Tribuna:Viaje al futuro

LOS ACIERTOS ERRÓNEOS DE MALTHUS

Malthus tenía razón, decía la pegatina de un parachoques el otro día en una congestionada autopista de Nueva Jersey, y me hizo pensar en el Reverendo Thomas Malthus, el economista político inglés a quien la "ciencia deprimente" debe su nombre. Su Ensayo sobre el principio de la población, publicado en 1798, predecía un sombrío futuro para la humanidad: la población mundial crecería hasta que alcanzase el límite de las provisiones de alimentos, y garantizaría que el hambre y la pobreza mostrasen insistentemente sus feas caras al mundo.Cualquier paseo informal por Internet nos demuestra c...

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El daño a la naturaleza

Malthus tenía razón, decía la pegatina de un parachoques el otro día en una congestionada autopista de Nueva Jersey, y me hizo pensar en el Reverendo Thomas Malthus, el economista político inglés a quien la "ciencia deprimente" debe su nombre. Su Ensayo sobre el principio de la población, publicado en 1798, predecía un sombrío futuro para la humanidad: la población mundial crecería hasta que alcanzase el límite de las provisiones de alimentos, y garantizaría que el hambre y la pobreza mostrasen insistentemente sus feas caras al mundo.Cualquier paseo informal por Internet nos demuestra cuánta polémica puede seguir levantando Malthus. Básicamente, las Polyanas de este mundo dicen que Malthus estaba equivocado; la población ha seguido creciendo, las economías siguen siendo fuertes, y las hambrunas de Biafra y Etiopía son más bien aberraciones que señales del futuro. Las Casandras replican que Malthus tenía razón, pero los parches tecnológicos han pospuesto el día del Juicio Final. Ya hay 6.000 millones de personas en la Tierra. Las Polyanas dicen que cuantos más mejor; las Casandras afirman que ya hay el doble de lo que se podría mantener con un nivel de vida de clase media, y que el mundo se está quedando sin tierra cultivable y agua potable. A pesar de que ha habido un descenso reciente en la tasa de crecimiento, el Departamento de Población de la ONU calcula que se alcanzarán los 9.500 millones de personas para el año 2100.

Lo que falta en el debate es una comprensión del cambio de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Porque es la forma en que los humanos encajemos en el mundo natural lo que decidirá si Malthus tenía razón o no. Estaba equivocado en 1798, pero si hubiera escrito 10.000 años antes, cuando no había agricultura, habría tenido razón. Y si su libro se hubiera publicado hoy, al borde del tercer milenio, estaría más acertado que equivocado. Permítanme que me explique.

A Malthus sólo le preocupaba una especie: la nuestra. Y, desde el punto de vista ecológico, la nuestra es una especie inusual. Con la invención de la agricultura hace 10.000 años, nos convertimos en la primera especie en 3.700 millones de años de historia de la vida que no tenía que vivir en pequeños grupos dependiendo de la riqueza natural de la tierra. Al hacernos cargo de la producción de los alimentos nos salimos del ecosistema local. Todo lo que no pertenecía al pequeño grupo de plantas cultivables se convirtió en malas hierbas y los animales que no se podían domesticar, cazar, o convertir en mascotas, fueron plagas y alimañas.

Resumiendo, le declaramos la guerra abierta al mismo ecosistema que había sido nuestro hogar hasta entonces. En la etapa anterior a la agricultura, cuando éramos cazadores y recolectores, nosotros, los seres humanos, nos abríamos huecos en el ecosistema y esos huecos, al ser de recursos limitados, hacían que nuestros números se mantuvieran bajos. Los cálculos varían, pero es razonable una cifra de aproximadamente seis millones de personas en todo el mundo en los comienzos de la agricultura. Hacia 1798, la población había alcanzado los 900 millones. La agricultura alteró nuestra forma de relacionarnos con el entorno natural y, al liberarnos de los límites del ecosistema, acabó de un manotazo con la teoría de Malthus.

