Tribuna:

Mestizaje

En la calle Larios han emprendido una cruzada contra el mestizaje, atentando contra la propia naturaleza camaleónica y mutante de la vía, que de arteria comercial se transforma en ombligo lúdico durante la Feria de Málaga. A petición de unos comerciantes, el concejal de Cultura, Antonio Garrido, ha decretado el estado de sitio cultural en la calle Larios. Dicen que para justificar lo autóctono.Sale Melanie Griffith, hermosa pera nada autóctona, al balcón como acompañante del pregonero Antonio Banderas, y provoca el delirio colectivo, al que no habrá sido ajeno el gremio de comerciantes ni el p...

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En la calle Larios han emprendido una cruzada contra el mestizaje, atentando contra la propia naturaleza camaleónica y mutante de la vía, que de arteria comercial se transforma en ombligo lúdico durante la Feria de Málaga. A petición de unos comerciantes, el concejal de Cultura, Antonio Garrido, ha decretado el estado de sitio cultural en la calle Larios. Dicen que para justificar lo autóctono.Sale Melanie Griffith, hermosa pera nada autóctona, al balcón como acompañante del pregonero Antonio Banderas, y provoca el delirio colectivo, al que no habrá sido ajeno el gremio de comerciantes ni el propio concejal. A nadie se le ocurre vetarle a la actriz estadounidense el acceso al salón de los Espejos porque ronronea en cada ere y hace poco que dejó de hablar con infinitivos como aquellos inolvidables doblajes en los que sioux y navajos eran malísimas personas y peores oradores.

A Melanie, rica, guapa y famosa, la han adoptado como una seña de identidad exótica del verano malagueño. Y bendicen su mestizaje con el malagueño más universal. Distinto es el caso de un grupo de músicos peruanos, que acuden a la feria desde hace nueve años. El concejal de Cultura ha decidido estrechar la calle Larios, que es una forma tradicional y universal de hacer política -hay reflejos variopintos y extremos, desde la autarquía económica franquista al integrismo talibán de hoy-, para que los malagueños se miren unos a otros y no duden de sí mismos ni de sus señas de identidad.

Nada mejor para fomentar la cultura autóctona que borrar el rastro de la ajena. Para evitar disfunciones, confusiones y malformaciones musicales, los sones andinos han sido desterrados de la calle Larios y expulsados a cualquier otro rincón ferial, sobre el que no pesa aún ninguna restricción excluyente. El empeño de Garrido de fomentar lo propio podría resultar hasta loable, de no ser por los modos paticortos que ha utilizado, de aplicar la regla de lo inversamente proporcional, aumentar lo autóctono a costa de reducir lo diferente, lo foráneo, lo de los otros.

A codazos, rompiendo diques en ocasiones, el mestizaje se impone en la mayoría de sociedades y manifestaciones artísticas. Banderas y Griffith practican el mestizaje cultural; la selección francesa que ganó el Mundial de Fútbol de 1998 recreaba el caleidoscopio multiétnico de Babel después del castigo divino; un guitarrista virtuoso y frío como Ry Cooder empalma con una saga de ardientes músicos cubanos como Ibrahim Ferrer, Rubén González y Omara Portuondo, entre otros, y sale un éxito de ventas caliente; Salvador Távora ha descubierto un filón al juntar teatro y tauromaquia y los flamencos experimentan casi con cualquier otro género para seguir ensanchando horizontes y ventas. Hasta en lo económico se saltan fronteras para inventarse la globalización, que es también una forma de enriquecimiento, aunque nada cultural ni creativa. Cada vez habrá más gentes de procedencia, lengua, religión y música distintas. En la calle Larios y en las demás. Contra Schengen, contra cualquier orden municipal.

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