Geografia del País Valencià, que deber...

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Otra vez nos llegó el agua a las corvas. Se abrieron los grifos del cielo en octubre y cayó el agua a raudales. Agua roja y valenciana que fue y será noticia porque, en el ámbito de las noticias, la catástrofe vende más que la normalidad o la rutina.El agua turbia de éste y todos los otoños valencianos no evoca la sensualidad y el erotismo que evocan las aguas poco claras de la primitiva lírica europea. Evoca un doble absurdo: el climatológico y el de la acción humana. Las aguas revueltas y torrenciales evocan la rutina periódica y la lectura de La Geografia del País Valencià, que debería ser el libro de cabecera de los urbanistas y políticos, de los economistas y alcaldes de este retazo mediterráneo tan seco y tantas veces inundado. El libro de Vicenç M. Roselló Verger es un compendio de datos científicos e históricos; es racionalidad; y es un catalano-valenciano-balear, no exento de coloquialismos amenos, de agradable estilo literario.

Cuando el agua roja rompe lindes y supera el umbral de la puerta de tantas casas valencianas, el texto de Rosselló, publicado hace un lustro por la Institució Valenciana d'Estudis i Investigació Alfons el Magnànim, viene a ser como el mejor comentario a la situación: nuestro clima apacible no es más que un tópico; sólo el clima de los desiertos es más iracundo, más desaforado y absurdo que el nuestro; aquí se compensan los contrastes extremos, esos contrastres que suponen periodos secos seguidos de lluvias torrenciales de acusada irregularidad interanual.

Aquí hubo sequía en 1972 y 1976, en 1978 y en 1981 y este año 2000; aquí hubo temporales y mucha agua roja en 1864 y 1923, y en el 49 y 56 y 57 y 62 y 82 y mañana. En octubre de 1922, el Riu de Millars llegó a tener un caudal de 2.900 metros cúbicos por segundo que ensombrecía la corriente cotidiana del Rin. El Palancia, en 1581 y 1589 y 1776 y 1777, y ayer mismo, miraba con desprecio la corriente de agua que normalmente arrastra el Ródano. La lógica de nuestros cauces, el absurdo de nuestro clima y la normalidad periódica, según detalla Rosselló Verger, que desconocieron, o mejor ignoraron, una cantidad ingente de políticos y urbanistas, de economistas y alcaldes nuestros, durante las últimas cuatro o cinco décadas.

Porque nuestra naturaleza y nuestro clima absurdo tienen su lógica, una lógica implacable y periódica; la acción humana, no. Digamos que el tramo inferior de nuestros cursos fluviales y nuestros escuálidos ríos tienen, o tenían, sus propios mecanismos para aguantar el agua roja, que periódicamente fluye. Unos mecanismos que incluyen, o incluían, zonas bajas y húmedas por donde las corrientes periódicamente se debordan en sus desembocaduras. Y eso por donde Oropesa y Vinaròs, por donde el humilde Riu Sec de Castellón, y por donde el Palancia, el Turia de plata, el Xúquer, el Segura o el Belcaire o el Vinalopó. Por lo tanto, desde el punto de vista de la naturaleza que tiene su lógica no hubo la semana pasada desastre alguno. Desde el punto de vista humano, de la acción humana, se puede y se debe hablar de desastre en los humedales de La Plana y en Oropesa, en la desembocadura del Palancia y en esas poblaciones de L'Horta que aterraron sus barrancos. Y es que quienes fueron, y son, los responsables de la ordenación de tierra valenciana no tienen como cabecera la Geografía de Rosselló, y se olvidaron de aquel refrán autóctono que reza: no faces niu a la vora del riu.

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