"¿Ya has salido, Pavkovic?"

El jefe del Ejército logró evitar, mediante engaños, la represión en Belgrado

ENVIADO ESPECIAL"¿Ya has salido, Pavkovic?", gritaba al teléfono el hoy derrotado ex presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic. La pregunta del déspota, encerrado en su casa del barrio residencial de Dedinje, en Belgrado, mientras el pueblo daba la puntilla a su régimen, tenía una cierta resonancia al "¿arde París?", con que un día Adolf Hitler interrogaba al general de la Wehrmacht al mando de la capital francesa. "Estoy saliendo, señor presidente", le respondía a Milosevic el teniente general Nebojsa Pavko...

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El jefe del Ejército logró evitar, mediante engaños, la represión en Belgrado

ENVIADO ESPECIAL"¿Ya has salido, Pavkovic?", gritaba al teléfono el hoy derrotado ex presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic. La pregunta del déspota, encerrado en su casa del barrio residencial de Dedinje, en Belgrado, mientras el pueblo daba la puntilla a su régimen, tenía una cierta resonancia al "¿arde París?", con que un día Adolf Hitler interrogaba al general de la Wehrmacht al mando de la capital francesa. "Estoy saliendo, señor presidente", le respondía a Milosevic el teniente general Nebojsa Pavkovic, jefe del Estado Mayor del Ejército.

En aquellas horas decisivas del 5 de octubre, al mismo tiempo que el pueblo tomaba el Parlamento Federal y la sede central de la Radio y Televisión Serbia (RTS), el general de 52 años Pavkovic pasó de Saulo a Paulo. El Saulo, un general lacayo de Milosevic y de su esposa, la comunista Mira Markovic, se convirtió en Paulo Pavkovic. El militar, en el momento decisivo, tomó conciencia de que no se podía hacer nada contra el pueblo alzado sin provocar una matanza. Los blindados llegaron a salir del cuartel de Banjica, situado a unos 10 kilómetros del centro de Belgrado. Poco después, los blindados se detuvieron un kilómetro más allá, en espera de que Pavkovic diese la orden definitiva de marcha hacia el centro de Belgrado. La orden no llegó nunca. La suerte de Milosevic estaba echada.

Ljubodrag Stojadinovic, hoy analista político del diario independiente Glas (La Voz), fue coronel de infantería del Ejército de Yugoslavia hasta que en 1995 lo expulsaron, sin derecho a retiro, por su oposición al régimen de Milosevic. Sus excelentes contactos en el interior del Ejército le han permitido iniciar en Glas una serie de crónicas de aquellos momentos dramáticos, que amplió al enviado de EL PAÍS en Belgrado.

La víspera del 5 de octubre, el presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, general Milos Gojkovic, trató de detener a los dirigentes de la Oposición Democrática de Serbia (DOS) para retirarlos de la calle e impedirles participar en la anunciada jornada de lucha. Los jueces militares no encontraron motivos y se negaron a llevar adelante el plan. Por la mañana, las noticias para el Estado Mayor del Ejército eran preocupantes. De toda Serbia marchaban sobre Belgrado decenas de columnas de manifestantes. El general Branko Krga, especialista en inventar historias de conspiraciones extranjeras, con las que surtía al ministro de Información de Yugoslavia, Goran Matic, se desplazó al centro de Belgrado y regresó con la noticia de que ya había 150.000 manifestantes en las calles. A la misma conclusión llegaba el ministro del Interior de Serbia, hoy dimitido, Vlajko Stojilkovic, un secuaz de Milosevic que inició su carrera represora en la ciudad natal del déspota, Pozarevac, y que acabó en las listas de criminales de guerra buscados por el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Milosevic, desde Dedinje, se mantenía en contacto telefónico permanente con Pavkovic en el Estado Mayor y con Stojilkovic en el Ministerio del Interior de Serbia. Tras la toma del Parlamento Federal, los manifestantes se dirigieron a la sede de la RTS, la maquinaria de agitación y propaganda, uno de los pilares del régimen. Los jefes militares constatan que la policía es insuficiente contra más de medio millón de manifestantes y no puede, o no quiere, actuar.

Desde la RTS, su director, Dragoljub Milanovic, que después estuvo a punto de ser linchado por los manifestantes, pedía auxilio. Milosevic le decía: "Aguanta, que Pavkovic llega en 15 minutos". El ministro-policía Stojilkovic le suplicaba a Pavkovic: "Por Dios, basta con que mande 10 carros de combate por la avenida central de Belgrado hasta que los míos se recuperen".

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Pavkovic se encontraba rodeado de un grupo de generales halcones, incondicionales del régimen, que se frotan las manos: "Ahora les vamos a joder a sus madres". Milosevic, al teléfono, inquiere: "La RTS cae. ¿Estás en camino, Pavkovic?" "Ya salgo, señor presidente", le responde, y ordena que se muevan los carros fuera del cuartel para dar la sensación de que se pone en marcha la maquinaria represiva. Los tanquistas, encerrados en sus vehículos, no saben de qué va la cosa. El general Bozidar Delic, que manda los blindados, transmite a Pavkovic: "Estoy listo, señor general". Pavkovic le dice: "¡Espera!" La orden de marcha no acaba de llegar. Milosevic vuelve a preguntar: "¿Has salido ya, Pavkovic?" "Estoy saliendo ya, señor presidente", responde.

Era ya demasiado tarde. Los asaltantes entraban en la RTS y apaleaban delante del edificio al director Milanovic. Las órdenes de atacar al pueblo no salieron nunca de Pavkovic, quien mandó proteger a Milosevic en su barrio de Dedinje. El halcón general Krga se enteró de que un hijo suyo estaba entre los manifestantes y de pronto se reconvirtió en paloma. Días más tarde, el presidente Vojislav Kostunica se entrevistó con Pavkovic y optó por mantenerlo en su puesto.

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