El Vietnam de Israel

El Ejército de Israel está desconcertado. El portazo con el que los soldados de la Brigada Golani, herederos de aquellos mismos batallones triunfantes de la guerra de la independencia y de la Campaña del Sinaí, cerraron hace poco menos de diez días la verja de la frontera con Líbano, ha provocado el estremecimiento de un Ejército que no conocía la derrota. La caótica retirada de las fuerzas israelíes de aquel avispero ha supuesto, como sucedió en Estados Unidos con la guerra en Vietnam, el acta de defunción de un mito: el de la invencibilidad de sus tropas, y el certificado de nacimiento de un...

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El Ejército de Israel está desconcertado. El portazo con el que los soldados de la Brigada Golani, herederos de aquellos mismos batallones triunfantes de la guerra de la independencia y de la Campaña del Sinaí, cerraron hace poco menos de diez días la verja de la frontera con Líbano, ha provocado el estremecimiento de un Ejército que no conocía la derrota. La caótica retirada de las fuerzas israelíes de aquel avispero ha supuesto, como sucedió en Estados Unidos con la guerra en Vietnam, el acta de defunción de un mito: el de la invencibilidad de sus tropas, y el certificado de nacimiento de un sentimiento hasta ahora clandestino: el antimilitarismo.Lo único que le importa a Daniel es tocar la guitarra. Dentro de dos veranos cuando haya finalizado su servicio militar habrá culminado una de las experiencias musicales más prolongadas de su vida, lo que le ha permitido al mismo tiempo pasar de puntillas por las filas del Ejército sin prácticamente disparar un solo tiro; simplemente tocando la guitarra. La proeza castrense-artística de este muchacho israelí ha dejado perplejo a su padre, un intelectual liberal, veterano combatiente sionista, forjado en los kibutzs de la frontera, que se mece permanentemente entre la laicidad y el respeto por la religión, lo que le lleva inevitablemente a acabar votando a Meretz, en la izquierda. "¿Qué le vamos a hacer si eso es lo que le gusta al chico?", se pregunta en voz alta el padre de Daniel, con voz resignada, como si tratara de interpretar a través de la actitud de su hijo esta nueva etapa de la historia del Estado de Israel.

Daniel no es un caso aislado. Forma parte de esa nueva generación de jóvenes que se acerca cada vez más al servicio militar obligatorio -los hombres, tres años y las mujeres, dos- sumida en una "crisis de motivación", que les lleva en el momento de incorporarse a filas a reclamar destinos cómodos, "cerca de casa" o vinculados a sus actividades civiles. En las oficinas de alistamiento se interpreta esta actitud como una incapacidad manifiesta para enrolarse en las unidades de combate. El fenómeno empezó a detectarse en 1996, cuando se escucharon las primeras protestas por la guerra de Líbano y surgieron los síntomas de un balbuceante movimiento antimilitarista, que acabó cristalizando con el nacimimiento de la organización Las Cuatro Madres, cuyo objetivo era acabar con la ocupación y traer a los hijos a casa.

"Mamá estoy saliendo de Líbano", voceó por su teléfono portátil, a modo de histórico gesto de agradecimiento hacia Las Cuatro Madres, uno de los soldados de la Brigada Golani cuando en lo alto de un vehículo blindado cruzaba el último día de repliegue la frontera con Líbano. Su alegría decretaba la derrota de un ejército y la victoria de los promotores del antimilitarismo.

Las cifras son elocuentes. Mientras en 1998 el 65% de los jóvenes, en edad militar, deseaban incorporarse a unidades de combate, las últimas encuestas demuestran que ahora sólo aspiran a ello el 53%. Otro dato complementario: hace dos años el 23% de los quintos reclamaba un destino cerca de casa, ahora lo pide ya el 34%. Por último, el índice de jóvenes que aspira no incorporarse a filas ha pasado del 1% al 6,2%, según se desprende de una encuesta del Instituto Geocartográfico, difundida por el periódico Hareetz.

Clase alta y clase baja

Los jóvenes más reacios a servir en las unidades de combate son los de las clases más bajas -menos del 30% pide ir a cuerpos de choque- mientras que los de las acomodadas -el 60% reclama protagonismo en los combates- se muestran más participativos en las tareas comunitarias del Ejército, es decir, del Estado. Son datos que permitirían afirmar que existe un elevado espíritu militar entre los miembros de la sociedad judía askenazi, venida de los países del Este, y bastante menos motivación castrense entre los sefardíes o los nuevos inmigrantes procedentes de los países de la ex URSS, aparentemente más preocupados en buscarse soluciones individuales.

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