Editorial:

España y Europa

Aznar parece haber optado por una política europea conservadora, de preservación de posiciones adquiridas, aunque con un cambio en las alianzas estratégicas de España. Antes o después, la negociación sobre las reformas de las instituciones, al que dará un primer repaso el lunes y martes el Consejo Europeo de Feira (Portugal), va a obligar a flexibilizar la posición española y a innovar. La agenda de la Conferencia Intergubernamental (CIG) para la reforma de los tratados de la UE, que España quería estrecha, se está ampliando. El debate ha desbordado sus cauces tradicionales.En materia de polít...

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Aznar parece haber optado por una política europea conservadora, de preservación de posiciones adquiridas, aunque con un cambio en las alianzas estratégicas de España. Antes o después, la negociación sobre las reformas de las instituciones, al que dará un primer repaso el lunes y martes el Consejo Europeo de Feira (Portugal), va a obligar a flexibilizar la posición española y a innovar. La agenda de la Conferencia Intergubernamental (CIG) para la reforma de los tratados de la UE, que España quería estrecha, se está ampliando. El debate ha desbordado sus cauces tradicionales.En materia de política de modernización económica, Aznar ha pretendido innovar más, aunque, tras un diagnóstico europeo, ha propuesto terapias nacionales, lo que permite conservar cuotas de poder político nacional que administrar. Ése es el trasfondo del mensaje conjunto que esta semana han lanzado Aznar y Blair, y que ha armado cierto ruido pese a tratarse esencialmente de una operación de imagen del primer ministro británico, que está perdiendo pie en su país y fuera de él, especialmente por su falta de definición sobre la integración en el euro. Cuando Blair escribe que los Gobiernos "no deben interferir en las decisiones comerciales" resulta creíble, pero no lo es en cambio en la pluma de Aznar, a la cabeza de uno de los Gobiernos más intervencionistas de la España reciente.

Aznar parece fascinado con la política económica que propugna el británico, pese a la diferencia de mercados laborales o al hecho de que España esté en el euro y el Reino Unido no. Pero la coincidencia en política económica se está trasladando a la política europea. Aznar se ha contagiado de Blair en una visión más económica -más atlantista y americana- de la construcción europea. La relación con Londres puede servir, pero no a costa de la de España con París y Berlín, que en el pasado ha reportado sus frutos y debería ser prioritaria. Con este juego y una política claramente integracionista, España se había granjeado una posición de cuasi fundadora de la UE, pese a haber llegado 30 años tarde al Tratado de Roma. El debate va más allá de la cuestión de la reponderación de los votos en el Consejo de Ministros o del número de comisarios. El desafío intelectual y político lanzado por el ministro alemán Joschka Fischer al hablar de una Europa federal a largo plazo debería tener una respuesta más clara por parte de España. No basta con hablar de una unión de Estados, especialmente cuando ésta puede llegar a tener 27 o 30 miembros.

España no tiene una posición nítida sobre las cooperaciones refozadas, un método que permitiría avanzar más en la unión al grupo de países que así lo decidiera. No se trata de que por esta vía se salte la falta de acuerdos sobre materias como el medio ambiente o la fiscalidad. Pero la construcción europea, ya sea en la moneda o en la defensa, se ha adentrado ya por esta senda, y a España, una vez asegurada su participación en la unión monetaria, no le ha ido nada mal. En algunos terrenos como la defensa de una Carta de Derechos Fundamentales en la UE, la posición española ha ido avanzando. Pero la impresión es que está ausente de los grandes debates en aras de un pragmatismo sin visión a largo plazo y de una seria reticencia hacia el europeísmo más comprometido. No hay labor explicativa, y, con el cambio de política, el tradicional consenso político en materia exterior puede quebrarse. La posición española está más definida por lo que no se quiere que por una formulación en positivo. Y esto nos aleja del lugar en el que se toman las decisiones y nos hace más débiles.

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