Editorial:

Los cambios necesarios

Después de haber sobrevivido a tres derrotas militares en guerras que él mismo provocó, Slobodan Milosevic ha sido derribado por el procedimiento más inhabitual en las dictaduras: las urnas. El pueblo serbio ya no le aguntó la última prestidigitación con la que pretendía ignorar su derrota electoral. Es todo un símbolo del cambio de era en Serbia que ayer huyera casi clandestinamente a Moscú el casi omnipotente hijo de Milosevic, que junto con su madre, Mirjana, y el propio dictador caído formaban un triángulo de poder que en la reciente historia de los regímenes comunistas del Este podía para...

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Después de haber sobrevivido a tres derrotas militares en guerras que él mismo provocó, Slobodan Milosevic ha sido derribado por el procedimiento más inhabitual en las dictaduras: las urnas. El pueblo serbio ya no le aguntó la última prestidigitación con la que pretendía ignorar su derrota electoral. Es todo un símbolo del cambio de era en Serbia que ayer huyera casi clandestinamente a Moscú el casi omnipotente hijo de Milosevic, que junto con su madre, Mirjana, y el propio dictador caído formaban un triángulo de poder que en la reciente historia de los regímenes comunistas del Este podía parangonarse con la familia Ceaucescu. Desde el jueves no son los demócratas los que huyen de Serbia, muchos de ellos personas con gran formación, como ha sucedido durante toda la pasada década en un doloroso drenaje de capacidad, honestidad e inteligencia, sino los delincuentes, los mafiosos y los pistoleros. Pocas veces se pueden confirmar tan buenas novedades.Pero, pasada la resaca que el muy justificado entusiasmo de la revolución democrática -que no otra cosa es lo ocurrido en Belgrado-, Serbia habrá de hacer análisis de una década terrible durante la cual, y en su nombre, se ha anegado de sangre la región y se ha corrompido profundamente el tejido de su sociedad. El nuevo presidente, Vojislav Kostunica, ha llegado al poder gracias a los errores de cálculo de un Milosevic que había perdido el sentido de la realidad y a la desesperación de una población humillada y maltratada por su líder hasta límites casi inconcebibles. Y también al hecho de que, por primera vez desde la caída del muro de Berlín, la oposición serbia había logrado unirse en torno a un candidato con una trayectoria personal de honestidad.

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La tarea a la que se enfrenta Kostunica es ingente si, como ha prometido, quiere hacer de Yugoslavia un Estado europeo "normal", libre, abierto y competitivo. El aparato del Estado está corrompido hasta la médula; la economía, en postración límite, y los hábitos sociales, intoxicados. En 10 años, todos los indicadores económicos se han derrumbado. Los serbios tienen ante sí muchos años de dificultades y penurias. Y aunque ha desaparecido el principal artífice de sus problemas, éstos persisten.

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Kostunica ha llegado al poder con un mensaje nacionalista. La recuperación de Kosovo como parte de Serbia y el mantenimiento de Montenegro dentro de esta pequeña federación que es Yugoslavia tras la tenebrosa era de Milosevic son dos objetivos en los que el conflicto está anunciado. Los albaneses de Kosovo, hoy más del 95%, no van a permitir sin resistencia que la comunidad internacional los reincorpore a Serbia como si nada hubiera sucedido. Los odios y la memoria no se pueden cancelar por un relevo personal en la cúpula del Estado yugoslavo. Y en Montenegro, los independentistas tampoco van a cambiar de opinión por la solca caída de Milosevic.

La democracia yugoslava está aún por construir. Europa debe ayudar todo lo posible, y por eso es saludable la rapidez con que la Unión Europea ha levantado las sanciones impuestas a Belgrado en su día. Pero Kostunica y su nuevo equipo, que surgirá previsiblemente de las nuevas elecciones legislativas, deberán abandonar pronto un discurso electoral tendente a captar votos dubitativos para afrontar cuestiones vitales. Bien está que el nuevo equipo busque una transición sin traumas y la cooperación de quienes fueron cómplices de Milosevic. Pero la democracia serbia no puede construirse sobre la impunidad de los responsables de tantos crímenes contra los pueblos vecinos y la propia sociedad serbia. El reconocimiento de la legitimidad del Tribunal de La Haya para crímenes de guerra, negado hasta ahora por Kostunica, es, por ello, una de las mayores pruebas pendientes del nuevo presidente y su equipo. Como lo es el abandono de su fácil retórica antioccidental.

Serbia tiene una gran oportunidad de renacer como país libre y democrático, y con ella, todos los Balcanes pueden entrar en una vía de desarrollo y prosperidad, de abandono del discurso nacionalista y bélico que impuso Milosevic. Es una oportunidad histórica para que toda la región pueda convivir en libertad. Pero, al igual que Croacia -después de la muerte de esa otra gran desgracia balcánica que fue Franjo Tudjman- ha decidido entregar a los criminales de guerra buscados por los tribunales internacionales, Serbia también debe cooperar con esa justicia poniendo a su disposición a los responsables de tanto dolor. Que se les juzgue con todas las garantías para que pueda pasarse esta terrible página de la historia de Serbia y los Balcanes. Y cerrarse así las heridas.

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