Tribuna:SOBREVIVIR EN EL ASFALTO

La horchata de Prim ISABEL OLESTI

Me da como rabia darle la razón a mi compañero de crónica Pau Vidal y hablar de algo tan típico del verano como es tomar una horchata sentado en una terraza. Pero es que en Reus las posibilidades de sobrevivir en el asfalto se reducen bastante, teniendo en cuenta que a sólo 10 kilómetros está el monstruo de Salou: algo mucho más típico y tópico que cualquier actividad veraniega imaginable. Es el lastre que ha llevado consigo Reus y que, por mucho que se esfuerce, persiste. No diré que el mundo se acaba en Salou -también existe el maset-, pero tira mucho.Ahora no toca hablar de La Palma,...

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Me da como rabia darle la razón a mi compañero de crónica Pau Vidal y hablar de algo tan típico del verano como es tomar una horchata sentado en una terraza. Pero es que en Reus las posibilidades de sobrevivir en el asfalto se reducen bastante, teniendo en cuenta que a sólo 10 kilómetros está el monstruo de Salou: algo mucho más típico y tópico que cualquier actividad veraniega imaginable. Es el lastre que ha llevado consigo Reus y que, por mucho que se esfuerce, persiste. No diré que el mundo se acaba en Salou -también existe el maset-, pero tira mucho.Ahora no toca hablar de La Palma, ni del parque de Sant Jordi, ni de la piscina municipal, ni de los pequeños restaurantes con mesas al aire libre, ni eso tan de Reus que es Comprar passejant, el eslogan que popularizó el anterior ayuntamiento y que resume una de las actividades que mayor gloria ha dado a la ciudad: el comercio. Hoy hablaremos de la plaza de Prim -como se la conoce popularmente allí-, es decir, del general que, sable en mano, cortaba las cabezas de los impíos marroquíes, llegó a presidente del Gobierno español, apoyó a los Saboyas y murió de una simple infección en el brazo tres días después de que alguien le disparara un tiro. Su monumento preside esta céntrica plaza reusense y bendice los nueve bancos que están instalados en ella. No fue así en el siglo XIX y principios del XX, cuando sólo había cafés, hoteles y restaurantes, amén del consabido teatro Fortuny, que es otra gloria local. "¡Aquello sí que era vivir!", dicen algunos que aún conservan un vago recuerdo. Fiestas, juego, orquestas, teatro, carnavales... La diversión estaba asegurada, en Reus, y Prim debió de presenciar muchas y sonadas juergas.

Los tiempos han cambiado y de todos aquellos bares sólo queda El Casino, que es una mezcla de restaurante, horchatería, heladería y café. Los reusenses pasan ahora por delante de su general con la más absoluta indiferencia, a no ser por los niños que corretean bajo su caballo y por las palomas que le echan sus excrementos en plena cara.

El Casino tiene el privilegio de ocupar casi media plaza de mesas con sus toldos. A eso de las seis empieza la pugna por conseguir una silla, que no siempre resulta sencillo: los niños andan locos por una horchata, los padres por descansar un rato del estrés de Comprar passejant y los viejetes por tomarse tranquilamente un café mientras pasan las horas, aunque la mayoría de ellos se decantan por un banco, que sale más barato. Tenemos también un grupo de gitanos de toda la vida, que hablan catalán mejor que nadie y tienen unos ojos verdes que yo ya quisiera. Pero la perla de la plaza son unas señoras muy bien puestas, de una edad que no baja de los 75, que se apoltronan cada tarde delante de su cafelito o de su bizcocho y venga a hablar hasta la saciedad de todo lo que ocurre en Reus. Son mujeres felices que tienen la vida resuelta desde siempre -casi todas son solteras-, han tenido un buen empleo y todo el mundo las conoce y respeta.

Tampoco podemos olvidar al residente del psiquiátrico Pere Mata, siempre caminando arriba y abajo de la plaza y admirando sin disimulo las piernas de las señoras. Todo esto, en verano, se riega con horchata y, aunque cueste lo suyo, el cliente queda satisfecho porque ha conseguido sentarse en el sitio de mayor privilegio de la ciudad.

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