El alienígena

Una multitud alegre y con ganas de baile abarrotó Zeleste en su última noche como discoteca

Lo que algún día alguien soñó se hacía realidad en la última noche de la criatura llamada Zeleste. Ésta, enorme, albergaba una multitud de jóvenes con el rostro iluminado por la felicidad y con los cuerpos agitados por la música. Pasaba de las dos de la madrugada y otra multitud de jóvenes, éstos con el rostro sombreado por la incómoda espera en una cola interminable, aguardaban ser engullidos por la bestia. Tanto fuera como dentro sólo se veía gente y más gente, conversaciones de noche en fiesta, sudor, apreturas y miradas de esas que tanto se reconocen. Si a alguien recién llegado de otro pl...

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Lo que algún día alguien soñó se hacía realidad en la última noche de la criatura llamada Zeleste. Ésta, enorme, albergaba una multitud de jóvenes con el rostro iluminado por la felicidad y con los cuerpos agitados por la música. Pasaba de las dos de la madrugada y otra multitud de jóvenes, éstos con el rostro sombreado por la incómoda espera en una cola interminable, aguardaban ser engullidos por la bestia. Tanto fuera como dentro sólo se veía gente y más gente, conversaciones de noche en fiesta, sudor, apreturas y miradas de esas que tanto se reconocen. Si a alguien recién llegado de otro planeta se le dijese que la bestia estaba muriendo exangüe por falta de atención éste respondería un "no es posible" del todo comprensible. Pero sí, la bestia estaba muriendo justo cuando más se parecía a lo que alguien soñó cuando la paría.La bestia Zeleste tenía nada más y nada menos que siete estómagos llenos. Llenas estaban la sala 1, la 2, la 3, las dos terrazas al aire libre, el Privado y el Ático. El aparato digestivo funcionando a pleno rendimiento. En la sala 1 y en una de las terrazas el A Saco, una de las empresas que explotaba durante los fines de semana las salas de Zeleste como discotecas, celebraba al alimón su noveno aniversario y la última sesión. En la puerta regalaban camisetas negras con la inscripción "n,", de las que al recogerlas nadie preguntaba su significado. Se supone que por el placer de conjeturar libremente. ¿"N," de nou? o "N," de no a morir. Amable pinchaba pop rock para las masas. En la sala 2 lo hacía Pere Espinosa en plan superstar, pop rock y tecnito populista. Su público se desparramaba por la segunda terraza. En la sala 3 le daban a la carnaza pseudolatina y las chicas bailaban sueltas. Las chicas iban todas de negro en el Ático. Ellos también. Pinchaban rollo gótico alemán y todo estaba muy oscuro y la gente maquillada hasta los cartílagos. En el Privado sonaba tecnopop de los ochenta y también había mucha gente. Y gente esperando en la puerta para entrar. Eran ya cerca de las cuatro de la madrugada en la última noche de Zeleste como discoteca. La noche de su segunda muerte.

Se bailaba por todas partes sin que nada molestase a nadie, y las conversaciones fluían alentadas por la alegría. Un auténtico negocio en quiebra por deudas. Siete espacios con posibilidad de intercomunicarse funcionando a pleno rendimiento. Dicho así parece raro que en ese mismo instante aquello estuviese a punto de desahucio. Lo estaba. El alienígena podría pensar que aquí somos idiotas. Un complejo de ocio con capacidad para 4.000 personas, un recinto en el que además se podían hacer conciertos para esas 2.000 personas que tanto se necesitan en Barcelona. Las 2.000 de cada artista que quiere visitarnos. Cerrando. Y sólo hemos llorado.

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