Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

Reinventar el Parlament PILAR RAHOLA

¿Dije de fireta? De mantequilla es este Parlament de nuestros amores que un año más nos ha obsequiado con un retrato panorámico de "la familia unida", la que jamás será vencida. Hay que ver cómo se quieren, cómo se cuidan, cómo se dan sin darse estos parlamentarios nuestros, tan parientes unos de los otros, que parecen la comida de Navidad con pelea familiar incluida. Ni despeinarse, embobados todos en su propio espacio simbólico, el patriarca que no cede la firma en el banco ni pone fechas de traspaso. El pretendiente, que no alza la voz para no alterar la jubilación que nunca llega. L...

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¿Dije de fireta? De mantequilla es este Parlament de nuestros amores que un año más nos ha obsequiado con un retrato panorámico de "la familia unida", la que jamás será vencida. Hay que ver cómo se quieren, cómo se cuidan, cómo se dan sin darse estos parlamentarios nuestros, tan parientes unos de los otros, que parecen la comida de Navidad con pelea familiar incluida. Ni despeinarse, embobados todos en su propio espacio simbólico, el patriarca que no cede la firma en el banco ni pone fechas de traspaso. El pretendiente, que no alza la voz para no alterar la jubilación que nunca llega. La novia herida que no acepta el pastel de los postres y lanza miradas ofendidas. El pariente rico, el de la meseta, que recuerda la fragilidad del patrimonio. Y llegando tarde, en bicicleta, el primo alternativo que se queja del capitalismo universal y del familiar en particular. Nadie escucha a nadie, pero todos se quieren adecuadamente. Mientras, fuera de la casa, la calle hierve, los problemas se amontonan, el país pierde trenes que otros alcanzan, ¿pero a quién interesa alterar el oasis catalán con tormentas externas? Y así las crónicas nos resumen el debate del año con el titular número mil de la misma noticia: Carod quiere a Pujol, Pujol no quiere a Carod pero sí, Alberto dice que cuidado y los otros se lo miran y piden pero no piden pero piden algo. Es decir, la gran noticia del año del Parlament es una noticia del año pasado. Y una se lo mira y se pregunta cómo consigue Pujol entretener al personal permanentemente con el mismo tema, que si pacto o no pacto, que si quiero pero no quiero. Y todos corren, Carod avisa por última vez otra vez, Ribó pide pacto pero con él, Maragall no sabe qué pide, etcétera... Mientras, ¿quién gobierna?, ¿quién oposita?, ¿quién pone sobre la mesa la gran estafa de la política catalana, más basada en la pura estética, en la crosta externa del país, que en sus entrañas? ¿Cómo puede ser que Pujol lleve 20 años poniendo las mismas trampas en los mismos sitios, y todos caigan sin remedio? Un poco de España mala -que sirve para todas las coartadas-, otro poco de Catalunya gran, permanentemente debatida en su metafísica pero nunca en su física, un mucho de con quien quiero gobernar pero nunca gobierno, y así nos perdemos en la selva de la parafernalia dialéctica, habitantes sumisos del paraíso de la no-política.¿Que todo esto es política? No, señores. La política es la grave contaminación en el subsuelo catalán de los purines no controlados. La política es el descontrol en las listas de espera de los hospitales, y la cultura de peaje que padecemos y la situación de nuestros pescadores y la falta de guarderías públicas. Política es la desertización de algunas zonas del territorio. Y es política la nula política sobre medio ambiente o la nula sobre emigración, ese lento polvorín que a todo el mundo preocupa pero a nadie ocupa. Casi todo es política, menos la ilusión que le puede hacer a Carod ser consejero y la poca que le hace a Pujol concedérselo. Que ahí radica la trampa: siempre nos entretienen con bailes de salón y así no nos enteramos de que fuera llueve a cántaros. Y llevamos dos décadas bailando...

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¿Qué hay que hacer con el Parlament? O, mejor, entendido el Parlament como el disco duro de la organización del país, ¿qué hay que hacer para que actúe como tal? Hablé en el último artículo de repolitización de Cataluña, con el convencimiento expresado de que estamos situados en la no-política, más en la sobremesa familiar que en el choque ideológico. Desde mi punto de vista, ahí radica parte de la asfixiante situación de cero perfecto en que estamos instalados: no vivimos bajo la sana presión de una confrontación de proyectos, proyectos reales, vinculados a realidades tangibles, útiles, sino que vivimos en un permanente baño-maría que, chup chup, ni nos hierve ni nos enfría. ¿Habrá que romper la baraja? Habrá. Alguien en este país tendrá que plantearse que el problema no es la persona que gobierna, sino la cultura global, cual pensamiento único a la catalana, que impregna toda nuestra política. Replantear Cataluña es replantear las bases nacidas de la transición, alargadas agónicamente durante décadas y ya inservibles a pesar de ser predominantes. Por ejemplo, ese flair play kumbayá, tan de Assemblea de Catalunya, que domina nuestro Parlament sirve para un buen foc de camp, ¿pero sirve para tocarle las entrañas al monstruo? ¿Se puede permitir Cataluña esa política del amigueo donde nada pasa, nada es demasiado grave y sobre todo nada sube de tono?

No. Porque a pesar de la camaradería parlamentaria -con el patriarca Rigol repartiendo bombones-, en Cataluña pasa de todo, y mucho de lo que pasa necesita, si me permiten, un sonoro, pedagógico e ilustrativo buen cabreo. No, no digo que haga falta ponernos a gritar en el Parlament, o escenificar alguna pelea a lo bananero, digo que hace falta enfadarnos de verdad, debatir de verdad, hacer política en el sentido puro. Este mismo diario publicaba después del debate un recuadro espectacular sobre el avui no toca que alegremente se había permitido Pujol: nada de medio ambiente, nada de sanidad, nada de autopistas de peaje, nada de emigración, nada de violencia doméstica, nada del lío de los transportistas, etcétera... Lo escandaloso no fue que ello pasara. Lo escandaloso es que ello forma parte de lo normal. Y nadie, creo que puedo decir nadie, elevó el debate a categorías más terrenales.

Reinventar el Parlament significa recuperar la política y abandonar el compadreo. Significa sonrojarnos si no debatimos el caso Casinos o el caso Pallerols, indignarnos si no tenemos un plan de guarderías sobre la mesa, elevar el tono si quieren vendernos metafísica cuando la física nos pesa tanto. Que no puede ser que Pujol se pasee por el Parlament como si fuera su casa -de ahí a bautizar a los nietos, ¿qué hay?- y todo el mundo participe de la foto de familia. Señorías, incomódense ustedes, conculquen esa cultura que los unifica, rompan la baraja. Que en política lo único insolente es no serlo cuando toca.

Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com

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