Una bomba en la Luna

EEUU proyectó en 1958 una explosión nuclear en el satélite terrestre para mostrar su poderío militar

La guerra fría fue un duelo propagandístico entre la extinta Unión Soviética y Estados Unidos, uno de cuyos capítulos más sorprendentes acaba de ser desvelado por el dominical británico The Observer. Temerosas de que el enemigo ruso les llevara ventaja en la carrera del armamento nuclear, las Fuerzas Aéreas estadounidenses le encargaron en 1958 al físico Leonard Reiffel que estudiara la posibilidad de provocar una explosión atómica en la Luna. El hongo formado por los gases de la deflagración debía ser visible desde la Tierra y similar al provocado en Hiroshima. Desechado por el Ejército, que ...

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La guerra fría fue un duelo propagandístico entre la extinta Unión Soviética y Estados Unidos, uno de cuyos capítulos más sorprendentes acaba de ser desvelado por el dominical británico The Observer. Temerosas de que el enemigo ruso les llevara ventaja en la carrera del armamento nuclear, las Fuerzas Aéreas estadounidenses le encargaron en 1958 al físico Leonard Reiffel que estudiara la posibilidad de provocar una explosión atómica en la Luna. El hongo formado por los gases de la deflagración debía ser visible desde la Tierra y similar al provocado en Hiroshima. Desechado por el Ejército, que luego destruiría toda la documentación alusiva al caso, el plan pretendía demostrarle a Moscú que sólo una superpotencia estaba preparada para militarizar incluso el espacio exterior.Bautizado bajo el aséptico nombre de Estudio sobre los vuelos científicos a la Luna, el proyecto A-119 suena hoy disparatado, además de peligroso. No puede analizarse, sin embargo, sin tener en cuenta el demoledor efecto causado en la moral de EEUU por el lanzamiento del primer satélite de la historia, el ruso Sputnik. Corría el año 1957 y la opinión pública estadounidense, que se sentía protegida por la noción de ser la mayor superpotencia militar del planeta, cayó en una depresión similar a la provocada tras el bombardeo japonés de la base naval de Pearl Harbour.

Gracias a un solo vehículo en órbita, Moscú parecía llevarle ventaja a Washington en la carrera armamentista. La presencia del Sputnik en el espacio, al que seguiría un Sputnik 2 con un perro como único tripulante, abría la puerta a otros posibles lanzamientos contra objetivos enemigos en tierra. Con los primeros misiles intercontinentales de medio alcance instalados ya en el Reino Unido, Italia y Turquía, científicos como Reiffel sabían que contaban con la técnica necesaria para acertar una diana nuclear en la Luna con un margen de error de tres kilómetros. Su labor debía consistir en comunicarle al Ejército el lugar y momento más apropiados para la detonación.

"Las Fuerzas Aéreas querían que el famoso hongo pudiera verse con claridad desde la Tierra. Su intención era claramente propagandística, puesto que no les importaba la destrucción del entorno lunar. Sólo querían averiguar cuál era el mejor ángulo de tiro para que el Sol iluminara la nube atómica", ha declarado el propio físico, que hoy tiene 73 años.

Paradójicamente, Eisenhower, entonces presidente de Estados Unidos, sabía que la llegada del temido Sputnik no suponía amenaza alguna para la seguridad internacional. Gracias a los vuelos de los aviones espía, los legendarios U-2, el Pentágono podía demostrar que su investigación armamentista estaba mucho más avanzada que la soviética. El mismo Eisenhower, militar de prestigio, había afirmado que una cosa era lanzar un satélite a cualquier lugar del espacio y otra bien distinta acertarle a un punto concreto en la Tierra.

Pero hasta el candidato demócrata a la presidencia John Kennedy, que le ganó la batalla a Richard Nixon, vicepresidente con Eisenhower, aprovechó el temor a la supuesta supremacía militar soviética para darle un buen empujón a las investigaciones sobre las armas nucleares durante su corto mandato.

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