Editorial:

Lo que es posible hacer

A fines de los setenta ETA llegó a asesinar a cerca de cien personas al año, pero nunca hubo tantas personas amenazadas como ahora: concejales, jueces, periodistas, empresarios. El objetivo es generalizar el miedo y la idea de que no puede hacerse nada, excepto rendirse; con la esperanza de que sean esas personas quienes, desde su lugar en la sociedad, presionen a los gobernantes para que cedan. Ese cálculo es el que llevó a los dirigentes de ETA a romper la tregua. Con el empresario guipuzcoano al que ayer quitaron la vida son ocho los asesinados desde entonces, pero también los cuatro activi...

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A fines de los setenta ETA llegó a asesinar a cerca de cien personas al año, pero nunca hubo tantas personas amenazadas como ahora: concejales, jueces, periodistas, empresarios. El objetivo es generalizar el miedo y la idea de que no puede hacerse nada, excepto rendirse; con la esperanza de que sean esas personas quienes, desde su lugar en la sociedad, presionen a los gobernantes para que cedan. Ese cálculo es el que llevó a los dirigentes de ETA a romper la tregua. Con el empresario guipuzcoano al que ayer quitaron la vida son ocho los asesinados desde entonces, pero también los cuatro activistas que la perdieron el lunes al estallarles los explosivos que portaban deberán anotarse en el palmarés de quienes a fines de 1999 ordenaron reanudar los atentados. Lo hicieron a sabiendas de que nadie en su mundo se les enfrentaría por ello, porque el miedo también domina a quienes lo utilizan como arma. La lista fúnebre pudo haber sido mayor sin la suerte que redujo a un herido grave y diez leves los efectos de la explosión de otro coche bomba, a media tarde de ayer, en Madrid.

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ETA no es sólo una mafia, pero a José María Korta lo mataron ayer en Zumaia, según interpretó el diputado general de Guipúzcoa, como culminación de una campaña de intimidación de los empresarios a los que ETA extorsiona, como las mafias, bajo amenaza de muerte. Lo que diferencia a esas organizaciones de delincuentes del terrorismo es la pretensión de legitimidad de estos últimos. Es decir, la pretensión de tener derecho a matar y extorsionar en nombre de un ideal político. Existe la impresión de que esa legitimación es, en parte al menos, exterior; que ciertos discursos, como el que proclama que detrás de la violencia hay un grave conflicto político no resuelto -punto de partida del Pacto de Estella-, son interpretados por ETA como una justificación indirecta de su actuación.

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Los nacionalistas vascos democráticos se irritan cuando, tras cada atentado, muchas miradas se vuelven hacia ellos acusadoramente. Sin embargo, lo que esa actitud indica es que la mayoría considera que hay entre ETA y los dirigentes nacionalistas suficientes valores compartidos como para que no sea inútil dirigirles reproches; que hablan un lenguaje común. Con el discurso que ayer hizo Ibarretxe desde Bruselas se puede estar más o menos de acuerdo, pero sus argumentos y los valores que invoca son fácilmente entendibles. Mientras que no hay forma humana de entender la lógica de las palabras que dijo Arnaldo Otegi acerca de los etarras -entre ellos, un supuesto implicado en el asesinato de Miguel Ángel Blanco- a quienes les estalló su propia carga.

Si se lanzan reproches al PNV es porque, pudiendo hacer ciertas cosas que parecerían lógicas desde una mentalidad democrática, no las hace, o las hace tarde y de mala manera. Precisamente porque de un partido democrático se esperan otras actitudes es por lo que deben entender -sus dirigentes, sus militantes y sus simpatizantes, como por ejemplo muchos empresarios vascos compañeros de José María Korta- que se les dirijan tantas y tan serias llamadas de atención. Han de asumir que la vuelta al entendimiento con los demócratas, y la consiguiente ruptura con quienes no lo son, es vital para el logro efectivo de la paz y el cese de la irracionalidad terrorista.

No es cierto que no se pueda hacer nada. Lo primero es acabar con esa legitimación indirecta que necesita ETA; dejar de deslizar mensajes como el de que HB y el PNV se necesitan mutuamente, como si el ideal nacionalista tornase irrelevante que unos consideren legítimo matar en su nombre y otros no. Se habría ganado mucho tiempo si el lendakari Ibarretxe hubiera dicho en enero, y de la misma manera, algunas de las cosas que dijo ayer. Otra condición es acabar con esa discusión absurda de las medidas políticas y policiales que el mundo de ETA interpreta como derecho a la impunidad; y, una tercera, que los dirigentes políticos -con el presidente Aznar a la cabeza- no empeoren las cosas con afirmaciones tan irresponsables como la de arrogarse la exclusividad de combatir a ETA con las reglas del Estado de derecho.

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