Tribuna:BICHOS DE VERANO

Ermitaño

El naturalista Risso denominó uno de los ermitaños más comunes de nuestras costas con el significativo nombre de Padiurus anacoretus. Y, en realidad, cuando extraemos uno de estos cangrejos del interior de la concha, nos sorprende su cuerpo pálido, sus ojos saltones, su morfología endeble y fofa, como si el hecho de haberse retirado en su cueva lo hubiese deformado de una manera irreversible, como al jorobado de Notre-Dame los estrechos pasillos y vericuetos de la catedral. La función crea el órgano, decía Lamarck, y en el ermitaño es impresionante observar cómo una parte del cuerpo (ge...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El naturalista Risso denominó uno de los ermitaños más comunes de nuestras costas con el significativo nombre de Padiurus anacoretus. Y, en realidad, cuando extraemos uno de estos cangrejos del interior de la concha, nos sorprende su cuerpo pálido, sus ojos saltones, su morfología endeble y fofa, como si el hecho de haberse retirado en su cueva lo hubiese deformado de una manera irreversible, como al jorobado de Notre-Dame los estrechos pasillos y vericuetos de la catedral. La función crea el órgano, decía Lamarck, y en el ermitaño es impresionante observar cómo una parte del cuerpo (generalmente la derecha) se encuentra mucho más desarrollada. Ello se debe a que habitan conchas dextrógiras (cuyo eje de rotación gira hacia la derecha), lo que facilita el crecimiento de esta parte del cuerpo, hasta el extremo de presentar la pinza diestra de tamaño casi cuatro veces mayor que la izquierda. En realidad, el ermitaño es algo así como el anacoreta manco de la naturaleza, un ser que vive con algo de sorpresa su propia singularidad. Cuando la caracola se le queda angosta, busca otra concha, generalmente mucho mayor de lo necesario, previendo de este modo su futuro desarrollo. Y, entonces, se produce uno de los momentos claves de la vida de este crustáceo eremita: como quien se desprende de un hábito que se ha adaptado lentamente al cuerpo, el cangrejo realiza extraordinarias contorsiones, desenrollando su propia espiral, y abandonando después de múltiples intentos su antiguo hogar. Este paso de una concha a otra, en el que su indefenso cuerpo se encuentra a merced de todos los depredadores, constituye uno de los momentos memorables de la vida de cualquier ermitaño. Una vez reinstalado, sus ojos reflejan claramente alivio y felicidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En