Así que, hace 200 años, cuando Malthus escribió su libro, estaba equivocado. No vio que las naciones no son como ecosistemas, que la gente se podía expandir hacia nuevas regiones y, con la tecnología que retoñaba de la Revolución Industrial, hacerse mucho más eficaz a la hora de producir comida y arrancar materias primas a la Tierra.

Pero hay algo más, y yo creo que Malthus pudo intuirlo. Ya en 1679, Antoni van Leeuwenhoek (el holandés que inventó el microscopio) especulaba acerca de que el límite de la población humana podría estar en unos 13.000 millones, asombrosamente cerca de los cálculos actuales. Porque nuestra posición en la naturaleza está pasando otra vez por un cambio profundo. No somos la primera ni la única especie en esparcirse por todo el globo, pero sí somos los primeros en hacerlo como una entidad económica integrada. Otras especies mantienen leves conexiones genéticas, pero no conexiones ecológicas directas entre sus miembros esparcidos por todas partes. Nosotros, en cambio, intercambiamos más de mil millones de dólares (alrededor de 184.000 millones de pesetas) en bienes y servicios todos los días.

Esto quiere decir que desde un punto de vista económico, que no político, nos hemos convertido en una población única e ingente. El sistema en que vivimos y del que extraemos nuestra energía y otros suministros es global: la totalidad de la atmósfera de la Tierra, sus aguas, sus tierras, la corteza terrestre y todas sus cosas vivas. Esto es, la suma total de todos los ecosistemas locales del mundo, ecosistemas que hemos permitido que decaigan porque hemos decidido (con bastante éxito) vivir fuera de ellos.

Hemos convertido los bosques y praderas en granjas prácticamente en todo el mundo. Nuestras ciudades, suburbios y centros comerciales han pavimentado las comunidades naturales y la polución y la explotación excesiva de la pesca están destruyendo rápidamente nuestros ríos, lagos y océanos. Con la decadencia de esos ecosistemas estamos perdiendo aproximadamente 30.000 especies de animales y plantas al año, de entre unos 10 millones de especies en total, aunque confiemos ciegamente en por lo menos 40.000 especies para procurarnos comida, cobijo, ropa y combustible.

Dependemos de los productos naturales para reponer la diversidad genética de nuestras cosechas y para producir nuevas medicinas. Confiamos en los prístinos ecosistemas para que repongan el oxígeno, regulen los ciclos del agua, controlen la erosión, reciclen los nutrientes esenciales y repongan bancos de pesca en situación crítica. Seguimos necesitando que esas cosas mantengan la vida, nuestra vida. Lo irónico es que nuestro éxito espectacular al vivir fuera de los ecosistemas del mundo los ha puesto a todos, y por tanto a nosotros, en peligro.

La marea vuelve hacia Malthus. Estamos volviendo de unas vacaciones de la naturaleza que han durado 10.000 años y aún no hemos comprendido del todo que nuestra propia supervivencia depende de que reduzcamos el daño que hacemos a los sistemas naturales de la Tierra. Puede que no nos dejemos llevar hasta la completa inconsciencia de la extinción biológica, pero temo que los espectros malthusianos del hambre, la guerra y la enfermedad surgirán en un plazo comparativamente corto (en los próximos siglos) emparejados con una pérdida acelerada de la diversidad cultural humana y, por consiguiente, de la calidad de vida.A no ser que... Creo que podemos encontrar la fuerza interior para despertarnos de nuestra situación actual, ver las sombrías perspectivas que aguardan a la vuelta de la esquina y hacer algo al respecto.

Podemos estabilizar la población y moderar nuestros patrones de consumo. Podemos trabajar para aminorar la destrucción del ecosistema y la pérdida de especies. Podemos, en resumen, ver en qué nos hemos convertido: la primera entidad económica global, una situación fascinante a la que hemos llegado gracias a una sagacidad ilimitada, pero una situación que está limitada a la postre por la salud y productividad del sistema natural en el que vivimos. Podemos, si así lo decidimos, demostrar que los pronósticos más tétricos de Malthus eran erróneos.

© Time

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