Dolor y coraje en la ciudad cerrada

Los familiares de la dotación del 'Kursk' esperan noticias asistidos por psicólogos

Desde que, el 14 de agosto, las autoridades rusas reconocieron que, dos días antes, se había precipitado al fondo del mar de Barents el submarino Kursk, una de las joyas de su desfalleciente flota nuclear, se han multiplicado las muestras de pesar por la suerte de sus 118 tripulantes. El propio presidente, Vladímir Putin, aseguró el lunes que sigue los acontecimientos con lágrimas en los ojos. Pero donde las lágrimas deben correr a mares es en la base de sumergibles de Vidiáyevo, cercana a Múrmans...

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Los familiares de la dotación del 'Kursk' esperan noticias asistidos por psicólogos

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Desde que, el 14 de agosto, las autoridades rusas reconocieron que, dos días antes, se había precipitado al fondo del mar de Barents el submarino Kursk, una de las joyas de su desfalleciente flota nuclear, se han multiplicado las muestras de pesar por la suerte de sus 118 tripulantes. El propio presidente, Vladímir Putin, aseguró el lunes que sigue los acontecimientos con lágrimas en los ojos. Pero donde las lágrimas deben correr a mares es en la base de sumergibles de Vidiáyevo, cercana a Múrmansk, en la costa del océano Ártico. Allí, en una calle llamada Zaréchnaya, viven 71 familias de oficiales y tripulantes del Kursk. Vidiáyevo es una de las 10 poblaciones de la región cerradas a cal y canto a los extranjeros como reliquia de los tiempos soviéticos. Centenares de periodistas llegados a Múrmansk desde todo el mundo tienen muy limitado el acceso a las fuentes, y ni siquiera pueden hablar con los familiares de los tripulantes del Kursk. El motivo oficial es que hay que respetar su dolor. El real puede ser muy diferente: el temor a que expresen su opinión de que no se ha hecho todo lo posible por salvar a los suyos. Así lo dijeron varios de quienes tardaron en beneficiarse de la protección de los militares.

En los últimos días se ha concentrado en Vidiáyevo la gran mayoría de los parientes de la tripulación del Kursk. Para quienes no tenían familiares en la ciudad, se habilitaron alojamientos especiales, pero muchos de ellos no han sido utilizados porque los inquilinos habituales de las viviendas de la calle Zaréchnaya ofrecieron su hospitalidad a los recién llegados.

Andréi Valamín, Valeri Mirónchenko, Valentín Oneguin y Olga Ziminá forman un equipo de cuatro psicoterapeutas de un centro de Múrmansk especializado en la atención a víctimas de situaciones críticas, incluyendo a quienes pretenden suicidarse, e intentan prestar ayuda en Vidiáyevo. Pronto serán reemplazados por otra fuerza de choque psicológica procedente de la Academia Militar Médica de San Petersburgo. En el puerto ha atracado el buque hospital Svir que completará la asistencia a los familiares. Según Ziminá, los familiares no se quedan solos ni un minuto, y toda la ciudad es como una gran familia a la hora de compartir el dolor. Hay seis esposas de marinos que están embarazadas y que, según los psicólogos, se están portando hasta ahora con gran coraje. Hay padres y madres que intentan ocultar su pena para proteger a sus hijos. Y hay niños que se portan como hombres.

El Año Nuevo es la fiesta por antonomasia en Rusia. Pero, entre los submarinistas, hay una que la supera en importancia: el recibimiento a quienes vuelven a casa después de una larga travesía. En Vidiáyevo, estos días la mayoría de las familias de los tripulantes del Kursk prepara manjares y adorna la casa, como si esperasen a quien vuelve de una misión rutinaria. No les faltará trabajo a los psicólogos para lograr que superen el trauma que les causará saber, sin ningún margen ya para la duda, que han esperado en vano.

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