FÚTBOL Los mejores de la temporadaFIGO - MEJOR EXTRANJERO

El triunfo de la laboriosidad

En el peor año del Barça, Figo ha sido el mejor, extraño suceso cuando el portugués pasa por ser un jugador de equipo. El protagonismo de Figo ha aumentado en la proporción que ha disminuido el intervencionismo de los futbolistas que van por su cuenta. Es el caso de Rivaldo, el mejor del mundo, que se quedó seco a la hora del recuento, o de Kluivert, que cuando queda parado frente al marco pierde la expresividad que le distingue de espaldas a la portería. Ya lo dijo Amor: "Nadie habla de Figo, porque en cualquier torneo siempre juega igual de bien". Habrá que convenir consecuentemente que Figo...

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En el peor año del Barça, Figo ha sido el mejor, extraño suceso cuando el portugués pasa por ser un jugador de equipo. El protagonismo de Figo ha aumentado en la proporción que ha disminuido el intervencionismo de los futbolistas que van por su cuenta. Es el caso de Rivaldo, el mejor del mundo, que se quedó seco a la hora del recuento, o de Kluivert, que cuando queda parado frente al marco pierde la expresividad que le distingue de espaldas a la portería. Ya lo dijo Amor: "Nadie habla de Figo, porque en cualquier torneo siempre juega igual de bien". Habrá que convenir consecuentemente que Figo ha sido elegido el mejor extranjero por la misma regla de tres que podría haber sido escogido el pasado curso o el anterior. La distinción obedece más a quienes le miran que a su productividad. La dimisión de sus competidores ha agrandado su figura hasta convertirle en el mejor.Figo es, ante todo, un valor seguro. Por acción ha cerrado el mejor de sus ejercicios, o al menos numéricamente así lo parece -9 goles, 90 disparos, 10 asistencias, 79 pases y 419 centros-y por omisión su ausencia ha servido para explicar derrotas dolorosas como la sufrida en Valencia en la Copa de Europa.Hijo de la periferia obrera de Lisboa, Figo (Lisboa, 1972) es uno de los abanderados de la nueva generación portuguesa, gente que practica la autoestima, capaz de respaldar la política turística del país, apoyar la Expo y después reivindicar la celebración de la próxima Eurocopa. No es extraño que figure entre los 25 portugueses más importantes del último cuarto de siglo.

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El mérito de Figo es que juega y hace jugar. Pocos futbolistas como el portugués son capaces de actuar cumpliendo con sus funciones sin perder sus cualidades. "Un técnico que tuve siendo yo pequeño me dijo que los grandes jugadores son los que hacen brillar a sus compañeros", recuerda el futbolista, que siendo un 8 ha dignificado el 7, zamarra mágica de toda la vida en el Camp Nou.

Jugar con el 7 significa en el Barça muchas cosas, cosas elementales, que Cruyff tuvo a bien recordar, como que no vale mirar hacia atrás y darle la pelota al lateral. Figo jamás se raja sino que actúa desnudo, se juega el uno contra uno, balancea, regatea y desborda, tira hasta el banderín de córner y centra como los buenos extremos, en comba, con rosca y a media altura, para la llegada de los volantes o del ariete. Le favorece tener el punto de gravedad algo bajo, como Laudrup, y esa joroba que le ayuda a proteger la pelota. El propio Figo cuenta que cuando no tiene el balón se vuelve loco, por lo que no es de extrañar que cueste quitárselo hasta el extremo de que acostumbra a tirársele encima en un gesto que provoca la rabia del defensa que cree habérselo quitado en buena lid. Le gusta protagonizar más la penúltima jugada que la última, y de ahí que sepa abrir el campo, darle velocidad al cuero, tirar una pared y armar el remate para los demás, con independencia del entrenador que se siente en el banquillo (ya sea Cruyff, Robson o Van Gaal) o del delantero (llámese Ronaldo o Rivaldo). La fiabilidad de Figo es tal que nadie duda de su compromiso con el club, antes el Sporting y ahora el Barça. La hinchada le quiere más que a cualquier otro porque muestra que, por encima de asuntos menores, tiene un gran sentido del deber y es un jugador hacendoso y brillante, decisivo para entender la jeraquía azulgrana en la Liga en la última década, especialmente por su facilidad para decantar los partidos más peludos. "Las relaciones funcionan cuando uno se siente tan a gusto con los demás como los demás con uno". La estima es su vínculo, de manera que antes que con un equipo o un entrenador tiene un compromiso consigo mismo: "Para jugar bien a fútbol necesito sentirme feliz". Firmó un acuerdo con el Barça hasta el 2004 y ya ha expresado su deseo de retirarse en el Sporting previo paso por la Premier League. En medio, sin embargo, queda un trecho y una amenaza. Al anuncio de dimisión del presidente y salida del entrenador, Figo dice que aspira a que le mejoren el contrato porque en Italia le dan el oro y el moro. No es sólo un asunto de dinero, que lo es, sino de afecto. Figo fue el primero que dijo en voz alta que o la directiva arreglaba el mal rollo que había en el Camp Nou o el equipo difícilmente aguantaría otro año como el pasado. Adorado en la cancha, fuera no transmite grandes emociones, como si estuviera preso del fado, de un aire melancólico, vestido de negro como acostumbra a ir. No tiene pinta de futbolista, pero va igual de frente que si estuviera en el campo. Futbolista de espíritu ganador, insiste hasta doblegar al contrario, una manera de ser que le llevó a ser punto de encuentro entre Cruyff y Valdano. Cruyff le fichó por 350 millones de pesetas. Valdano, mientras, siempre podrá presumir de que, de haberle hecho caso, el Madri tendría hoy a Figo y Raúl, el mejor extranjero y el mejor fubolista nacional, en el mismo equipo.

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