Botica con clase

Una farmacia malagueña imparte charlas periódicas de educación sanitaria entre sus vecinos y clientes

Seis y media de la tarde. A la farmacia de la calle Emilio Thuiller 68 de la populosa barriada de Ciudad Jardín empiezan a llegar vecinos. Un par de amigas con sus cuatro niños, un matrimonio mayor, dos señoras que rondan los 50. No regalan nada, pero en cuestión de 15 minutos no quedan sillas.Javier Tudela, un boticario con vocación pedagógica, imparte una de las clases que cada dos o tres semanas organiza su farmacia para elevar la educación sanitaria de su clientela. "No estudias una...

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Una farmacia malagueña imparte charlas periódicas de educación sanitaria entre sus vecinos y clientes

Seis y media de la tarde. A la farmacia de la calle Emilio Thuiller 68 de la populosa barriada de Ciudad Jardín empiezan a llegar vecinos. Un par de amigas con sus cuatro niños, un matrimonio mayor, dos señoras que rondan los 50. No regalan nada, pero en cuestión de 15 minutos no quedan sillas.Javier Tudela, un boticario con vocación pedagógica, imparte una de las clases que cada dos o tres semanas organiza su farmacia para elevar la educación sanitaria de su clientela. "No estudias una carrera de cinco años para montar un supermercado de medicamentos, una farmacia es un establecimiento sanitario como la copa de un pino", resume a modo de declaración de principios.

El aula comenzó a funcionar en enero del año pasado, aunque este inquieto farmacéutico lleva dando clases en el colegio, el hogar del jubilado, la parroquia y la asociación de vecinos desde 1993. ¿Para qué? Para mejorar la eficacia de los medicamentos, conocer mejor al cliente, hacer al paciente cómplice de su tratamiento, prevenir enfermedades y crear hábitos de salud pública. Éstas son algunas de las razones que Tudela esgrime para explicar una actividad altruista a la que dedica buena parte de su tiempo. "No debemos limitarnos a adquirir y dispensar medicamentos; tenemos que acometer acciones para mejorar la calidad de vida de los vecinos, darles información para prevenir enfermedades e inculcarles hábitos saludables", argumenta.

Sencillo y claro en sus explicaciones, confiesa que aunque sus charlas ya se han institucionalizado entre el vecindario, no siempre ha corrido la misma suerte. Un día había preparado una clase sobre hipertensión en el hogar del jubilado, pero los abuelos le dejaron plantado por una excursión a Gibraltar. Las charlas que más éxito tienen son las que dedica a alimentación infantil. Entonces el aula se llena de madres preocupadas por saber cuál es la mejor leche para su bebé.

La botica aborda temas diversos: deshabituación del tabaco, cuidados bucodentales, el botiquín de casa, incontinencia urinaria, enfermedades de transmisión sexual, alergias, protección solar y un largo etcétera. Las clases son gratuitas y se imparten en la entreplanta que a propósito ha dejado libre el farmacéutico para tener un lugar donde reunir a los vecinos. Son ellos los que mediante una encuesta sugieren los temas de las próximas charlas.

Gema, una joven madre, se presenta con sus hijos. Es una alumna fiel y expone sus razones. "El médico te receta, pero no da explicaciones". Carmen -una señora mayor, con problemas de nervios y una operación de corazón- es clienta habitual de la farmacia, aunque admite que es la segunda vez que acude a una clase. "Me parece una idea estupenda", dice.

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La clase comienza. Los únicos que hacen alboroto son los peques, estratégicamente sentados en la última fila. Los demás parecen adolescentes en una clase de educación sexual.

Tudela está satisfecho con su labor, pero cree que no es suficiente: "Una sola farmacia no hace nada. Lo ideal sería que más farmacias colaboraran y que esa actividad se hiciera en coordinación con la atención primaria". El boticario tiene previsto proponer la iniciativa al Colegio de Farmacéuticos de Málaga.

Quién diría que su vida tomaría este rumbo. Hace 10 años, Tudela estaba harto de hacer sustituciones y no acababa de encontrar su hueco laboral. Entonces se hizo con la farmacia que estaba en esa misma esquina, que tenía 25 metros cuadrados y estaba llena de rejas para evitar atracos. Le quitó los barrotes, la transformó en un local diáfano y la amplió a 180 metros. Pero sobre todo, la convirtió en una botica con clase. Con muchas clases.

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