Tribuna:

La nieve es negra

ENRIQUE MOCHALESEl otro día trataron de sobornarme para que defendiese la teoría de que la nieve es negra, como sostenía un filósofo antiguo -¿Anaxágoras quizá?- y la verdad es que estuve a punto -de caramelo, nunca mejor dicho- de aceptar el soborno. Ahora está de moda calcular qué país soborna más y qué país menos. Pero de lo que no se habla es de los sobornos particulares; de esos sobornillos dulces que a veces consisten en un simple beso, ni de los autosobornos, que son todas modalidades del mismo deporte, no siempre de élite. El mundo está lleno de insobornables que en su día lo fueron po...

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ENRIQUE MOCHALESEl otro día trataron de sobornarme para que defendiese la teoría de que la nieve es negra, como sostenía un filósofo antiguo -¿Anaxágoras quizá?- y la verdad es que estuve a punto -de caramelo, nunca mejor dicho- de aceptar el soborno. Ahora está de moda calcular qué país soborna más y qué país menos. Pero de lo que no se habla es de los sobornos particulares; de esos sobornillos dulces que a veces consisten en un simple beso, ni de los autosobornos, que son todas modalidades del mismo deporte, no siempre de élite. El mundo está lleno de insobornables que en su día lo fueron por su propia insobornabilidad -¡uf!- y que aún se siguen creyendo puros y blancos como la nieve, que en realidad -como todo el mundo sabe- es negra.

Hace bien poco tiempo, un amigo mío -al que llamaré Mac- volvió de un viaje por China con una bonita historia para contar. Mac, que posee la nacionalidad inglesa además de la -¡glubs!- española, trabaja en una empresa farmacéutica, y su perfecto dominio del inglés le ha abierto de par en par las puertas a los viajes comerciales más interesantes. Un día, Mac está en Praga, y al otro aparece en Varsovia. En fin, todos esperamos la vuelta de Mac como esperaríamos a Marco Polo, deseosos de que se extienda en sus maravillosas historias, que nos hacen soñar con la existencia de otras realidades extraordinarias ajenas a la nuestra. De su último viaje, transcurrido por tierras chinas, Mac nos trajo un souvenir que era una joya, tal vez sólo comparable, por su curiosidad, a un copo de nieve negra.

Resulta que, habiendo cerrado satisfactoriamente un bisnes con los orientales, Mac se disponía a abandonar la pagoda comercial donde había tenido lugar la negociación, cuando los chinos, con los que aún no había cerrado ningún trato, le sorprendieron deslizando un sobre encima de la mesa hasta ponerlo a la altura de sus manos.

Esto es para que le regale algo a su mujer -le dijo uno de los chinos, concretamente el que llevaba la voz parlante, sonriendo como un chow-chow-. Solamente es un pequeño presente para usted y su familia.

Mac, que aún no conocía la enorme diversidad cromática que adquiere la nieve en países exóticos y en otros que no lo son tanto, se limitó a echar una pequeña ojeada al sobre que le ofrecían. Un rapidísimo vistazo -casi a la velocidad de la luz que alumbraba la sala- le permitió distinguir dentro del sobre un grueso fajo verde de billetes de cien dólares, y aunque no pudo calcular la cantidad exacta, ésta se aproximaba a la cantidad necesaria para vivir una buena temporada tocándose los cojones, si es que se me permite esta expresión coloquial para pintar algo tan sencillo como una composición pop de papel moneda.

Lo siento -dijo Mac-. Lo siento pero no lo puedo aceptar. Esto va en contra de la ética de la empresa y de la mía propia. Se lo agradezco mucho, pero no puedo quedarme con este dinero.

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Es un regalo -insistieron los chinos-. Le rogamos que acepte nuestro presente. Por favor. Esto es normal. Nor-mal -repitieron, separando las sílabas, lo cual creaba un curioso efecto de charada, y reiteraron- Es para que le compre algo a su mujer.

Se lo agradezco mucho -se disculpó Mac-, pero no puedo aceptarlo. Sinceramente, no puedo hacerlo.

Mientras decía esto, en su impecable inglés, Mac recogía sus cosas y se levantaba de la mesa. Según me explicó, a los chinos se les quedó la misma cara que si hubieran recibido un jarro de agua fría sobre sus cabezas.

Les dejé hechos polvo -me contó a la vuelta de su viaje-. Parecían a punto de llorar. Pero ellos tampoco podían imaginarse -continuó- que yo también tuve que contener las lágrimas. Imagínate lo que hubiera podido hacer con tantos verdes. Qué vida -suspiró.

Concluyendo, señores, que los sobornos son cosa de todos los días. La existencia nos prueba que, al contrario de lo que nos puedan mostrar nuestros engañosos ojos, la nieve es verde, digo negra, perdón, ya me he liado.

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