Tribuna:

Euskadi en los telediarios VICENÇ VILLATORO

Los acontecimientos en Euskadi y en particular la cuestión de la violencia terrorista, están en el centro de muchos posibles debates: políticos, ideológicos, morales, estratégicos... Personalmente, creo que deberían estar en el centro también de un debate que, sorprendentemente, no acaba de producirse: un debate profesional entre los periodistas sobre las formas de tratamiento en los medios -y muy particularmente en las televisiones de ámbito estatal- de todo lo que concierne a Euskadi y en especial de lo que tiene que ver con la violencia terrorista. Un debate profesional sobre hasta qué punt...

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Los acontecimientos en Euskadi y en particular la cuestión de la violencia terrorista, están en el centro de muchos posibles debates: políticos, ideológicos, morales, estratégicos... Personalmente, creo que deberían estar en el centro también de un debate que, sorprendentemente, no acaba de producirse: un debate profesional entre los periodistas sobre las formas de tratamiento en los medios -y muy particularmente en las televisiones de ámbito estatal- de todo lo que concierne a Euskadi y en especial de lo que tiene que ver con la violencia terrorista. Un debate profesional sobre hasta qué punto el fenómeno terrorista justifica una especie de estado de excepción informativa en el que no rigen las reglas del juego profesionales que los periodistas aplicamos o decimos querer aplicar al conjunto de nuestro trabajo.Entre las reglas del juego centrales de la profesión periodística, existe una, probablemente la más obvia, la primera, que exige no confundir la información con la opinión, los hechos con las interpretaciones y las opiniones. Tan legítima es la información como la opinión, pero no deben mezclarse y menos confundirse. La presentación de los hechos debe ser fría, nítida, incontrovertible. Las opiniones son libres y, por naturaleza, discutibles. Una cosa es una noticia y otra un editorial. Cuando ejercía de profesor de géneros de opinión en la Universidad Autónoma de Barcelona, destinábamos la primera clase a esta distinción básica. La información busca la objetividad, huye de la adjetivación y bebe en todas las fuentes. La opinión se emite desde la subjetividad, admite el adjetivo y puede o incluso debe tomar partido. El primer punto del código deontológico del Colegio de Periodistas de Cataluña compromete explícitamente a los profesionales a "observar siempre una clara distinción entre los hechos y las opiniones e interpretaciones, evitando toda confusión o distorsión deliberada de ambas cosas".

Pues bien, en los telediarios en los que se habla sobre Euskadi y sobre el terrorismo, especialmente en TVE, pero también en Tele 5 y Antena 3 y en menor medida en el resto de los medios, se está haciendo lo contrario -profesionalmente- a lo que enseñamos a los alumnos en las facultades y a lo que defendemos los periodistas en nuestro código deontológico. Las informaciones se redactan en un tono y un vocabulario de artículo de opinión, cada noticia es un editorial enmascarado, los adjetivos y los latiguillos fluyen de una forma tan habitual que a estas alturas ya nos extrañaríamos de lo contrario. Expresiones como "la lógica sangrienta de los asesinos" o "la expresión de la intolerancia fascista", perfectamente legítimas en un editorial o en un artículo de opinión, se utilizan en el redactado de una noticia, al lado de los hechos objetivos, los datos, los nombres, las fechas. Los telediarios se convierten así en anuncios publicitarios de actividades que aún no se han realizado, apologías y condenas repartidas en medio de las noticias, todas las características en definitiva del lenguaje panfletario, que es el lenguaje de la opinión explícita ocupando el lugar de la información.

Entendámonos: el debate que creo que deberíamos tener los periodistas no es un debate sobre el contenido de las opiniones. Este debate también es posible, por descontado, pero es otro debate. Desde el punto de vista profesional, no se trata de decir si las opiniones que se vierten en medio de la información son razonables o no. Personalmente, puedo compartir algunas de estas opiniones, sobre todo aquellas que representan una condena contundente al uso de la violencia. No compartiría aquellas que van más allá y, por la puerta de la condena a la violencia quieren condenar ideas sobre las que se puede discrepar, pero que son perfectamente legítimas. Pero no es esa la cuestión. La cuestión profesional es si la repugnancia por el terrorismo, la condena de la violencia, justifica la transgresión de las reglas del juego periodísticas y especialmente de esta regla básica que nos pide separar la presentación fría y objetiva de los hechos y la expresión de opiniones, valoraciones e interpretaciones. Empezar una noticia diciendo "La banda terrorista y asesina ETA ha cumplido una vez con su vocación sangrienta e intolerante y ha asesinado a..." es romper las reglas periodísticas. Lo que enseñamos a nuestro alumnos es que una noticia nos cuenta que ETA ha matado a alguien y un editorial nos expone que, a juicio del editorialista, ETA es una banda de asesinos sangrienta e intolerante.

Yo creo que nada, tampoco el terrorismo, justifica que los periodistas rompamos las reglas del juego básicas de nuestro oficio. Y no se trata sólo de una hipersensibilidad profesional o de un remilgo gremial. La confianza en los medios de comunicación exige que cumplamos las reglas que decimos cumplir. Si estas reglas se rompen, se deja el camino abierto a usos poco deseables de los medios. Personalmente, además, me temo que esta vulneración de las reglas del juego periodísticas tenga un objetivo político que no puedo compartir: caldear los ánimos, crear el clima adecuado para otro tipo de situaciones de excepción, cuando no para operaciones políticas partidistas. Pero ésa es otra historia. En el debate profesional me conformo pidiendo que no se vulneren las reglas del juego.

Hace un cierto tiempo, cuando el juicio sobre el crimen de Alcàsser, me tocó participar como periodista en un informe del Consell de l'Audiovisual de Catalunya sobre su tratamiento televisivo. Pude ser muy crítico con este tratamiento, en cuanto a la vulneración que se hacía en él de las reglas del juego periodísticas, para mi magníficamente explicitadas en el Código Deontológico de los periodistas catalanes. Desde el crimen de Ermua, especialmente, tengo la sensación de que se están produciendo en ciertos tratamientos televisivos del conflicto vasco transgresiones muy parecidas. La diferencia es que, en el caso de Alcàsser, era fácil decirlo en voz alta y cuando hablamos del caso vasco resulta muy difícil, porque antes de empezar a decirlo tienes que hacer un prólogo muy largo. Lo hago: el terrorismo me parece execrable, no hay justificación ideológica ni humana alguna para las acciones de ETA, el Estado de derecho debe defenderse de todo chantaje violento sin dejar de ser Estado de derecho. Pero una vez dicho todo esto, creo que también debe poderse decir que se están haciendo telediarios panfletarios, editorializantes, que no se corresponden a la ortodoxia periodística. Y que el resultado -sin negar en absoluto que los primeros responsables de todo, crispación incluida, son lo que matan- es una crispación añadida, un recalentamiento de la opinión pública, que no nos ayudará en nada a superar el conflicto.

Vicenç Villatoro es periodista, escritor y diputado por CiU.

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