Tribuna:

Todo es inmediato

Lo rápido fue siempre de categoría superior a lo lento y lo diligente fue una virtud frente a lo más premioso. Ahora, sin embargo, la velocidad está convertida en una condición inseparable de la modernidad y lo moroso es incluso insoportable.Desde la alimentación a la diversión, desde el aprendizaje de un idioma a la curación de un dolor, los procesos tienden a abreviarse y la creciente impaciencia del sujeto juzga sobre la eficiencia o la incompetencia de la función de acuerdo con sus ritmos. De la comida rápida al videoclip, de los intertextos a las imágenes del zapping, desde la demanda...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Lo rápido fue siempre de categoría superior a lo lento y lo diligente fue una virtud frente a lo más premioso. Ahora, sin embargo, la velocidad está convertida en una condición inseparable de la modernidad y lo moroso es incluso insoportable.Desde la alimentación a la diversión, desde el aprendizaje de un idioma a la curación de un dolor, los procesos tienden a abreviarse y la creciente impaciencia del sujeto juzga sobre la eficiencia o la incompetencia de la función de acuerdo con sus ritmos. De la comida rápida al videoclip, de los intertextos a las imágenes del zapping, desde la demanda de psicodrogas a los energizantes para no detener la acción, el discurrir de la existencia se ha transfigurado en un destino acelerado que alcanza su punto paroxístico en la conducta instantánea que define el proceder del actual ordenador.

El usuario de cualquier ordenador aprende día tras día, en contacto con el aparato, que la dilación en la respuesta de la máquina será sólo el signo de una deficiencia en las conexiones, los periféricos, la potencia interna, la estructura del programa, la insuficiencia, en fin, de la tecnología porque lo esperable es la prontitud. La informática, en suma, ha enseñado que cualquier deseo expuesto ante el teclado debe obtener su satisfacción al momento. No tras un plazo de espera, después de realizar una gravosa operación, a continuación de elaborar una meditación, sino de inmediato, como mediante un rebote de nuestra orden en su cumplimiento, un correlato directo del mandato.

Desde los años sesenta se fue perdiendo el hábito de esperar. Al capitalismo de producción siguió la cultura de un capitalismo de consumo que conllevaba la máxima satisfacción veloz. La espera, la abnegación, la renuncia, fueron remplazadas gradualmente por el derecho al placer ya. El placer de lo confortable, el placer del sexo, el placer del consumo que en un capitalismo anterior se registraban como veleidades contrarias a la virtud burguesa de la contención y el ahorro, adquirieron legitimidad moral. Se cumplieron treinta años hasta llegar al comienzo de los años noventa en que el ahorro dejó prácticamente de existir como un valor y las nuevas empresas, presididas por las tecnologías de Internet, se convirtieron en las representantes de una ecuación invertida: Se cotizaban más en bolsa no las firmas que ganaban más sino aquéllas en las que la inversión, en ocasiones desbordante, anunciaba más pérdidas como signo de mágicas ganancias ulteriores. Con esto la cultura de la velocidad adquirió una naturaleza de segundo grado -o supernaturaleza- y, de igual manera a los aparatos que traspasan la barrera del sonido, a los mercados llegaba antes la visión del beneficio, que el anuncio de su advenimiento. El público pasó de requerir que una respuesta fuera rápida a que fuera incluso anticipada. El futuro pasó de ser una segunda fase del tiempo a una faceta más del presente. El porvenir y el presente suceden, de esta manera, como sobre una misma plataforma temporal. Basta apretar un botón, telefonear un deseo sobre unas teclas, para que se obtenga el resultado de una combinación que antes habría necesitado un amplio intervalo para realizarse.

La informática, en fin, contribuye hoy a provocar la sensación de que todo se encuentra ya realizado y preparado en supertexto, presto en la reserva del interface. De esta manera, en lugar de asistir a un mundo que va generándose sin un rostro determinable o sin una clara prefiguración, el juego de la informática introduce la idea de que casi cualquier cosa se encuentra ya diseñada o escrita, preexistiendo en el ciberespacio y preparada para obedecer a una orden de comparecencia. El futuro de esta manera ha dejado de ser simbólicamente un producto todavía por construir y aparece, en cambio, como un imaginario terminado, listo para ser convocado en cualquier momento y de una vez.

Archivado En